Bitácora de una tragedia aérea

Fueron 71 los muertos por la caída del vuelo de Lamia que llevaba al equipo Chapecoense (de Brasil) hacia Medellín a la final de la Copa Sudamericana contra Nacional. Ya hallaron cajas negras. Toma fuerza hipótesis de falta de gasolina.

Edwin Bohórquez Aya
30 de noviembre de 2016 - 03:00 a. m.
Los seguidores del Chapecoense lloran la muerte de sus jugadores. / EFE
Los seguidores del Chapecoense lloran la muerte de sus jugadores. / EFE

9:54 p.m. Declaran desaparecida una aeronave en territorio colombiano.

11:24 p.m. El aeropuerto José María Córdova confirma que se presenta una emergencia con una aeronave procedente de Bolivia.

11:44 p.m. Se anuncia la activación del Comité Operativo de Emergencia del Aeropuerto José María Córdova para atender y la situación de emergencia.

12:22 a.m. Confirman que el avión con matrícula LMI2933 RJ80, que transportaba al equipo de fútbol Chapecoense, se precipitó a tierra. “Al parecer hay sobrevivientes”, advirtieron.

12:30 am. Entregan el punto exacto de la emergencia: Cerro Gordo, en La Unión, Antioquia.

12:41 a.m. Explican que el acceso solo se puede hacer por tierra, debido a las condiciones climáticas. Cancelan la misión de la Fuerza Aérea

Y sigue. El reloj no se detiene. No para. Se ha convertido en la sombra inclemente de la tragedia que enluta al fútbol mundial, que vio en la noche del lunes y amanecer del martes, cómo la esperanza de 77 familias se mantenía vigente, a la expectativa de que esos pocos sobrevivientes fueran sus seres queridos. Hasta las 3 de la tarde, la buena nueva solo les había llegado a seis de ellas: las de Ximena Suárez, Erwin Tumiri, Alan Luciano Ruschel, Jackson Ragnar, Helio Hermito Zampier y Rafael Valmorbida, quienes, de acuerdo con el reporte de la Aerocivil, eran los únicos que se conservaban con vida.

Esta es la bitácora inicial de una tragedia. La conocida, porque la investigación que ordenaron a la par el gobierno de Colombia y el de Bolivia será la encargada de determinar las verdaderas causas de por qué un avión, que salió desde Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, no alcanzó a llegar al aeropuerto de Rionegro y se precipitó a tierra dejando un saldo de 71 personas muertas, entre ellas jugadores y directivos del equipo de fútbol que hoy disputaría la final de la Copa Sudamericana frente al conjunto verde de Medellín, el Atlético Nacional. Venían con la tripulación y un grupo de periodistas deportivos.

1:01 p.m. Unas 12 horas después de comenzar las labores de rescate, Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, reportó la movilización de 66 cuerpos a través del transporte aéreo. A las 3:22 p.m. confirmaron el rescate de los 71. Jorge Eduardo Rojas, ministro de Transporte, detalló que “los protocolos de seguridad para los que vuelan deben ser más fuertes y deben chequearse mucho mejor las cosas. El equipo no va a salir de aquí hasta que se recupere el último cuerpo”. Fue enfático en que “hay que seguir los protocolos. Existen y son muy complejos, hay que hacer listas de chequeo, no se puede permitir que una aeronave arranque sin que la tenga. Tenemos que ser más fuertes y tendrán que ser más fuertes en todos los aeropuertos del mundo”. Terminó con un “se está verificando el estado técnico de las turbinas”.

Alfredo Bocanegra, director de la Aerocivil, reveló que “los pasaportes y demás identificaciones ya se encuentran en poder de la Policía Nacional. Lo que pudimos observar de algunos de los cuerpos es que no están desintegrados, van a permitir la identificación pronta. El equipaje será conducido al hangar de la Gobernación de Antioquia en el aeropuerto Olaya Herrera para que los familiares lo puedan reclamar o el mismo club deportivo”. Y confirmó que ya se encontraron las dos cajas negras, “van a ser muy importantes para la investigación”. Indagación a la que invitaron también al Gobierno de Brasil.

Un hallazgo determinante, si se tiene en cuenta el rosario de hipótesis que ha salido a flote. Por un lado, que los pilotos no declararon la falta de combustible, catalogado como una emergencia, sino como prioridad, y no lo habría hecho el capitán porque la compañía aérea estaría sometida a una multa por, precisamente, viajar con el combustible justo.

La otra dice que el avión no estaba capacitado para volar una distancia tan larga. Sin embargo, a esa sentencia, el presidente de la Asociación Colombiana de Aviadores Civiles (Acdac), Jaime Hernández, le dio una respuesta: “Tenemos información de que el avión podía volar más de 4.000 kilómetros (3.000 millas), y el recorrido era de menos de 3.000 kilómetros. De manera que estaba en capacidad de tomar esta ruta”.

Aparece una más: un avión de Viva Colombia pidió prioridad para aterrizar en el mismo aeropuerto para el que iba el de Lamia. La razón, un fallo de aceite. Mientras retiraban el de Viva Colombia y chequeaban rastros de aceite, se dice que los controladores escucharon gritos desde el avión que traía al Chapecoense, pedían “vectores” de radar porque tenían una falla eléctrica. Cuando se les preguntó el rumbo y la altitud, estos respondieron que a 9.000 pies y sin motores. “Estaban muy abajo y lejos de la pista. Ya no les daba”, dicen versiones de supuestos pilotos que empezaron a circular ayer por la tarde.

3:15 p.m. Carlos Iván Márquez, tras cotejar la información con los listados de pasajeros de embarque, confirma que al vuelo abordaron 68 pasajeros de origen brasileño y 9 tripulantes de origen boliviano. Un contraste pertinente, porque desde el momento en que se anunció el accidente se hablaba de 81. “Las cuatro personas que no iban en la aeronave corresponden a: Luciano Buligon, alcalde de Chapeco, la ciudad sede del equipo Chapecoense; Plinio Nes Filho, dirigente del Chapecoense; Gelson Merisio, diputado de Santa Catarina, e Iván Carlos Agnoletto, periodista”, dijo. El reloj no para. La tragedia, con sabor amargo, no se detiene. Al menos, en la bitácora del accidente otras cuatro familias recuperaron la esperanza, esa misma que el tiempo les cortó de tajo a las otras 71 que no paran de llorar a sus muertos.

Por Edwin Bohórquez Aya

 

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