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Sin suelo y sin comida para tanta gente

Aunque el 70% de los suelos degradados se encuentran en ecosistemas húmedos, países tropicales aguan intento internacional por recuperar estas tierras.

Lorenzo Morales
27 de octubre de 2015 - 02:09 a. m.
Delegados de 160 países se reunieron la semana pasada en Ankara, Turquía para recuperar las tierras erosionadas. Flickr - Enrique Domingo
Delegados de 160 países se reunieron la semana pasada en Ankara, Turquía para recuperar las tierras erosionadas. Flickr - Enrique Domingo

Para 2030, casi todos los países del mundo deberían haber logrado frenar la perdida masiva de suelos fértiles o productivos, un fenómeno creciente producto del mal manejo de la tierra, el cual tiene implicaciones directas en la provisión de alimento y agua pura para millones de personas, sobre todo las más pobres.

Más de 160 naciones acogieron la meta de alcanzar una “neutralidad” en la degradación de sus suelos, es decir recuperar las tierras erosionadas o que han perdido su capacidad productiva. La meta que debe cumplirse en los próximos 15 años fue acordada durante la última reunión de los países firmantes del Convenio de Naciones Unidas sobre Degradación de Suelos, o UNCCD en Ankara,

“El manejo de los suelos será como la reina en el tablero de la lucha contra el cambio climático y la conservación de la biodiversidad”, dijo horas antes del cierre de las negociaciones Monique Barbut, secretaria ejecutiva de la Convención. “Como ninguna otra ficha, este acuerdo está llamado a cubrir y dar soporte a nuestras ambiciones en términos de clima, biodiversidad, empleo, migraciones y seguridad”, dijo.

Sin embargo, las metas – cuántas hectáreas y en qué lapso- quedaron en el terreno de lo voluntario: cada país fija sus propios objetivos y sus plazos. Esa flexibilidad, con frecuencia la nota dominante de las negociaciones mundiales sobre temas ambientales, sigue sembrando escepticismo sobre la efectividad de los acuerdos, cuando el aprovechamiento de los recursos del planeta por parte de los humanos parece estar llegando a sus límites.

La UNCCD es parte, junto a la Convención de Biodiversidad y la de Cambio Climático, del trinche con el que cuenta la política mundial para fijar las reglas de un modelo planetario de desarrollo sostenible.

Brasil, la piedra en el zapato

El acuerdo se logro en medio de un juego de intereses geopolíticos, en particular de aquellos países cuya economía depende en el uso intensivo del suelo, siendo Brasil uno de los casos más emblemáticos.

El meollo de la puja entre muchos países que padecen procesos severos de degradación de tierras o, en el caso más extremo, de desertificación, está en determinar cuáles son las zonas que los países deberían comprometerse a recuperar.

Brasil desplegó un contundente arsenal diplomático para evitar que el acuerdo de “neutralidad en la degradación de suelos”, incluyera zonas húmedas, las cuales corresponden a la mayoría de sus suelos.

“Brasil está impidiendo que realmente avancemos”, dijo un alto oficial de la UNCCD que pidió no ser identificado, pues no es un vocero oficial. “Y lo hace de manera sistemática, consciente y muy profesional”.

Brasil, con su régimen de lluvias tropical, es uno de los grandes productores de alimentos del mundo, con extensos monocultivos muchos de ellos en zonas deforestadas del Amazonas. Buena parte de su economía se sostiene en la exportación de alimentos, sobre todo de granos y carne.

En los próximos 25 años, la degradación de los suelos puede reducir la producción de alimentos hasta en un 12 por ciento, lo que aumentaría en casi 30 por ciento el precio de los alimentos en el mundo, según cifras recientes de la agencia de cooperación técnica de Alemania.

“Estamos perdiendo de vista para quién trabajamos aquí”, dijo Felipe Costa, uno de los delegados de Brasil en la Convención durante una de sus recurrentes intervenciones ante el resto de países. Brasil defiende la idea que cualquier acuerdo sobre degradación de suelos debe ser sólo para las tierras áridas, lo que cobijaría sólo una pequeña porción de su inmenso territorio.

Colombia, con algunos ecosistemas compartidos con otros países tropicales de la región, se ha alineado con esa misma postura. Las extensas sabanas de la Orinoquía están en la mira o han sido ya adquiridas por empresas agroindustriales que aspiran a desarrollar plantaciones extensivas en suelos naturalmente pobres, que podrían estar sujetos a recuperación.

Oficiales de la UNCCD, habituados a la diplomacia, públicamente prefieren evitar la controversia. “Yo no llamaría eso (la posición de Brasil) “bloquear””, dijo a El Espectador Richard Byron-Cox, de la UNCCD. “Aquí estamos para crear consensos”.

En las intrincadas sutilezas del lenguaje de Naciones Unidas eso no equivale a que todos estén de acuerdo sino a que nadie se oponga.

Por su parte China, el mayor consumidor de energía y alimentos del mundo y un actor decisivo en otras negociaciones mundiales sobre medio ambiente, para este tema se ha refugiado en el viejo truco que suele aplicar para evadir sus responsabilidades: se considera a sí mismo un país en vía de desarrollo que no puede acogerse a las metas de los más ricos y poderosos del mundo.

La urgencia de la UNCCD por mostrar avances se da durante su 12 reunión mundial que finalizó el sábado en Ankara, Turquía. La convención contra la degradación de suelos cumple casi 20 años de firmada por más de 160 países pero carece aún de metas concretas de recuperación de suelos.

La Convención atraviesa por una especie de crisis de identidad, pues sus hermanas -las de Cambio Climático y Biodiversidad- se han robado el lustre y el protagonismo, y con él, el dinero. “La Convención de los pobres”, la llaman, soto voce, los delegados y recuerdan que fue un instrumento que nació para atacar en buena medida los problemas de seguridad alimentaria y crisis humanitarias en África. Y hasta ahora parece estar costándole mucho dejar atrás ese estigma.

“Mucho reporte y pocas acciones”, dijo a El Espectador un delegado de otro país sudamericano.

Por Lorenzo Morales

 

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