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Premio a la lucha inga contra la amapola

Por proteger el medio ambiente y su territorio, los indígenas del Resguardo Aponte, en Nariño, recibirán el reconocimiento Ecuatorial 2015 de la ONU.

Angélica María Cuevas Guarnizo
23 de septiembre de 2015 - 03:48 a. m.

En diciembre, durante la Conferencia Mundial sobre Cambio Climático, una delegación de indígenas ingas colombianos viajarán a París. Pero, a diferencia de los demás invitados a la cumbre, de quienes armados de posturas “negociarán” el futuro ambiental del planeta, los nariñenses llegarán a Francia para recibir un reconocimiento, no al discurso, sino a las acciones que los han identificado como guardianes del territorio, promotores de paz y cuidadores del medio ambiente.

El Resguardo Inga Aponte recibirá el Premio Ecuatorial 2015, entregado por Naciones Unidas a 21 acciones de base comunitaria e indígena del mundo para destacar su trabajo de protección al planeta, la superación de la pobreza y sus acciones dirigidas a mitigar el cambio climático.

En medio del conflicto armado, que desde finales de los años 80 llenó su cotidianidad de bombardeos, fumigaciones aéreas y enfrentamientos entre ejército, guerrillas y paramilitares, este pueblo de 3.000 indígenas tomó en 2003 la decisión de convocar a sus autoridades mayores y en una minga espiritual, que se extendió por un año, resolvió enfrentarse a la guerra.

Eligieron fortalecerse como comunidad y, a partir de un trabajo espiritual y sin necesidad de utilizar armas, se convencieron de que debían recobrar miles de hectáreas de su territorio que habían sido tomadas por cultivos de amapola y por la guerra ligada a la producción y el tráfico de heroína. “Lucharon con éxito para recuperar su soberanía sobre 22.283 hectáreas de territorio ancestral”, dice el comunicado de la ONU que los declara ganadores.

En 2003, cuando el Gobierno les ofreció pagarles por tres años a unas familias específicas por realizar erradicaciones manuales, los indígenas se negaron a aceptar pagos individuales y negociaron un acuerdo pionero en el que se recibió el dinero de todos en un fondo común.

A partir de allí se fortalecieron y ese mismo año tramitaron la titulación del territorio para convertir el cabildo indígena en resguardo. Además acordaron fortalecer sus instituciones de justicia y se comprometieron ante sus adultos mayores y otras autoridades a alejarse de la cultura del narcotráfico.

Para enfrentar a los mafiosos y los armados, los ingas tomaron la decisión más inteligente: volver a utilizar su lengua, que para ese momento, tras la llegada de la cultura narco, casi había desaparecido y sólo la hablaban los ancianos.

Era la única herramienta que les permitía fortalecerse como comunidad sin que los violentos pudieran comprenderlos. “Por las amenazas había que moverse rápido de un lugar a otro, y ellos no podían entender cuál era el próximo sitio que elegiríamos para protegernos. Nuestros acuerdos los comenzamos a hacer en nuestra lengua. Además, los ingas volvimos a conectarnos con lo espiritual, y en tomas de remedio (yagé) con los sabedores cofanes y sionas íbamos encontrando el camino y la fuerza para continuar”, dice Hernando Chindoy, presidente del Tribunal de los Pueblos Indígenas y las Autoridades del Suroeste de Colombia y exgobernador del pueblo inga de Aponte.

Tras la expulsión de los grupos ilegales y años de lucha en los que recibieron muy poco apoyo del Estado colombiano, el pueblo inga declaró 17.500 hectáreas de páramos, lagunas y montañas como área sagrada. La comunidad se organizó en torno a un modelo de gobierno que se basa en una visión compartida de la justicia y la acción colectiva en la salud, la educación, los servicios comunitarios, la restauración de ecosistemas y los medios de vida sostenibles.

Para Chindoy, lo más significativo de este proceso, que cumple 14 años, es que los ingas de Nariño se conectaron con sus principios ancestrales de vida: no robar, no mentir, no ser perezosos y ser dignos. “Somos hombres y mujeres inteligentes y de paz. Volvimos a creer en que la justicia es el pilar. Por eso le pedimos al Gobierno que no nos abandone, que nos ponga cuidado, que esta ha sido una lucha difícil, pero sólo se podrá mantener en el tiempo si el Estado cumple con su tarea de garantizar nuestros derechos”, dice. Chindoy tomará en diciembre un avión a París, junto con la maestra María Encarnación Janamejoy, rectora de la Institución Educativa Agropecuaria Inga de Aponte. Más que discursos, entregarán lecciones en la Cumbre Internacional de Medio Ambiente.

Por Angélica María Cuevas Guarnizo

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