Ecobarrios en Bogotá, una apuesta por el equilibrio de los cerros

No es fácil llegar hasta los barrios Triángulo Bajo, Manantial y Triángulo Alto, en la parte alta de San Cristóbal, vecinos privilegiados de los cerros orientales de Bogotá. Allí, en medio de la marginalidad y la lejanía, se levanta una nueva propuesta de ciudad.

Javier González Penagos - Twitter @Currinche
25 de marzo de 2017 - 07:00 p. m.
Óscar Pérez
Óscar Pérez

Alcanzar el equilibrio entre el desarrollo urbano y el respeto al medio ambiente. A ese desafío, cada vez más impostergable, se enfrentan las sociedades modernas, asfixiadas por la contaminación y el crecimiento desmedido de la población. Bogotá no es la excepción y es una muestra de los conflictos, las tensiones y diferencias alrededor del reordenamiento territorial y lo que ello implica: la noción del buen vivir. Es precisamente a partir de esa concepción de donde brotan los ecobarrios.

Entendidos como una alternativa de desarrollo sostenible en la urbe, los ecobarrios se configuran como espacios donde confluyen –de forma armónica e incluyente– sociedad, desarrollo y medio ambiente. Allí se diseñan modelos de habitar el territorio buscando generar el menor impacto al ecosistema. En Bogotá, esta apuesta se ha materializado en inmediaciones de los cerros orientales, puntualmente en la parte alta de la localidad de San Cristóbal.

Para llegar allí, hasta los barrios Triángulo Bajo, Manantial y Triángulo Alto, se requiere de un buen par de zapatos, casi para realizar deportes extremos: de algún modo hay que hacerle frente a una trocha que puede recorrerse en no menos de 30 minutos. En carro, el camino agreste demanda de una camioneta 4x4. Se trata de una zona tan remota y alejada, que sus habitantes rara vez escuchan las sirenas de la Policía o de una ambulancia.

Lo que sí se escucha, cada vez con más fuerza, es el clamor de 360 familias que piden integrarse a una Bogotá que sueñan más verde y menos gris. Su propuesta, planteada desde la marginalidad –pues aún cargan con el lastre de ser barrios de invasión, pese a que el Consejo de Estado les reconoció derechos adquiridos sobre sus tierras– la vienen formulando desde hace más de una década: el modelo del ecobarrio, que conciben como una forma de asentarse en el territorio y ponerle un alto a la urbanización que amenaza su hogar.

Admiten que su sola presencia produjo un daño sobre el medio ambiente. No obstante, plantean revertirlo y van más allá: su meta es la conservación, alcanzar ese frágil equilibrio entre desarrollo y sostenibilidad. Por ello, la misma comunidad ha incorporado a su diario vivir prácticas tan sencillas como naturales: promueven la agricultura urbana –instalaron composteras caseras; tienen cosechas de maíz, lechuga, cebolla, apio, perejil o curuba–, le pusieron un alto al ladrillo y el cemento y ahora sus casas son de madera, guadua y materiales sostenibles. Le sacan jugo a la luz solar para iluminar sus viviendas y también aprovechan las aguas lluvias para todo tipo de quehaceres en el hogar. Vigilan que extraños, algunos de ellos víctimas del conflicto como ellos, no se quieran adueñar del territorio e impacten el frágil ecosistema.

¡Vaya desafío! Pues saben bien que están ubicados en uno de los tantos escenarios de confrontación entre expansión urbana y respeto al medio ambiente: los cerros orientales, un riquísimo ecosistema bañado de quebradas, bosques y humedales que lo configuran como un auténtico patrimonio ambiental de la ciudad. Por su misma condición –que pareciera también su mayor infortunio–, los cerros no han estado exentos de amenazas y abusos: cambio climático, urbanización rampante, ocupación ilegal o explotación insensata de recursos naturales.

La clave para hacer del ecobarrio una forma de vida amigable con el medio ambiente, apunta Héctor Álvarez Cubillos –quien se declara hijo del ecosistema y ha defendido la permanencia de la comunidad en los cerros– es la educación, que sean los niños quienes recuperen el espíritu del territorio. Tal como los percibe este líder barrial, los ecobarrios se han estructurado como alternativa para reordenar el territorio con una activa participación comunitaria, pero sin dejar de lado el papel que debe ocupar el Estado. La fórmula, dice, es lograr un ‘pacto de vida’ entre los diferentes actores.

“Son acuerdos, una suerte de negociación cultural, entre los mismos vecinos y el Estado. Ello, en torno a dos premisas: que nos quedamos en el territorio y, segundo, la forma como nos queremos quedar”, explica, mientras exhibe con orgullo los premios que ha recibido en todos los escenarios donde ha defendido la idea de que los ecobarrios de los cerros orientales son una propuesta viable.

La comunidad misma reconoce en el ecobarrio tres dimensiones para que su propuesta sea sostenible: lo ecohumano, lo ecoambiental y lo económico. Una primera arista de este triángulo perfecto, lo ecohumano, propende por un sujeto más consciente y responsable con su entorno, que logra rescatar el espíritu del territorio. Por otro lado, lo ecoambiental, que abarca prácticas relacionadas con el cuidado ecológico y la custodia de la tierra. Y por último, la dimensión económica, orientada a la administración del territorio y al aprovechamiento sostenible del entorno: allí encuentran asidero alternativas como las caminatas ecológicas y la financiación del modelo.

Sin embargo, al margen de esta alternativa y de sus potencialidades, los habitantes de los barrios en proceso de legalización reclaman por la falta de oportunidades, por la ausencia del Estado para hacer realidad su sueño y por una marginación que amenaza con desplazarlos. Reconocen que por parte del Distrito han recibido acompañamiento y asistencia, pero insisten en que se requiere más y cuestionan actuaciones como la del Instituto Distrital de Gestión de Riesgos y Cambio Climático (Idiger), que en un concepto advirtió que se encuentran asentados en una zona de riesgo no mitigable, por lo que les han ofrecido trasladarse a otros espacios.

“Históricamente hemos estado segregados, por eso mismo también hemos sido tan marginados. Se nos han violado derechos como vivienda digna, educación, salud (aquí una ambulancia no sube) o recreación (no tenemos parques). Los ecobarrios son entonces una forma de salir del anonimato de alguna manera. Nosotros no estamos en contra del desarrollo de la ciudad, pero queremos hacer parte de él y creemos que los ecobarrios deben incluirse en esas propuestas. Soñamos con ser el piloto de una red de ecobarrios”, remata Héctor Álvarez.

 

 

jgonzalez@elespectador.com

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Por Javier González Penagos - Twitter @Currinche

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