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Industria cosmética, prometedora de la Amazonia

Seis comunidades indígenas del Vaupés buscan utilizar ingredientes de la biodiversidad para comercializarlos. Desde 2011 el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi) ha liderado el proyecto.

MARÍA PAULINA BAENA JARAMILLO
29 de octubre de 2015 - 03:28 a. m.
Industria cosmética, prometedora de la Amazonia

Alguna vez hablé con Juvenal y Elio, dos indígenas del pueblo Miraña que viven entre la ribera del río Caquetá y el Parque Nacional Cahuinarí. En un hotelito al frente de Corferias me contaron, entre otras cosas, que el bosque tropical amazónico era su supermercado, su farmacia, su casa y su conocimiento. Y que si se acababa, no habría dónde comer ni donde mambear. “Es más, no sé cómo estamos viviendo aquí, en Bogotá. Eso es porque allá afuera hay algo y alguien que nos está soportando”, dijo Juvenal mientras se llevaba un bocado de pan con mermelada a la boca.

Me quedé pensando en esa charla cuando visité el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi). Una casa vieja en el centro de Bogotá, al frente de la monstruosa torre Bacatá, que sobrepasará a la torre Colpatria y que será la segunda más alta de Suramérica. Allí, en medio de laboratorios, herbarios y colecciones de plantas amazónicas, la química Marcela Carrillo, investigadora del programa de sostenibilidad de intervención, me explicó la idea de hacer del bosque un lugar económicamente productivo y sostenible.

Desde 2011 el Sinchi arrancó con el procesamiento de ingredientes naturales para utilizarlos en la industria cosmética. Lo cosmético entendido como todo aquello que se unta sobre la piel: bases, labiales, brillos, cremas y sombras. “La cosmética natural ha ganado mucho boom en Europa y Canadá, que es donde se comercializa”, comentó Carillo. De hecho, países como Ecuador y Perú son grandes referentes de la industria, y Brasil se posiciona como el mayor productor de ingredientes naturales con empresas como Natura y Boticario.

El proyecto nació con la financiación de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) y la Agencia Alemana de Cooperación (GIZ) e involucró a las comunidades indígenas del Vaupés, que superan el 70% de la población local.

Utilizar el bosque dentro de la cadena de valor no era un tema nuevo para el Sinchi. Desde hace diez años el Instituto se volcó en emplear los productos biodiversos para comercializarlos como pulpas, jugos o dulces en departamentos como Vaupés, Amazonas, Caquetá y Guaviare. El caso del camucamu, por ejemplo, fue emblemático entre las mujeres de Tarapacá, Amazonas, que ya cuentan con una planta de procesamiento y que tocaron el mercado bogotano en puntos como Wok.

Con esas experiencias exitosas de la industria alimentaria, seis comunidades de Mitú, en el Vaupés, se acercaron a la Gobernación para comenzar el trabajo. “Fue la misma comunidad la que quiso investigar este proceso. Ellos de manera tradicional fabrican productos. Y nosotros sabíamos que, así como había plantas que producían compuestos, el bosque estaba lleno de otros ingredientes naturales como aceites, grasas y pigmentos”, comentó Carrillo.

Entonces las comunidades de Ceima, Cachivera, Murutinga, Macaquiño, Mirití, Santa Rosalía y Santa Helena del Tiposo, de grupos étnicos como cubeo, yurutí, siriano y tukano empezaron a producir jabones en barra, jabones líquidos, geles desinfectantes, champús y cremas. Todos ellos derivados de 17 ingredientes naturales evaluados por botánicos y químicos.

Carrillo explicó que para seleccionar las especies debieron evaluar cuáles eran productoras de ingredientes naturales, aquellas que eran más abundantes en el bosque y los compuestos de interés. “Vimos que muchas especies tienen un gran contenido de antioxidantes, formulaciones antiedad, aceites de calidad que actúan como hidratantes y humectantes”, comentó la investigadora.

Ya son 32 especies seleccionadas que pueden ser transformadas en productos de belleza o alimentarios. El copoazú (Theobroma grandiflorum) usado en jugos, néctares, mermeladas y compotas; el achiote (Bixa orellana) como pigmento y colorante; el inchi (Caryodendron orinocense) utilizado en bebidas y dulces, y el mirití (Mauritia flexuosa) del que se obtienen aceites humectantes e hidratantes para la piel.

Todas ellas pasaron dos pruebas claves: una, tener una riqueza fitoquímica, es decir, compuestos interesantes en los que se descubran beneficios para la salud o piel. Y dos, que se puedan extraer fácilmente esos compuestos.

De ahí sigue una caracterización cualitativa de la especie que la hacen los botánicos. Luego, ingresa al laboratorio en donde se describe físicamente por tamaño, color, grosor y peso de la semilla. Después se observa cada parte por separado: tallo, fruto y hojas. Posterior a eso viene una caracterización química por cromatografía para resolver cuáles compuestos existen y en qué cantidades. Por último, la parte más difícil y el mayor reto de ingeniería, que es extraer los compuestos.

Algunas tecnologías para extraerlos son el prensado mecánico, un equipo que utiliza altas presiones y obliga al producto a romper las células para que se sustraiga el aceite. Otro, más sofisticado, es el secado por aspersión, que luce como un tanque grandísimo que atomiza la pulpa de los frutos y deja que se seque rápidamente en contacto con aire caliente. “Utilizamos tecnologías de manejo sencillo. Enmarcada en la química verde que reduce productos contaminantes”, dijo Carrillo.

En este momento, indígenas y científicos están compartiendo el conocimiento. Los indígenas conocen sus especies y hacen la extracción de manera artesanal, cocinándolos y sustrayendo el aceite. Los científicos les enseñan cómo ser más eficaces en este proceso.

Las dificultades no son pocas. Hay zonas a las que no se puede acceder por tierra, lo que incrementaría el costo de los productos. Muchos de los terrenos están controlados por grupos armados. Es complicado encontrar colores en la naturaleza, como el azul o algunas tonalidades de verdes, porque priman los naranjas, los morados o los cafés. Los apodos a las especies varían de acuerdo con el lugar, por ejemplo, a la Mauritia flexuosa la conocen en Vaupés como mirití, en el Guaviare, comomoriche y en el Caquetá, como canangucha. Y, como si fuera poco, en la cosmética orgánica deben empezar de ceros con la caracterización de los compuestos para que sean estables, esto es que no se desbaraten ni cambien de color.

Aun así, ese intercambio de experiencias ha sido provechoso. “Todos lo que nosotros descubrimos en el laboratorio ellos ya lo saben desde hace años, no con la rigurosidad de los compuestos, pero saben que es bueno para la piel, como filtro solar, como pigmento, tintura para el pelo porque es raro ver a un indígena canoso, plantas medicinales o exfoliaciones con ají”, explicó Marcela Carillo. Sin duda, un conocimiento tradicional que apenas comienza a echar sus frutos en el centro del país.

Por MARÍA PAULINA BAENA JARAMILLO

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