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Empresarios, los nuevos ambientalistas

Las empresas son los actores más importantes de la economía porque son responsables del 60% del PIB mundial y generan el 70% de los empleos del mundo. Su cambio a nivel internacional es esencial para asegurar un futuro sostenible y combatir el cambio climático.

María Paulina Baena Jaramillo
17 de julio de 2014 - 04:57 a. m.
Una alternativa costo-efectiva para las empresas es implementar paneles solares para obtener energía. / 123rf
Una alternativa costo-efectiva para las empresas es implementar paneles solares para obtener energía. / 123rf

El panorama internacional

El cambio climático no es solamente un problema científico o estatal. Es también un problema empresarial. Un estudio reciente elaborado por el científico estadounidense Richard Heede, del Climate Accountability Institute, concluyó que casi dos tercios (63%) de las emisiones de metano y dióxido de carbono industrial en el mundo se pueden atribuir a 90 empresas. Esto significa que si 90 gerentes del mundo se reúnen y cambian sus modelos productivos, el camino será más corto y sencillo para resolver el problema del cambio climático.

El trabajo de Heede, publicado en la revista Climatic Change, analizó las emisiones acumuladas entre 1854 y 2010. El listado lo encabezaron empresas estatales, como la rusa Former Soviet Union, con 8,94% de las emisiones globales, seguida de China (carbón y cemento, 8,56%), Chevron Texaco (3,52%) y ExxonMobil (3,21%). Ecopetrol ocupa el puesto 59, con un 0,12% de las emisiones globales.

Este pequeño porcentaje de empresas contempla a las grandes productoras de combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) y a las empresas de energía y cemento. Por eso, si el objetivo antes de fin de siglo es que la temperatura no suba dos grados, como la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) aseguró que ocurriría, dos tercios de las reservas de estos combustibles deberán permanecer bajo tierra. Para esto es necesario contar con el apoyo de las grandes multinacionales que demandan esa energía, más que con el de las que la producen, porque detrás de las emisiones en los sectores de energía, agricultura y residuos también hay empresas.

De acuerdo con el mexicano Alberto Carrillo, director de vinculación empresarial de la iniciativa global de clima y energía de WWF, “las estadísticas muestran dónde se generan las emisiones, pero no quiénes las demandan”. Por eso, si se mira la demanda de las empresas a los combustibles, el panorama es distinto. Para el experto, se necesitan “marcos regulatorios, desincentivar el uso de combustibles fósiles, facilitar el uso de energías alternas y cambiar los patrones de consumo, como el transporte”.

¿Cuál es la responsabilidad de las empresas colombianas?

La Segunda Comunicación de Cambio Climático reveló que Colombia emite sólo el 0,37% de los gases de efecto invernadero en el mundo. De ese porcentaje, el inventario nacional de gases de efecto invernadero informó que la industria en Colombia emite el 12%. Según Adriana Soto, exviceministra de Medio Ambiente, “es un porcentaje muy pequeño, como para concentrarnos en esto, pero eso no quiere decir que, como emitimos muy poco, sigamos emitiendo. Primero, puede resultar una ventaja en términos de buenas prácticas y, segundo, se puede abrir una opción de mercado en baja huella de carbono”.

De acuerdo con la dirección de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, el impacto general de nuestras acciones se puede medir en tres huellas: de carbono, ecológica e hídrica.

Hasta ahora, reducir la huella de carbono, es decir, la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero, es una tarea voluntaria para las empresas. El Gobierno no las obliga. Como explicó Ricardo Lozano, exdirector del Ideam, la huella de carbono es un índice que mide “el registro que dejamos sobre el planeta cuando hacemos uso de los recursos naturales y energéticos”.

Lozano explicó que las empresas no deben quedarse solamente en medir este índice: deben cumplir la normatividad y los estándares ambientales de cada país. Incluso, muchas de ellas van más allá de estos estándares y es allí donde se debe medir su comportamiento.

Para Carlos Herrera, vicepresidente de desarrollo sostenible de la Andi, no se trata de un tema voluntario únicamente porque no haya ley que lo exija y “la responsabilidad social es un tema de sostenibilidad y de estrategia de negocio de las empresas. Muchas empresas están trabajando en innovación de sus productos para ser más eficientes”.

De hecho, Santiago Madriñán de la Torre, presidente del Consejo Empresarial Colombiano para el Desarrollo Sostenible (Cecodes), explicó que medir la huella de carbono a nivel empresarial es útil porque “induce a las empresas a ser más eficientes en energía, puede ser un aliciente para la innovación, y así encuentran oportunidades de hacer compensaciones y se les atribuye reputación”.

Muchas de las acciones contribuyen a hacer empresas más competitivas, pues muchas entidades son jugadores internacionales y apoyan las iniciativas globales. De modo que, si la huella de carbono es muy alta en los productos, van a tener una restricción a futuro, por presiones de gobiernos y consumidores. “No ser carbonoeficientes es recesivo y vuelve lenta la economía si pensamos en un mercado internacional”, aseguró Soto.

La exviceministra también comentó que nadie ha puesto los ojos en el transporte, un sector que emite el mismo porcentaje que la industria (12%), pero tiene un impacto directo en la salud humana. “Las emisiones del sector de transporte matan más gente y enferman más que las de la industria”. Actualmente, 6.000 personas resultan afectadas al año y de ellas 1.100 son niños. La Estrategia Colombiana de Desarrollo Bajo en Carbono (ECDBC) busca priorizar el transporte porque genera más cobeneficios: se reducen las emisiones y se salvan más vidas.

La posición de Rodrigo Suárez, director de Cambio Climático, en cuanto a mitigación es que “buscamos promover la carbonoeficiencia bajo un enfoque de desarrollo de los sectores. Invitamos al sector industrial a que implemente medidas de mitigación de cambio climático, que bajo los estudios que hemos realizado con la Estrategia Colombiana de Desarrollo Bajo en Carbono sabemos que les representan beneficios económicos que pueden impulsar la competitividad y productividad del sector sin dejar de lado la sostenibilidad”.

El ADN corporativo

Entonces, el nuevo ADN corporativo es la misión y la visión de la empresa orientada a menguar los impactos del cambio climático. No es una cuestión de simples unidades dentro de las empresas que llevan el rótulo de “responsabilidad social empresarial”.

Tanto en EPM como en ISAGEN se comprometieron con la iniciativa Caring for Climate de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y asumieron el reto de desarrollar acciones para disminuir la huella de carbono, promover la adopción de esta iniciativa entre grupos de interés y aportar al desarrollo de políticas públicas y mecanismos que contribuyan a disminuir los efectos del cambio climático.

Las empresas son una alternativa para reducir los costos y cambiar las condiciones ambientales. Podrían promover un escenario donde habría más ganadores que perdedores. De acuerdo con Juan Camilo Cárdenas, profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, el cambio climático es una externalidad negativa y positiva. “Es negativa cuando hay perdedores (la gente pierde sus tierras o casas porque se sube el nivel del mar o aumentan los desastres naturales); puede ser una externalidad positiva para quienes aumentan sus tierras cultivables en las zonas que se calientan, más cercanas a los polos. Neto, al final, existen más pérdidas que ganancias”.

Si las empresas migran a sistemas productivos más sostenibles “en la gran mayoría de casos, tras hacer un ejercicio de huella de carbono, encontrarán un universo de oportunidades ‘gana-gana’ que les reducen costos de producción, les generan nuevas oportunidades de negocios, les permiten diferenciarse en el mercado y contribuir a mitigar el cambio climático”, remató Suárez. La búsqueda debe ser una economía sostenible que les dé cabida a nuevas tecnologías y que lleve en su sangre, en su sistema circulatorio, el ADN ambiental.

 

 

mbaena@elespectador.com

@mapatilla

Por María Paulina Baena Jaramillo

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