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Salvar un río con las propias manos

A través de un programa de vigías ambientales, monitoreo de la calidad del agua y talleres educativos puerta a puerta, una comunidad de Cundinamarca está logrando lo que parece imposible: unir a varios líderes para proteger un recurso hídrico en amenaza.

María Mónica Monsalve S.
03 de marzo de 2016 - 04:08 a. m.

En la planta de tratamiento del Acueducto Progresar E.S.P., ubicado en el municipio de Guasca, la doctora Maritza Bernal, encargada del laboratorio, cuenta que las muestras de agua cruda que entran a tratamiento deben ser medidas más de seis veces al día. A diferencia de otros acueductos del país, este –que cubre los municipios de Sopo, Chía, La Calera y Guasca– no toma el agua de nacimientos o pozos profundos, sino del río Teusacá. Una fuente hídrica que por la presión y uso del suelo que recibe en la parte alta de la cuenca, suele llegar en condiciones que parecen caprichosas.

“El agua puede entrar con una turbiedad de 20 y a las tres horas estar en 800”, cuenta Bernal. “Por ejemplo, cuando el pH llega en cinco y no en siete, sabemos que hubo un vertimiento aguas arriba”, explica la experta, rodeada de los equipos que le sirven para calcular el color, la turbiedad, el cloro y el pH no solo del agua que entra a la planta, sino de la que sale hacia los 6.300 hogares beneficiados por el acueducto.

Bernal, como muchas de las personas que viven alrededor del valle del Teusacá, ha sido testigo del deterioro del río. El agua, explica, está cada vez más “terrible” y en temporadas secas como la actual, termina dos metros por debajo de su nivel normal.

Aunque en términos prácticos esta situación no afecta que el agua llegue con buena calidad a los hogares, pues como lo afirma Enrique Baena, gerente de Progresar E.P.S., “uno podría traer aguapanela y sacar agua pura a través de procesos químicos”, la situación sí despertó una preocupación que empezó a movilizar a la comunidad alrededor de la salud del Teusacá. Empezaron a armar varias fichas que serían encajadas en una solo proyecto para proteger la Gran Cuenca del Río Teusacá.

La primera de ellas, de la que partió toda la iniciativa, fue realizar un estudio tanto biológico como social de lo que está pasando en el río. “Vinieron biólogos, economistas, ingenieros agrícolas, trabajadores sociales y geógrafos, entre otros, que nos dijeron que si queríamos entender qué estaba pasando con el Teusacá teníamos que estudiar no solo esta pequeña parte que nos toca a nosotros, sino toda la cuenca. Las quebradas de las que viene en las partes altas y por donde va a desembocar”, afirma Baena.

Laura Holguín, bióloga de la Universidad Nacional, quien ayudó a realizar el análisis, terminó por convertirse en la Embajadora de la Gran Cuenca y desde hace tres semanas se ha encargado de recorrer las diferentes comunidades “para echarles el cuento”. Su misión, explica, es conquistar una a una a las personas interesadas por cuidar la cuenca. Empezar a agrupar a quienes les duele la salud del río, para ver quién tiene el perfil para participar en el proyecto.

“Una de las principales conclusiones del estudio –además de una pérdida de vegetación nativa del 26 % y una ganancia de pastos y cultivos del 12 %– fue encontrar que en esta región hay una falta de cohesión social. Hay vecinos que cultivan papa, al lado de un condominio gigante como La Pradera, y les siguen unos campesinos que viven del ganado. No encuentran un lenguaje común para asociarse en un tema que les importa a todos”, afirma. ¿Su propuesta? Acercarse a ellos, conocer sus problemáticas, dictarles talleres y darles espacios de participación para que todos empiecen a hablar un mismo lenguaje: el de la Gran Cuenca del Río Teusacá.

¡A vigilar la cuenca!

“Cuando llego a las comunidades, hay unos líderes que se hacen muy evidentes. Es fácil identificarlos porque participan mucho, hacen preguntas y se les nota entusiasmo por el tema”, cuenta Holguín. “Con el fin de montar un plan que atienda a la comunidad, a esas personas las convertimos en vigías ambientales”, agrega Baena.

A los vigías, entonces, se les encargan otras dos misiones: la de llevar el conocimiento que reciben de expertos a sus comunidades y la de recolectar mayor información sobre lo que está pasando alrededor de la cuenca. Por ejemplo, de los doce vigías que hay hasta el momento, ocho son alumnos del Colegio Campestre. A pesar de que los estudiantes no son beneficiaros directos de la Gran Cuenca del río Teusacá, se han interesado en hacer investigación con líquenes y macroinvertebrados en esta zona.

“Estos muchachos se van a meter en la cuenca y se van a mojar de río para producir información. Luego esto lo subimos a nuestras plataformas en línea para que otras personas la puedan ver”, explica Baena.

La idea para finales de este año es conquistar a 50 vigías ambientales. Un grupo de personas de diferentes edades e intereses que cuando llegue el momento, puedan señalar a las autoridades ambientales dónde se están haciendo los vertimientos, cuáles son los trayectos con mayor presión por uso y qué especies están dejando de llegar a la cuenca o regresando al río tras largos períodos de ausencia.

Jugar a monitorear el agua

En el 2009, Elinor Ostrom, politóloga estadunidense, se convirtió en la primera mujer en recibir un Nobel de Economía. A través de un trabajo con diversas sociedades, Ostrom rompió con el pensamiento tradicional de que los bienes comunes –como el agua– debían ser intervenidos de forma estatal o por un interés privado para evitar su sobreexplotación. En cambio, la autora propuso que las comunidades podían resolver de forma autónoma sus problemas colectivos, bajo sus propias “reglas del juego”. En otras palabras, la politóloga le estaba diciendo al mundo que las personas podían inventar las medidas para gobernar sus recursos colectivos sin que el deseo individual de acumularlos acabara con ellos.

Cautivado también por esta línea de pensamiento, Juan Camilo Cárdenas, profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes –además fue alumno de la nobel–, empezó a aplicar esta teoría en Colombia.

Una de estas experiencias la realizó en la cuenca del río Suratá (Santander), que se estaba convirtiendo en el centro del huracán entre la minería, los grandes empresarios que se preocupaban por la oferta hídrica y los campesinos que la necesitaban para el riego. “Entre las distintas inquietudes que se generaron estaba crear un sistema de monitoreo del agua para responder a estas amenazas”, aclara Cárdenas.

Así, con ayuda de la Facultad de Ingeniería de los Andes, adaptaron un sensor de monitoreo del agua que han venido desarrollando con el Public Lab y el MIT Media Lab de Massachusetts, y con el apoyo de Usaid, para que los mismos ciudadanos puedan monitorear el agua de sus ríos de forma económica y fácil.

Los medidores –que consisten en una recipiente de plástico, tres pilas doble A, una sim card para enviar información y un sensor de turbiedad y otro de temperatura– ya han sido implementados en la cuenca de Suratá. Y según explica Baena, pronto 30 de estos serán entregados a la comunidad del valle de Teusacá para que se instalen a lo largo de la cuenca.

“Estos sensores hacen un reporte directo a una plataforma virtual, entonces se va a generar una dinámica de entusiasmo por el río. Es sumergirse en la cuenca, sentirla y olerla para saber cómo está”, aclara Baena.

Y como él muy bien lo explica, el papel del acueducto en este proyecto ha sido el de ser un director de orquesta. “Lo que queremos es sumar y sumar resultados, entre los de arriba y los de abajo, para que la misma comunidad sea la que decida cómo quiere vivir dentro de quince años”. Ir conquistando a los distintos actores que se benefician del agua para que la Gran Cuenca del Río Teusacá se convierta en uno de esos ejemplos en los que la nobel Ostrom creyó hace algunos años.

 

Por María Mónica Monsalve S.

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