Los retos de Colombia para conservar sus bosques

Si se continúa con el mismo ritmo de deforestación, se podrían perder más de 320 millones de hectáreas de este ecosistema a nivel mundial para el 2050, un área superior a la cobertura forestal de Perú, República Democrática del Congo y Papua Nueva Ginea.

María Mónica Monsalve
09 de junio de 2016 - 03:41 a. m.
El Valle del Cocora, reconocido por ser el hábitat de la palma de cera, es un bosque de niebla. /iStock
El Valle del Cocora, reconocido por ser el hábitat de la palma de cera, es un bosque de niebla. /iStock

A lo lejos cualquier bosque parecería solo monte. Varios trazos de verdes y castaños cuya principal función, dirían algunos, es servir de hábitat para miles de animales, aves y organismos que se resguardan bajo sus ramas. Pero además de su función natural, los ecosistemas terrestres son la base del bienestar humano: de sus árboles se desprenden los frutos para el alimento, de su madera sale el combustible para la energía de un gran número de hogares y el material genético que se esconde en ellos es un potencial enorme para el futuro de nuevos medicamentos. Esto sin contar que producen y capturan carbono, actúan como una barrera de protección contra las plagas, aumentan las reservas de agua subterránea por infiltración y mejoran la fertilidad de los suelos.

Detrás de los ecosistemas terrestres no sólo está la vida de la flora y la fauna, sino la de 300 millones de personas que viven en ellos y la de diez millones de personas que trabajan en proyectos relacionados con su conservación, según el Informe Bosques Vivos de WWF. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la madera de los bosques es la principal fuente de energía para 2 mil millones de personas en países en desarrollo, y a partir de estimaciones realizadas por WWF, se cree que el material genético que carga la biodiversidad representa 320 mil millones de dólares para el mercado farmacéutico.

Sin embargo estas cifras muchas veces parecen mínimas frente a las altas tasas de deforestación que se están viendo a nivel mundial. Los servicios ecosistémicos que le prestan los bosques a la humanidad, muchas veces pasan a un segundo plano ante la demanda de otros bienes que requieren derribarlos: la ganadería, la construcción de carreteras, la minería y explotación de hidrocarburos e, incluso, la misma producción de alimento cuando se hace agricultura a gran escala.

De hecho, el informe “Bosques Vivos” predice que entre el 2010 y el 2030 sólo en los once nodos de mayor deforestación a nivel mundial se perderán 170 millones de hectáreas de bosques (ver infografía), de los que 26,48 millones de hectáreas corresponden a áreas cercanas a Colombia (23,48 millones en toda la región amazónica y tres millones en la ecorregión Chocó-Darien).

Cifras que resultan tan desalentadoras como las que dio el Ideam en su último reporte, donde se identificó que entre el año 2014 y el 2013 la deforestación aumentó 16 %. Y aunque la Amazonia fue la región que más redujo la tala de bosque, sigue liderando la mayor tasa de deforestación.

Arma y escudo contra el cambio climático

Los bosques son conocidos por ser “sumideros de carbono”. Una expresión que en palabras más simples quiere decir que los árboles, desde sus hojas hasta sus raíces, están compuestos de carbono, el famoso elemento químico que una vez llega a la atmósfera, en forma de dióxido de carbono, se convierte en uno de los gases efecto invernadero (GEI) que contribuyen al cambio climático. Por ende, cuando el bosque se conserva es un escudo contra el cambio climático, porque captura carbono, mientras que cuando se deforesta es un arma a su favor, porque lo libera.

Esta es la razón para que Colombia, como uno de sus grandes compromisos internacionales, se pusiera la meta de deforestación neta cero en la Amazonia para el año 2020. Una iniciativa que busca dejar de emitir 44 megatoneladas de GEI a la atmósfera y frenar la expansión de la frontera agropecuaria a través de la reconversión de estas prácticas por unas que sean más productivas y sostenibles.

“Lograr esta meta debe venir de un ejercicio coordinado. De alianzas entre el Ministerio de Ambiente, el Ministerio de Agricultura y los actores locales y regionales, como comunidades, municipios y corporaciones autónomas, para entender dónde están los puntos críticos de deforestación e impulsar modelos agroambientales, como lo es la ganadería silvopastoril”, explica Luz Marina Mantilla, directora del Instituto Amazónica de Investigaciones Científicas (Sinchi).

Por esto, bajo el programa de Visión Amazonia, dentro del cual está enmarcada la meta, se han hecho acuerdos con el Fondo para el financiamiento del sector agropecuario (Finagro), para que los créditos se monten sobre cadenas productivas y de valor que ayuden a cumplirla. Además, se han hecho acuerdos sectoriales con los involucrados en construcción de vías, para que estas se desarrollen bajo indicadores que permitan cumplir la anhelada deforestación cero.

La meta, claro, no es un objetivo suelto. Va de la mano de otros compromisos presentados en la COP21, como la de reducir el 20 % de las emisiones de GEI para 2030 con base en un escenario proyectado o aumentar las áreas protegidas en 2,5 millones de hectáreas, y de indicadores establecidos dentro del Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018: disminuir la deforestación anual de 120.000 hectáreas a 90.000 y pasar de 90.021 hectáreas restauradas a 300.000. Cumplir con estas metas nos encaminaría al cumplimiento del ODS que busca proteger, restaurar y promover la utilización sostenible de ecosistemas terrestres.

Pero el reto no es fácil. Sobre todo cuando crecer de manera sostenible incluye pensar en otros objetivos, como erradicar el hambre y la pobreza. ¿A qué darle prioridad?, se han preguntado muchos.¿Cómo evitar que políticas como Colombia Siembra –que busca aumentar un 1 millón de hectáreas sembradas a 2018– amenacen con la conservación de los ecosistemas terrestres? ¿Cómo lograr que las Zonas de Interés de Desarrollo Rural Económico y Social (Zidres) –que deben estar ubicadas en regiones del país aisladas de centros urbanos y sin infraestructura– no terminen por convertirse en un nuevo motor de deforestación? 

La respuesta, tal vez, se acerca a la coordinación que plantea Mantilla y a una de las bases de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS): entender que todos los elementos están interconectados. Comprender que la seguridad energética, la garantía de alimento, el agua potable, la cura contra enfermedades y el desarrollo económico, están en nuestros bosques.

 

Por María Mónica Monsalve

 

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