Los humedales de Bogotá: un oasis en la gran ciudad

En 80 años, la ciudad pasó de tener 50.000 hectáreas de zonas inundables a 800, reconocidas por el Distrito. Pese a esto, Bogotá es identificada a nivel mundial por su compromiso con la recuperación de estos espacios, que son fuente de vida.

Daniel Bernal *
25 de marzo de 2017 - 03:00 p. m.
Los humedales de Bogotá: un oasis en la gran ciudad

Si en alguna oportunidad usted ha visitado un humedal bogotano sabrá por qué los denomino oasis. En medio de este desierto gris, en donde la arena es reemplazada por el cemento, sobreviven estos ecosistemas en los que el agua rodeada de vegetación ofrece paz, aire puro y descanso. Los humedales son los relictos de biodiversidad más importantes de nuestra ciudad. Van desde el extremo norte, en Usaquén y Suba, con Torca-Guaymaral, hasta el extremo sur, en Bosa, con Tibanica. Recorren el costado occidental de la ciudad dibujado por el río Bogotá y sus afluentes: los ríos Torca, Salitre, Fucha y Tunjuelo.

Estos oasis regalan a sus ciudadanos numerosos beneficios y representan un importante patrimonio ambiental para la ciudad por ser el hábitat de la flora y fauna bogotana, reguladores del ciclo hídrico, mitigan los efectos del cambio climático y llegan a ser aulas pedagógicas.

En Bogotá tenemos 15 humedales reconocidos por el Distrito, que son diversos y ninguno se parece a otro. Algunos están rodeados de viviendas, como Santa María del Lago, y otros tienen todavía el aspecto de pantanos, como La Conejera. Unos cuantos están altamente recuperados, como Córdoba, y otros son el reflejo del abandono institucional, como La Vaca.

Las mayores problemáticas de los humedales son las construcciones ilegales, la entrada de aguas residuales domésticas e industriales, las basuras, los proyectos civiles que pasan por encima de ellos, pero en mayor grado la poca o nula educación ambiental, la indiferencia y la falta de apropiación de los ciudadanos. Como dice el refrán: “Lo que no se conoce, no se protege”.

Bogotá en 80 años pasó de tener 50.000 hectáreas de humedales (área actual de todas las localidades, exceptuando Sumapaz, Usme y Ciudad Bolívar) a sólo 800 hectáreas reconocidas legalmente por el Distrito. En esos años perdimos grandes humedales, como la laguna El Tintal, que en 1860 fue mapeada por Agustín Codazzi y abarcaba gran parte de la actual localidad de Kennedy y una pequeña parte de Fontibón y Bosa. También humedales convertidos en lagos recreativos y luego sepultados, como el Lago -represa del Luna Park (actual Barrio Luna Park) y el lago Gaitán (actualmente centro comercial Unilago y su plazoleta). Todas estas historias nos muestran una Bogotá diferente, una Bogotá anfibia, que ahora se piensa y se reconoce completamente terrestre, que se identifica con el desierto y no con el oasis.

Aunque sea poco reconocido, Bogotá es de las pocas grandes urbes, a nivel mundial y en Latinoamérica, que sirven como ejemplo de la apropiación ciudadana y defensa de estos ecosistemas. Cada una de esas 800 hectáreas sobrevivientes se le debe a muchos ciudadanos y vecinos organizados que realizaron un esfuerzo gigante, hasta arriesgando sus vidas, por defender esos espacios abandonados por la institucionalidad.

Sin embargo, cada día seguimos perdiendo zonas inundables y humedales, sepultándolos bajo el cemento. Detener esa locomotora de la construcción, que es y ha sido la causante de gravísimos problemas ecosistémicos y económicos, parece imposible. Cada metro cuadrado en Bogotá sigue siendo visto por los constructores como la futura vía que solucionará los problemas de tráfico para los carros de los bogotanos o como el edificio “bonito”, que reemplazará esos “parches verdes de aguas estancadas”. No los ven como patrimonio de los bogotanos.

En la ciudad no sólo observamos copetones, palomas, mirlas y chulos, sino que adentro de ella se registran más de 200 especies de aves, la gran mayoría ubicadas en los humedales y cerros. Nueve de estas se encuentran en peligro de extinción. También ocho especies de mamíferos, cinco de reptiles y dos de anfibios. Ejemplos hay muchos de esta biodiversidad aparentemente inexistente. Hace sólo seis meses fue reportado un tigrillo lanudo atropellado en la carrera séptima con calle 247, y hace menos de un mes se localizó a otro en una urbanización de los cerros orientales.

La próxima vez que entre a la ciudad por la autopista Norte, échele ojo al separador que tiene la avenida desde la calle 250: es diferente, en él observará vegetación, vallados y relictos de humedal y muy seguramente manchas de color café peludas y de gran tamaño: no son ratas gigantes, son curíes sabaneros, que todavía sobreviven en este lugar. Tenemos además 600 especies de flora, una de ellas única a nivel global y en altísimo peligro de extinción: la Margarita de Pantano, ubicada en la zona entre el humedal La Conejera y la reserva Thomas van der Hammen.

Por esto lo invito a averiguar si en su sector hay humedales y se acerque a ellos. No hacen daño, la mayoría son buenos para la salud física y mental. Allí puede caminar, contemplar, practicar recreación pasiva, “pajarear” y bajarle al estrés. Estos espacios ayudan a ir cambiando el paradigma de que el “progreso” sólo viene del cemento.

De vez en cuando, en lugar de salir corriendo de la ciudad para tomar un nuevo aire, menos contaminado y más natural, descubra que esa oportunidad también se la ofrece la ciudad: son los humedales y los cerros bogotanos.

* Director de la Fundación Humedales Bogotá.

 

Por Daniel Bernal *

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