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Usuarios de iPhone, 'culpables' del cambio climático

El 5S agrega más bioxido de carbono que el modelo anterior. Productores de partes para teléfonos también son grandes emisores.

Eduardo Porter, NYTimes
27 de diciembre de 2013 - 10:45 a. m.
Usuarios de iPhone, 'culpables' del cambio climático

Probablemente sea una apuesta segura que muy pocos usuarios de celular en el mundo que desenvolvieron un iPhone nuevecito debajo bajo su árbol de Navidad hayan pensando en el impacto de éste sobre el clima mundial.

Tengo unas cuantas buenas nuevas para ellos, y algunas malas.

No, Apple no se las ha ingeniado para producir el aparato sin agregar bióxido de carbono al aire, el cual atrapa el calor. La empresa prevé que un iPhone 5s inyecte 70 kilogramos - aproximadamente 155 libras - de bióxido de carbono equivalente a la atmósfera a lo largo de su vida útil, 5 kilos (11 libras) menos que el iPhone 5 que Apple presentó el año pasado.

La “buena” noticia es que bajo la contabilidad estándar de emisiones de carbono divulgada en conversaciones sobre el clima, no es, en su mayoría, culpa de los estadounidenses. Se considera que aproximadamente tres cuartas partes del bióxido de carbono es la responsabilidad de otra gente - en países como China y Taiwán, Corea del Sur y el interior de Mongolia - donde el teléfono y sus partes fueron hechos.

La mala noticia no es solo que el esfuerzo por reducir el calentamiento mundial está tan atascado como siempre, sino que, sea que nos guste o no, estamos todos juntos en esto.

Los obstáculos siguen siendo considerables. Incontables conferencias cumbre desde la adopción del Protocolo de Kioto, hace más de 15 años, no han logrado mover un ápice los bloqueos fundamentales que se interponen a la acción colectiva: ¿Cómo deberían dividirse los costos? ¿Quién le hizo qué a quién?

La globalización - que en el proceso de “exportar” la producción y los empleos de países ricos a países pobres también “exportó” el bióxido de carbono emitido para fabricar los productos consumidos por los países ricos - agrega otro complejo giro a asignar la responsabilidad por el carbono en el aire. La inquietante pregunta es la siguiente: ¿Son las emisiones responsabilidad de los países que las produjeron o de los países para los cuales se fabricaron los productos?

Hace dos años, algunas de las bases populares más verdes en el país les pidieron a Elizabeth Stanton y colegas en el Instituto Ambiental de Estocolmo-Centro EU que efectuaran una serie de cálculos sobre sus emisiones de carbono. En vez de contar el carbono que producían, querían un inventario de las emisiones generadas en la fabricación, transportación, uso y desecho de lo que ellos consumían.

Recibieron una sorpresa. San Francisco, por ejemplo, generaba tan solo 8 millones de toneladas métricas de bióxido de carbono equivalente en 2008. El consumo de la ciudad, por contraste, sumaba casi 22 millones de toneladas de carbono al aire. Con el uso de mediciones fundamentadas en el consumo, las emisiones de Oregón en 2005 dieron un salto a 78 millones, respecto de 53 millones.

“La gente que nos contrató para hacerlo se consideraba muy verde e innovadora”, dijo Frank Ackerman, quien encabezó el Grupo de Economía del Clima por el centro en esa época y actualmente trabaja con Stanton en Synapse Energy Economics, empresa consultora en Cambridge, Massachusetts. “Ellos pensaron que debido a que tenían bonitas iniciativas en marcha saldrían más abajo, sin considerar el hecho que muchos de las manufacturas que consumían se hacían en el extranjero”.

El enfoque en el consumo tiene sentido. Un necesario primer paso para familias y municipios es que comprendan su impacto sobre el cambio climático, a fin de que se emprendan acciones para mitigar las emisiones de carbono. Sin embargo, este tipo de nuevo cálculo podría tener un efecto imprevisto sobre la política internacional del cambio climático, modificando la responsabilidad en una magnitud mundial.

Todo parece indicar que la diplomacia del cambio climático está tan atascada como siempre. Países con mal registro en emisiones de carbono como China justifican su oposición a estrictos límites al carbono con el argumento de que, sobre una base por persona, sus emisiones siguen siendo muy bajas. Lo que es más, la mayoría del carbono en la atmósfera actualmente, argumentan, fue puesto ahí por los estadounidenses y otros emisores de carbono ricos, los cuales quemaron muchos combustibles fósiles en su camino a volverse ricos. Prohibirles a los chinos que hagan lo mismo equivaldría a condenarlos al estancamiento.

Legisladores en Washington replican que si bien todo esto pudiera ser verdad, no tendría sentido un trato que solo exigiera a países ricos que limitaran sus emisiones: sus ahorros en carbono serían invalidados por crecientes emisiones en otras partes. Emisores intensos de gases de invernadero - como la industria de agricultura y química - saldrían de naciones ricas con rumbo a las costas del mundo en desarrollo, con menores restricciones sobre el carbono.

De hecho, investigación reciente sugería que si los países ricos llegaran a reducir 20 por ciento sus emisiones respecto de niveles de 2004 sin asegurar la cooperación de países en desarrollo, aproximadamente entre 5 a 19 por ciento de los ahorros de carbono se perderían por “fugas”.

Incluso más inquietante es que no haya nada cercano a un consenso sobre quién es responsable por emisiones históricas. Algunos estudios han concluido que el mundo rico puso hasta 80 por ciento del bióxido de carbono existente en el aire. Sin embargo, investigadores en Países Bajos y en la Comisión Europea concluyeron este año que al incluir el impacto del cambio de uso de suelo, países en desarrollo efectivamente representaron casi la mitad de todos los gases que atrapan calor emitidos entre 1850 y 2010.

Arrojarle la contabilidad con base en consumo a este bosque de dedos acusadores pudiera agregar un matiz ético al debate, pero es improbable que lo facilite en lo más mínimo.

Un estudio publicado en los Procedimientos de la Academia Nacional de Ciencias hace dos años notaba que la globalización exportó cuando menos el equivalente de 1,200 millones de toneladas en emisiones de bióxido de carbono del mundo industrializado al mundo en desarrollo entre 1990 y 2008.

Cálculos con base geográfica hacen que parezca que países industriales y avanzados ya lograron estabilizar sus emisiones de carbono. Pero solo han mudado el crecimiento fuera de sus fronteras.

“Pensar en emisiones de consumo pone de cabeza el tema de la responsabilidad”, dijo Stanton.

Sin embargo, este es el acertijo. El enfoque usual que se considera para representar el costo de carbono “intercambiado” es gravar las emisiones registradas en la frontera. A grandes exportadores pobres como China, no causa sorpresa, no les gusta ese enfoque. Además, tienen algunos partidarios influyentes.

“Quizá esa sea una manera más eficiente de ayudarle al ambiente”, dijo Glen Peters, del Centro Internacional del Clima e Investigación Ambiental, en Oslo. “No estoy seguro de que sea beneficioso desde un punto de vista ético”.

El estudio sobre fugas de emisiones arrojó que la aplicación de un impuesto al carbono sobre importaciones reduciría esas fugas en aproximadamente un tercio. Sin embargo, “China tiene todo que perder”, dijo. Peters. “Si China sacara esto a colación en negociaciones, le estaría permitiendo a Estados Unidos y Europa regular exportaciones chinas”.

Otra investigación ha concluido que la imposición de una penalización fronteriza impulsaría a China y otros países en desarrollo a tasar sus propias emisiones de carbono - y quedarse con el dinero - en vez de que otros lo hagan.

Con envoltura de colores tirada por todo el piso y apps volando del viejo iPhone al nuevo, la mayoría de los estadounidenses no se estarán preocupando por nada de esto esta mañana de Navidad. ¿A quién le interesa, a final de cuentas, de quién es culpa?

Pero, si el mundo va a impedir que el catastrófico cambio climático socave con el tiempo la civilización, alguien - en alguna parte - debe pagar el costo de consumir menos carbono. Y nadie está dando un paso al frente. 

Por Eduardo Porter, NYTimes

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