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Un supermercado hecho con productos del bosque seco

Treinta y nueve familias de Natagaima (Tolima) y Aipe (Huila) decidieron rescatar los beneficios de este ecosistema que es altamente resistente a las sequías extremas. Hoy se dedican al turismo sostenible, a la apicultura y a las artesanías con totumas.

María Paulina Baena Jaramillo
20 de octubre de 2016 - 03:30 a. m.
Los bosques secos pueden aguantar hasta nueve meses sin lluvia, se tornan cafés y luego se recuperan y duran cerca de dos meses con tonalidades verdes. Fotos: Cecilia Leal - PNUD
Los bosques secos pueden aguantar hasta nueve meses sin lluvia, se tornan cafés y luego se recuperan y duran cerca de dos meses con tonalidades verdes. Fotos: Cecilia Leal - PNUD

–Llámeme ahorita, que estoy ocupada haciendo un pato relleno que vamos a llevar mañana a la feria –dice Dora Luz Rivera con acento opita.

–¿Qué feria? –le pregunto.

–Una que se llama “Saberes y sabores del bosque seco tropical”, en la que mostramos los productos nativos. Es como si fuera un mercado, pero sólo de bosque seco –concluye.

De camino al desierto de la Tatacoa y a orillas del río Magdalena, en el departamento del Huila, está ubicado el municipio de Aipe. Dora Luz Rivera vive en la vereda Santa Bárbara, a pocos minutos de Aipe, y sólo hace dos años descubrió que su territorio era único en el mundo. Supo, por ejemplo, que coloquialmente le llaman el bosque de los mil colores, porque pierde sus hojas en la época seca y explota en flores de todos los colores cuando empiezan las primeras lluvias.

Precisamente, hace dos años y medio llegó a la región del Huila y Tolima el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF) con el fin de implementar un proyecto llamado “Protección y conservación de los ecosistemas secos para garantizar el flujo de servicios ecosistémicos y mitigar los procesos de deforestación y desertificación”. El objetivo era voltear la mirada sobre estos bosques, en los que históricamente se ha asentado la mayoría de la población colombiana.

De hecho, en Colombia toda la región Caribe, el norte del Valle del Cauca, el sur del valle del Magdalena, el valle del Patía y los Llanos están cubiertos por este tipo de bosque. Justo esas zonas han sido transformadas para ganadería, agricultura y fincas de recreo por la fertilidad de los suelos. Además, su clima benévolo y la época de sequía hacen que los terrenos sean menos propensos a las inundaciones y las plagas.

El problema es que su estado es crítico: más del 90 % del bosque seco ha sido talado, más del 60 % está bajo los usos de la agricultura y la ganadería y más del 65 % es ahora desierto y ha perdido la productividad de sus suelos, según estudios del Instituto Humboldt. (Lea también: "Desteñidos los bosques de los mil colores").

Pero, como explica Liliana Andrade, del municipio de Aipe, quien antes vendía ropa para mantener a su familia y ahora se dedica al turismo sostenible, “nosotros no les veíamos potencial a estos árboles, pero lo cierto es que es un bosque resistente, que se recupera rápidamente a pesar del calor extremo”, comenta.

Andrade cuenta que ni siquiera se sabía el nombre de los árboles majestuosos que la rodeaban en su finca y hoy guía a los turistas que llegan a través del sendero Chicalá, en un recorrido que puede durar entre dos y tres horas. Allí les enseña las distintas semillas, les muestra las imponentes ceibas, caracolíes, higuerones y payandés que surcan el camino y dan sombra en una temperatura que a veces alcanza los 45 grados. Y de paso, aprovecha para contarles las historias de pueblos indígenas que habitaron en el pasado, a través de los petroglifos que allí se encuentran.

“La idea es que se identifiquen como una comunidad del bosque seco”, asegura Cecilia Leal, profesional del proyecto Ecosistemas Secos Región Andina del PNUD. “El objetivo es reducir la tendencia que se tiene de deforestación y desertificación del bosque seco y promover la conservación de la biodiversidad a partir de cadenas productivas”, asegura.

Según Leal, el proyecto le apunta a tres cadenas productivas: la apicultura, el turismo sostenible y las artesanías con totumo, de los que se benefician 39 familias de Aipe (Huila) y Natagaima (Tolima). Se eligieron estos ecosistemas secos porque, a pesar de estar diezmados y tener procesos de intervención muy fuertes, tienen una capacidad de resistencia muy alta. Sumado a esto, son la casa de muchas comunidades que deben aprender a convivir con ellos para sobrevivir. (Le puede interesar: "SOS por el bosque seco tropical").

Actualmente el proyecto está concentrado en los departamentos de Tolima, Huila y Valle del Cauca (en donde apenas está arrancando) porque, de acuerdo con la cartografía elaborada por el Instituto Humboldt en 2014, estas eran las regiones donde todavía permanecían algunos relictos de bosque seco que se podían conservar. “Entonces la comunidad está mirando qué productos puede sacar del bosque, porque antes no los habían visto”, afirma Leal.

José Édgar Sánchez sí conocía a las abejas, pero no las quería porque eran venenosas y pensaba que le dañaban su cultivo de limón pajarito. “Pero la abeja es maravillosa y le ayuda al ecosistema”, dice. Ahora, este campesino de 58 años tiene instaladas 10 colmenas y se dedica a la apicultura en su finca, que queda a unos 10 kilómetros de Aipe.

Comenta que, aunque él y su esposa son pobres, los bosques secos les han dado lo que necesitan para vivir, pese a que el agua escasee durante gran parte del año y el fenómeno de El Niño sacuda cada vez con más fuerza. “El programa nos despertó, porque estábamos dormidos, teníamos algo bueno en la mano y no sabíamos qué hacer”, sostuvo Sánchez.

En esto coincide Edelmira Díaz, indígena y artesana de la totuma del resguardo indígena de Pocharco, situado en el municipio de Natagaima, Tolima. “El totumo (árbol) no lo aprovechábamos en nada, las totumas se caían, se podrían y queríamos ponerle un sentido”, cuenta. “Ahora, aparte de darnos sombra, nos generan ingresos”, complementa.

En el trabajo de las artesanías con totumas están involucrados 19 personas, de las cuales 16 son mujeres. Se reúnen a trabajar los jueves y algunos lunes y mediante trazos y formas dan vida a este fruto circular. Hoy venden mates para dulces, aretes, collares, cucharas, recipientes y hasta nidos para aves.

Esta comunidad de Pocharco vivió un período de violencia desde 2001, cuando llegaron los paramilitares, y tuvieron que desplazarse a Natagaima. Decidieron regresar al poco tiempo, como cuenta Edelmira, porque no tenían los medios para vivir en Natagaima. “Sentíamos temor por las balas, un día nos reunieron a todos y mataron delante nuestro a un señor”, recuerda.

En Aipe, la situación fue más tranquila. Sin embargo, los territorios han estado colmados de conflictos por el uso de la tierra que han representado una degradación de los ecosistemas. De ahí que actividades productivas como la apicultura, el turismo sostenible y las artesanías con totuma representen una oportunidad para que los bosques secos alberguen comunidades “con mayor seguridad, estabilidad y opciones laborales que los saquen de la pobreza y les impidan abandonar sus territorios”, sostuvo Cecilia Leal, técnica del proyecto, en el PNUD.

Mientras Dora Luz Rivera termina de hacer la preparación de los patos que exhibió en la feria que se llevó a cabo el fin de semana pasado y Liliana Andrade enumera la larga lista de productos que habrá, como mantequillas, aceites, vinos, mermeladas, arequipes, pan, chicha, arepas, queso, leche, yogures, mieles, embriones de pato y jarabes que los campesinos preparan, concluye diciendo que estas actividades alejan del conflicto. “La gente se concentra en trabajar y no se queda en problemas”. Y al mismo tiempo, Dora Luz Rivera se pregunta: “¿Cómo le inyectamos a la gente las ganas de trabajar?”.

Por María Paulina Baena Jaramillo

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