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Las expresiones de la naturaleza

Sinfonía Trópico y Ambulante Más Allá, organizaciones científicas y artísticas, impulsaron una expedición por la Amazonia colombiana en la que 16 jóvenes discutirán sus problemáticas ambientales a partir de la creación de documentales.

María Paulina Baena Jaramillo
07 de mayo de 2015 - 03:23 a. m.
En Puerto Gaitán los jóvenes pintaron el loro orejiamarillo en una balsa. /Colectivo Atempo y Sinfonía Trópico
En Puerto Gaitán los jóvenes pintaron el loro orejiamarillo en una balsa. /Colectivo Atempo y Sinfonía Trópico

Sinfonía Trópico es un movimiento artístico y ambiental. Empezó conceptualmente en 2013 y oficialmente un año más tarde, en Apartadó, con un concierto que mezclaba las tamboras del bullerengue con el beat de la electrónica berlinesa. Ese, tal vez, fue el ejemplo perfecto que mostraba el cruce de dos mundos tan ajenos que de repente se volvían simbióticos.

La alemana Charlotte Streck —directora de Sinfonía Trópico— y el artista irlandés Lillevan crearon un espacio para discutir, a través del arte, las problemáticas de la biodiversidad. Su travesía partió desde Asia Central, en países como Kazajistán y Kirguistán, cuando notaron el deshielo de los glaciares y quisieron recuperar el ciclo del agua y volverlo una acción consciente entre los habitantes que dependían de ella para vivir.

Cuando aterrizaron en Colombia, el contexto era otro. Opuesto, si se parte de la base de que en este país los glaciares aportan apenas el 10% del agua dulce a los pobladores. Opuesto, por la abundante cantidad de especies, plantas, comunidades y climas. Y opuesto, porque aquí el contexto era uno más cruento.

Numerosos artistas se reunieron con ambientalistas para plantear proyectos de conservación. Su estrategia funcionó porque, como aseguró Streck en un entrevista para este mismo medio, “esto funciona donde el diálogo es difícil”.

Entonces quisieron hacerlo de nuevo en una versión mejorada para Colombia. A través de la oficina de Climate Focus, una organización que hace seguimiento a los temas de deforestación, cambio climático y energía, escogieron aquellas zonas que presentan grandes conflictos ambientales, que reúnen los factores de tensión del país.

El proceso es el mismo para todos los sitios que visitan: identifican actores, líderes, se concentran en jóvenes entre los 14 y los 25 años y observan las problemáticas más palpables de cada región. “La idea consiste en estructurar una plataforma sostenible que contribuya al debate del desarrollo económico desde el tema ambiental”, aseguró Juan Pablo Castro, director para Colombia de Sinfonía Trópico.

Porque el tema ambiental, según Castro, se engranó en el sector ambiental. Un nicho que sólo se mira el ombligo. Información ambiental que se comprime en anaqueles del gobierno, institutos de investigación y organizaciones que tienen muy poca salida. “Este es un esfuerzo para que el medio ambiente salga a la luz a partir de las artes”, dijo Castro.

Bajo tres pilares, que son la conservación de la biodiversidad, evitar la deforestación en los polos más críticos y preservar la diversidad genética de las semillas agrícolas, eligieron cinco lugares: el Urabá antioqueño, la Orinoquia, el Amazonas, Chocó y los páramos.

De esos, en el Urabá los artistas se enfocaron en la música autóctona, con un precedente: allí los jóvenes sólo tienen la opción de trabajar para las bananeras, las palmeras o meterse de militantes con los paramilitares. “En el desarrollo que se planifica de Urabá cabe el tema de la biodiversidad y otras maneras de ver el mundo”, aseguró Juan Pablo Castro.

Luego, en Puerto Gaitán por los Llanos Orientales, la mirada estuvo puesta sobre el crecimiento frenético de la economía gracias al boom petrolero de principios de siglo. Ese desarrollo económico minaba las dinámicas sociales y, sobre todo, las ambientales. Allí los jóvenes conocieron a un diseñador de modas que dejó técnicas instaladas, además de involucrar a los jóvenes en el teatro, la música y la poesía. Y, por último, dejar una impronta, un mural, en el que se lee “Diversidad”.

Con cámaras para el Guaviare

Y ahora, la expedición partió este martes hacia San José del Guaviare, donde están las tasas más altas de deforestación en el país, por esa selva espesa que se abre hacia la Serranía del Chiribiquete. El Guaviare es la parte más alta de la Amazonia, donde las sabanas de piedemonte desaparecen entre el bosque. Allí, cerca del 93% del territorio está dentro de la reserva forestal de la Amazonia, mientras que en el 7% restante se asientan las comunidades y las actividades productivas del territorio.

“Guaviare es el segundo departamento amazónico realmente comprometido con el tema ambiental y va en la ruta de contribuir con sus regalías a resolver un problema que amenaza la supervivencia de los ecosistemas de la región”, aseguró Luz Marina Mantilla, directora del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi).

Por mirar las cifras, el Amazonas es una suerte de laboratorio de la biodiversidad del mundo: tiene 40 mil especies, 644 especies de árboles en una sola hectárea, alrededor de 430 especies de mamíferos, 430 de anfibios, 1.300 de pájaros, 380 especies de reptiles, 130 mil especies de insectos, 3.000 especies de peces, entre ellas la piraña, el pirarucú (el pez más grande del mundo) y la anguila eléctrica. Y, como si fuera poco, es la selva más extensa de la tierra: abarca 5’500.000 kilómetros², casi el tamaño de Australia.

Por eso, la perspectiva por la que se encauzarán 16 jóvenes será la creación de documentales y la capacitación en dirección, edición, fotografía y posproducción. En este taller participará Emiliano Altuna, director de cine y documental quien, desde México, buscará revalorizar la imagen del entorno en el que viven, que se transforma después en una alternativa para contar historias propias.

Ellos pertenecen a un contexto social que determina su visión de la “realidad” y son actores que tienen relación directa con ese espacio y tiempo. “Daremos herramientas para contar una historia que tiene que ver con una inquietud muy personal”, dijo Altuna. Para mí lo menos importante es el resultado, los documentales, lo que se concreta, pero lo bonito de esta profesión, es el proceso”, concluyó.

El proceso intangible

Justamente ese proceso del que hablaba Altuna es el resultado que busca Sinfonía Trópico. “Buscamos medir el intangible que es mover el corazón”, comentó Juan Pablo Castro. Porque en últimas, a través del arte se conecta el centro con la periferia. Un público urbano, que se nutre de las expresiones de afuera, y un público rural, al que se le inyectan conceptos globales, a veces muy abstractos y técnicos, sobre cambio climático y biodiversidad. “Queremos acercar un problema lejano a uno más cercano. Atar lo urbano a lo rural”, comentó Caridad Botella, curadora de arte de la organización.

Entonces no es el arte por la inercia del arte, en su sentido estético, sino del arte con un fin ambiental. El artista se adentra en la naturaleza, pero la naturaleza se adentra en el artista. Y así “las artes llegan a lugares donde la ciencia no llega”, afirmó Castro, y “el objetivo no es otro que transformar los corazones más que las cabezas”, remató.

De aquí en adelante, lo que viene es un proyecto en el páramo de Sumapaz que indagará esa transición entre lo urbano y lo rural, sobre todo la presión que ejerce una ciudadela como Usme en la conservación del agua. También, en el tintero tienen en mente trabajar en el río Atrato.

Los resultados de las experiencias serán presentados a finales de 2015 en Bogotá, Medellín, Londres, París y Berlín. Y así será una sucesión orgánica en la que más ciudades comprenden el medio ambiente a partir de lo más intrínseco de sí mismo, de lo que los mueve. Al fin y al cabo, y en palabras de Charlotte Streck, la directora de esta iniciativa, “la naturaleza y el arte son los dos momentos que crean las más profundas experiencias de belleza y humanidad”.

 

 

Por María Paulina Baena Jaramillo

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