Fique para limpiar ríos

Los colorantes con que se tiñen los jeans son algunos de los principales contaminantes de ríos. Cuatro científicos colombianos usaron nanotecnología para alterar las fibras de la tradicional planta y convertirla en un filtro con el cual limpiar el agua.

Pablo Correa
25 de septiembre de 2013 - 05:00 p. m.
Fique para limpiar ríos

Serendipia quizás sea la palabra más adecuada para explicar la investigación que acaban de publicar cuatro científicos colombianos en la revista Green Chemistry, una de las más influyentes del mundo en ciencias ambientales. Allí describen un método que permite transformar el fique en una herramienta para limpiar aguas contaminadas con colorantes de la industria textil.

La serendipia, un descubrimiento inesperado que se produce cuando se está buscando una cosa distinta, comenzó hace cuatro años cuando Juan Hinestroza, un ingeniero químico de la Universidad Industrial de Santander y quien trabaja en la Universidad de Cornell en Estados Unidos, se reencontró con una excompañera de estudios, Marianny Combariza, quien luego de terminar un doctorado en la Universidad de Massachusetts había decido regresar a su tierra, Santander, y desde allí seguir su carrera como investigadora.

El encuentro ocurrió en Puerto Rico, durante un congreso de químicos. En medio de los calurosos días del Caribe en que transcurrían las conferencias, pensaron que valdría la pena trabajar juntos. Sabían que tenían intereses comunes, pero no estaba muy claro el modo de unir sus esfuerzos. Hinestroza se ha dedicado por más de 10 años a usar la nanotecnología para transformar fibras como el algodón y dotarlas de propiedades nuevas. Por ejemplo, utilizarlas como transistores eléctricos. El lado fuerte de Combariza ha sido la química analítica.

“Decidimos empezar a trabajar con moléculas que son resistentes o refractarias a procesos de degradación”, recuerda Combariza. Los colorantes que usa la industria textil en todo el mundo son un buen ejemplo de este tipo de moléculas. “Están hechos para sobrevivir. Son moléculas estables que no se degradan tan fácilmente en el medio ambiente”, explica la química santandereana.

Si Hinestroza había trabajado con fibras blandas, qué tal probar con una fibra dura como el fique. Qué tal si la transformaban para darle una nueva propiedad: que fuera útil para limpiar aguas contaminadas con colorantes.

“Puedes saber qué color está de moda en Nueva York de acuerdo con el color de las aguas en el norte de Shanghái o en el sur de la India”, cuenta Hinestroza desde Estados Unidos. Se propusieron buscar juntos una solución a un problema de gran impacto. Los químicos Martha Chacón Patiño y Cristian Blanco Tirado se sumaron al grupo de trabajo. Ambos de la Universidad Industrial de Santander.

Todos pusieron los ojos en el fique. “Como cualquier fibra vegetal, está conformado por capas de células y canales —explica Hinestroza—. La idea era usar esos pequeños compartimentos naturales como reactores químicos, como tubos de ensayo naturales”. Mediante un proceso químico, los científicos lograron colocar en esas “rendijas” una sustancia (óxido de manganeso) que al entrar en contacto con aguas contaminadas con colorantes, específicamente el azul índigo con que se tiñen los jeans, logra degradarlos.

“¿Te imaginas a campesinos en San Vicente de Chucurí produciendo filtros de fique y enviando esos productos a China o India para descontaminar ríos?”, pregunta Hinestroza, feliz de los buenos resultados que ha dado el trabajo conjunto que recibió el apoyo de Colciencias y el Banco Mundial.

Combariza es un poco más tímida en cuanto a los alcances del nuevo método. Dice que es un primer paso y apenas comienzan a trabajar con ingenieros para llevar la idea a una escala mayor. Pero ambos saben que al menos ya está demostrado que el destino del tradicional fique va mucho más allá de la fabricación de sacos de café. En un futuro no muy lejano, esta fibra tan popular entre los campesinos santandereanos puede convertirse en filtros que le devuelvan el color original al agua de los ríos en muchos lugares del mundo.

 

 

 

pcorrea@elespectador.com

Por Pablo Correa

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