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'Les dejaremos un planeta destrozado a nuestros hijos'

El antioqueño Germán Poveda, miembro del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, lleva treinta años advirtiendo sobre las fatídicas consecuencias que le traerá el calentamiento global a Colombia, y ya está cansado de que nadie escuche.

Angélica María Cuevas Guarnizo
07 de abril de 2014 - 12:36 a. m.
Con la ola invernal de 2010, Colombia comenzó a vivir el fenómeno de los refugiados ambientales. / Archivo
Con la ola invernal de 2010, Colombia comenzó a vivir el fenómeno de los refugiados ambientales. / Archivo
Foto: REUTERS - STR

Germán Poveda tenía 19 años cuando conoció la nieve. En 1978 se aventuró con un par de amigos a caminar por el sur del país. Ese año se disputarían en Medellín los juegos Suramericanos y del Caribe y la ciudad se volvería un caos del que prefirió escapar. Llegó al Cauca y terminó trepado en el volcán Puracé, a 5.000 metros de altura, protagonizando una guerra a muerte con bolas de nieve.

“Nunca olvidas la primera vez que la tocas”, me dice treinta y seis años después quien, gracias a sus investigaciones, se ha convertido en el experto en cambio climático más importante del país. La nieve en el Puracé ya es historia y Germán Poveda ha sido uno de los científicos que han descrito la manera como el calentamiento de la Tierra, la mano del hombre y las erupciones volcánicas hicieron desaparecer en menos de cien años once de los 17 glaciares identificados en Colombia durante el siglo XIX. “En treinta años sólo quedará el Cocuy, no se hablará de la nieve del Ruiz, ni la de la Sierra Nevada de Santa Marta”, sentencia.

Hace un par de días, este doctor en hidrología regresó a su escritorio en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Medellín. Estuvo en Japón ajustando los últimos detalles del informe más completo que se haya conocido hasta hoy sobre los impactos del calentamiento global en el planeta.

Poveda fue elegido por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas —ganador del Nobel de Paz en 2007— como uno de los principales autores del capítulo que describe lo que espera a Centro y Suramérica si los gobiernos y los ciudadanos del mundo no toman decisiones para desacelerar los inevitables impactos de la contaminación humana sobre la naturaleza. No es la primera vez que hace parte del grupo de expertos, pues ha estado vinculado al panel desde el tercer informe, publicado en 2001.

Por cinco años dedicó centenares de horas a leer toda la literatura científica sobre la transformación del clima y el incremento de las temperaturas en la región, para depurarla y consignar lo más relevante en un reporte. Cada uno de los tres borradores que construyó junto con sus colegas fue evaluado por cientos de pares internacionales a quienes tuvo que responder de manera detallada entre 1.500 y 2.000 comentarios por documento. “La cantidad de trabajo es descomunal, pero el resultado final lo justifica. Además se trata de un trabajo ad honorem y uno de los más importantes de mi carrera científica”, dice con el acentuado ritmo antioqueño que envuelve su voz.

Ante los desconcertantes hallazgos, le es imposible sonar optimista. “Me siento desanimado. El cambio climático sigue sin ser una prioridad en la agenda política y lo poco que estamos haciendo son esfuerzos muy tímidos para adaptarnos a vivir en un clima cambiado”.

Por primera vez un informe relaciona el cambio climático con el incremento de la violencia y los conflictos sociales. Colombia, país de guerra, ¿tendrá que lidiar ahora con desplazamientos y violencia “climática”?

El fenómeno de los refugiados ambientales ya lo hemos comenzado a vivir en Colombia. Las inundaciones de 2010 fueron un ejemplo de lo que puede pasar, y lo que seguirá pasando cada vez con más frecuencia, si no enfrentamos el problema del cambio climático.

El informe global relaciona catástrofes naturales, como el huracán Sandy (EE.UU.), con el maltrato del hombre a la Tierra. ¿Es posible hacer esta relación directa en Colombia con la sequía en Casanare?

No se puede achacar un evento hidrometeorológico extremo al cambio climático, pero el hecho de que estén ocurriendo muchos simultáneamente en todo el mundo, incluyendo a Colombia, es consistente con las predicciones sobre los impactos del calentamiento global. Las recientes tragedias climáticas de Colombia (como la ola invernal de 2010 y la sequía del Casanare de hoy) son el resultado de una combinación perversa de los efectos del cambio y la variabilidad climática, la deforestación y el cambio en los usos del suelo, la sobreexplotación de los recursos naturales (incluyendo el agua) y el desordenamiento territorial. La responsabilidad precisa de cada uno de ellos depende de cada caso específico, que habría que estudiar con seriedad.

“Apocalíptico”, “abrumador”, “irreversible”, son adjetivos con los que se ha descrito el quinto informe que el IPCC acaba de presentar. ¿Qué palabra elegiría para resumir lo que esta advertencia representa?

Preocupante. Los países en desarrollo somos los más afectados por los impactos del cambio climático debido a nuestra alta vulnerabilidad socioambiental. Me preocupan la falta de apoyo a la investigación científica sobre el tema, la ausencia total de programas y planes de adaptación y mitigación, y la falta de voluntad política real por parte de los gobiernos para resolver este problema. De seguir así, las consecuencias ambientales, económicas y financieras serán devastadoras, y además les dejaremos un planeta destrozado a nuestros descendientes.

Colombia ha sido testigo de la erosión de sus costas, el deshielo de sus glaciares, inundaciones e intensas sequías. ¿Qué otros efectos serán evidentes a corto plazo?

Los glaciares andinos se están derritiendo tan rápido que probablemente desaparecerán en menos de 20 años, afectando las cuencas hidrográficas que nacen en esas cumbres, incluyendo páramos, humedales y bosques de todos los países del sur. Los Andes de Colombia son el sitio del planeta que más rápidamente está perdiendo su biodiversidad debido a la deforestación. Esto pone en alto riesgo la disponibilidad de agua para el consumo humano de centenares de poblaciones asentadas sobre la cordillera. En toda Colombia están aumentando las temperaturas, que sin duda multiplicarán la malaria, el dengue, la leishmaniasis y la enfermedad de Chagas.

¿Y el incremento del nivel del mar?

Sus efectos también son evidentes en la región Caribe e implicarán la destrucción de la infraestructura costera (como carreteras y hoteles) y la salinización de los acuíferos, lo que amenaza el suministro de agua potable en algunas regiones de la Costa y del archipiélago de San Andrés.

¿Qué pasará con el clima en las principales ciudades del país en los próximos 50 años?

El caso de las ciudades es aún más preocupante, por la contaminación del aire y por reemplazar la vegetación natural por concreto y pavimento. Ambos procesos contribuyen al calentamiento local, regional y global. El efecto de “isla de calor” en las ciudades es resultado de esos procesos. Por eso las enfermedades cardiovasculares y respiratorias están aumentando de manera dramática, tanto que la contaminación del aire mata cinco personas diariamente en Medellín. Los aumentos en la temperatura del aire también agudizan las enfermedades transmitidas por mosquitos, como es el caso del dengue.

¿Está en riego nuestra biodiversidad?

Sin duda. Y se trata de una amenaza fundamental al desarrollo socio-económico de Colombia. No estamos viendo el potencial que guarda el bosque que se está talando. No hablo solo de el potencial turístico y de contemplación de la riqueza natural. Ese bosque está lleno de patentes e investigación, de saborizantes, de nuevas moléculas, es un tesoro que debería explotar la investigación científica. Esa debería ser una verdadera locomotora económica, descubrir la riqueza científica que guardan nuestros ecosistemas.

¿Cuál es el mejor escenario que puede generar el país para adaptarse?

Se tendrá que invertir en investigación científica trans-disciplinaria de alto nivel que agrupe a científicos naturales, sociales, a los actores afectados y a los tomadores de decisiones. Tenemos que exigirle a la clase política, que hasta ahora sólo ha tomado medidas tardías y sin ningún impacto real, que deje la retórica y pase a la acción. Hay que comenzar a actuar para resolver este problema que nosotros mismos hemos creado.

¿Cómo hacerle entender a un ciudadano o a un campesino de Colombia que tendrá que poner en práctica acciones de "adaptación" y "mitigación" al cambio climático?

Con educación y con reconocimiento económico a la preservación del bosque natural. Es necesario entender que el bosque en pie, además de los beneficios ambientales (regulación hidrológica y estabilidad climática, y albergue de la biodiversidad) da más beneficios económicos y, aún, financieros, que el de tumbar el bosque para sembrar un cultivo o para meter tres vacas. La economía debe ser honesta con el medio ambiente. Hoy no lo es.
 

acuevas@elespectador.com

 

Por Angélica María Cuevas Guarnizo

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