Tres apuestas de biodiversidad urbana

En medio de las discusiones entre urbanistas y ambientalistas por cómo deben crecer las ciudades, el Instituto Humboldt publicó un libro que recopila algunas iniciativas que rompen con este enfrentamiento.

María Mónica Monsalve S.
11 de mayo de 2016 - 11:58 p. m.
Zorro perro (“Cerdocyon thous”), registrado por la plataforma Aburrá Natural.  / Camilo Botero
Zorro perro (“Cerdocyon thous”), registrado por la plataforma Aburrá Natural. / Camilo Botero

¿Cemento o bosque? ¿Reserva Van der Hammen o proyecto urbanístico? ¿Biodiversidad o megaconstrucciones? La pregunta, que cada vez se hace más recurrente, suele partir de la idea de que todo crecimiento urbano va en contra de la naturaleza: que la ciudad está destinada a ser el centro de las actividades humanas, mientras en el área rural deben converger los procesos biológicos. Sin embargo, la experiencia nos ha dicho que la fórmula no es tan básica. Las ciudades necesitan de la biodiversidad y de espacios verdes para hacer frente a inundaciones y fenómenos como el cambio climático; para subsistir en el tiempo, no les pueden dar la espalda a los bosques, quebradas o reservas que aún sobreviven dentro y alrededor de ellas.

Por esto, con el fin de ayudar a construir una visión de ciudad en Colombia que tenga en cuenta las variables ecológicas y sociales del país, el Instituto Humboldt recopiló en el libro Naturaleza urbana varias iniciativas que combinan ambos factores. Un texto que, como escribe su editora, María Angélica Mejía, es una caja de herramientas para empezar a construir ciudades sostenibles donde se entienda que el bienestar humano también depende de la biodiversidad urbana. Estas son sólo tres de las varias experiencias que tiene Colombia.

Rastrear la biodiversidad en el Valle de Aburrá

Para hacer un muestreo de biodiversidad, no es necesario ir muy lejos. Se puede hacer en el camino a la universidad, cuando se monta bicicleta los fines de semana, en el lugar donde se juega fútbol o atravesando la calle para llegar a una quebrada que quede en la ciudad. Esto fue lo que descifraron los creadores de Aburrá Natural, una página web que busca documentar en línea la historia natural y la biodiversidad del Valle de Aburrá (www.aburranatural.org).

Puma registrado por cámara trampa de Aburrá Natural. / Aburrá Natural

Según cuenta Carlos Delgado Vélez, biólogo y pionero de la iniciativa, él empezó a registrar la biodiversidad desde hace 18 años, pero apenas hace siete años se salió del escenario científico. “Junto con dos biólogos más y un ingeniero forestal quisimos crear un espacio para compartir las historias y los eventos que había detrás de nuestra investigación, entonces decidimos crear una página web sencilla para recopilar la información”.

Desde entonces, en cada caminata que hacen en Medellín o Envigado, en las laderas de la ciudad o en los bosques dentro de ella, registran las especies de flora y fauna. Además, en las notas que comparten en la página también dan datos sobre el hábitat, el comportamiento o el alimento de la especie. Pues, como lo afirma Delgado, la idea de Aburrá Natural es hacer investigación, divulgación y educación.
“Como es un proyecto financiado por nosotros mismos y no podemos estar en todas partes, recibimos colaboraciones de personas que registran especies en varias partes del Valle de Aburrá. Es muy interesante porque no se hace desde el esquema riguroso de la ciencia, sino desde lo cotidiano”, afirma.

Una de las cosas que más los han sorprendido desde que empezó el proyecto es que de las seis especies de felinos que existen en Colombia, han registrado cuatro en el Valle de Aburrá: el puma, el ocelote, el tigrillo lanudo y el yaguarundí. Los primeros tres los reconocieron a través de cámaras trampa que instalan tanto en bosques como debajo de puentes, mientras el último, con un final más triste, fue registrado cuando encontraron su cuerpo después de que lo atropellara un carro.

En efecto, además de crear este inventario de biodiversidad, Aburrá Natural también busca identificar cuáles son los riesgos de amenaza local. Por esto, entre los textos publicados no es raro encontrar títulos como “Zorro atropellado en ‘día sin carro’” o “Cruzar las carreteras sin que nadie me vea”.

“Aburrá Natural nos permite entender la ciudad como un ecosistema con ciertas particularidades, donde habitan otros organismos y no solo humanos. Científicamente, esto es importante, claro. Pero sigo creyendo que lo más valioso es encontrar un espacio donde se enseñe la biodiversidad”.

Cali, la ciudad del agua

“Yo iba viajando con mi guitarrita y visitaba el campo, las comunidades indígenas y los pescadores. Así llegue a comprender a América de una manera distinta, donde la pertenencia de lo nativo es fundamental y se siente ese arraigo por el territorio”, afirma Jahuira, quien explica que su nombre se lo entregó un pueblo nativo y se convirtió en una parte fundamental de él. El otro, el que tal vez quedó guardado en una notaría, ya no lo da.

Cuando regresó a Cali se encontró con que, como muchos, un terreno en el piedemonte de la cordillera Oriental, que atraviesa el río Cañaveralejo, en la vereda El Mango, corregimiento Los Andes, estaba deteriorado. “Pensé en recuperar el cauce del río, y mientras estaba en ese proceso llegaron varios amigos con sus hijos. Fue un experimento, y a la vez que se arreglaba el territorio se gestaba un proceso pedagógico”, recuerda el rector. Así, de a poco, se fue construyendo el Colegio Ideas de Cali.

Una institución que pasó de ser un proyecto de restauración a convertirse en una aldea ecológica y que terminó incidiendo en la forma como la Alcaldía de Cali piensa la ciudad. Gracias a la iniciativa que tuvieron sus alumnos de recuperar la cuenca media del río Cañaveralejo, la región terminó por adoptar un Plan de Desarrollo Municipal que incluye la construcción de corredores culturales, ambientales y paisajísticos, y un Plan de Ordenamiento Territorial donde el eje central de la ciudad no es la movilidad, sino siete cuencas.

Para restaurar el río Cañaveralejo, el Colegio Ideas empezó por convocar a la comunidad para que se limitara a hacer algo muy simple: admirar su territorio. “Cuando una persona percibe las funciones que tiene alrededor, hay cuidado y protección por el lugar donde vive”, afirma Jahuira. Después empezaron a hablar con ellos sobre el principio de sostenibilidad e hicieron una cartografía social para que todos los usuarios de la cuenca se reconocieran. “Así, el carpintero sabía para qué y qué tanto usaba el agua el agricultor, y viceversa”.

Con esto, ya tenían claro cuáles eran las necesidades e intereses de la comunidad, por lo que terminaron diseñando y construyendo un sistema de alcantarillado, pozos sépticos y un recolector de aguas residuales con capacidad para almacenar el 80 % del agua de la población, junto con algunas entidades como la Secretaría de Salud y las empresas municipales.

Esta iniciativa, además de ser reconocida con el Premio Planeta Azul del Banco de Occidente, el sello Icontec y el premio nacional Compartir al Rector, les permitió pensar que el proyecto puede replicarse en otras seis cuencas bajo la bandera de un plan más grande llamado “Cali, ciudad de las aguas”, con el cual se busca recuperar el potencial hídrico de la ciudad.

Los contrastes de la biodiversidad en Quibdó

A pesar de que Quibdó es la capital de uno de los departamentos con más biodiversidad en Colombia, la carencia de infraestructura y la gran cantidad de desplazados que ha dejado el conflicto armado de Colombia han impedido que su población reciba los beneficios que da la naturaleza. Por esto, contrario a lo que se espera, los recursos naturales no son aprovechados sino deteriorados.

Ante esta situación, la Secretaría de Ambiente y Biodiversidad de la pasada administración decidió poner la biodiversidad de nueva en la agenda de la ciudad. Según explica Yenecith Torres Allin, secretaria de Ambiente 2012-2015, se diseñó un plan de arborización y ornamentación en el municipio para rescatar los espacios verdes.

La iniciativa sembró más de 5.000 plántulas en áreas claves de la ciudad, como el Aeroparque, el Malecón, la alameda Reyes y el parque Centenario, además de restablecer funciones ecológicas que se habían perdido, como la mejora de la calidad del aire, la reducción del ruido y la radiación solar.

mmonsalve@elespectador.com 

Por María Mónica Monsalve S.

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