Aracataca revive su Festival Vallenato

El pueblo natal del Nobel y de uno de los fotógrafos más importantes del país revivirá hoy la segunda edición de este evento, que se realizó por primera vez en 1967.

Carlos Manrique Bayena
19 de diciembre de 2014 - 09:14 p. m.
El fotógrafo Leo Matiz.  / Archivo - El Espectador.  El Nobel de literatura, Gabriel García Márquez. / AFP
El fotógrafo Leo Matiz. / Archivo - El Espectador. El Nobel de literatura, Gabriel García Márquez. / AFP

El maestro Leo Matiz se encontraba en Milán cuando recibió la llamada de Róbinson Mulford Leyva, un profesor de la región Caribe absolutamente desconocido para el gran fotógrafo de artistas como Frida Kahlo y María Félix, entre otros grandes de México. La propuesta de aquella llamada era simple, Mulford quería invitar al maestro a volver a Aracataca, su tierra natal, para que recibiera un homenaje. Matiz dijo que sí volvería a su pueblo, al cual no regresaba desde sus primeros años, cuando se había quemado la casa donde vivía con sus abuelos, cerca del río.

El fotógrafo volvió a su tierra en octubre de 1996 y fue recibido en el estadio de béisbol, donde también se organizó un concurso de canciones, del cual John Santoya todavía recuerda el momento en que recibió su distinción por parte del maestro Matiz; que fue llegando al pueblo de manera recurrente a pasar algunas temporadas en casa del profesor Róbinson Mulford y también donde la familia Todaro, descendientes directos de los primeros joyeros italianos que llegaron a Aracataca en los años en que García Márquez recorría sus calles en medio de las travesuras de la niñez.

Según dijo Róbinson Mulford, en una noche de tertulia en Bogotá, Matiz contó que la célebre foto de Jorge Eliécer Gaitán muerto la tomo él con la cámara de un colega que le pidió el favor, pues él se encontraba mejor ubicado.

Había disfrutado la bohemia de aquellos años en la capital y estuvo en un seminario formándose para ser sacerdote, de allí fue expulsado por hacer caricaturas de los padres sin sotana y fue en ese lugar donde tuvo su primer contacto con una cámara fotográfica.

El tiempo que estuvo en Aracataca, luego de su retorno, se dedicó a disfrutar su pueblo. Estuvo varias veces en casa de doña Herminia Todaro, allí dejó varias fotografías firmadas, una boina y una media. Compartió con otros artistas como el desaparecido pintor Luis Agámez y más de una tarde enseñó conceptos básicos de fotografía, como una ocasión en que una joven italiana amiga suya pasó varias horas a su lado frente a la estación del tren para captar el momento del paso de la locomotora.

Y es que Aracataca es un mundo de posibilidades enigmáticas y místicas, las situaciones que allí convergen como parte de la cotidianidad, en cualquier lugar del mundo resultarían ser el prodigio bien elaborado de una mente cuya imaginación supera los cánones universales de la creatividad humana. De esos temas se habla tranquilamente en la intimidad de los hogares, donde fácilmente una tía puede afirmar que un fulano recibió una herida con cuchillo durante una riña y pudo parar la hemorragia con rezos y oraciones. También en las parrandas junto al río o en los patios de los amigos donde se reúnen los cataqueros a pasar las noches alrededor de un conjunto vallenato y celebrando con trago los júbilos y las melancolías de la vida.

Una de esas parrandas es denominada por varios cataqueros como el primer festival vallenato. En 1967 Gabriel García Márquez pasó una temporada en Cartagena y Barranquilla, y decidió junto con sus amigos organizar un encuentro de acordeones al cual asistieron entre otros Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez, el conjunto San Fernando de Fundación, Armando Zabaleta y Nicolás Colacho Mendoza, quien resultó el ganador en aquella oportunidad.

Efraín Rodríguez Polo fue uno de los participantes de aquel festival, como también lo fueron los desaparecidos mellizos Manuel y Luis Pérez Yance, dos parranderos memorables de la región por cuyo patio desfilaron las más connotadas figuras del mundo del arte y la política en Colombia. Recuerda don Efraín que no fueron uno sino tres los festivales que se hicieron en el pueblo: en 1965, 1966 y 1967. También da fe de la visita recurrente del maestro García Márquez al pueblo, parrandearon juntos muchas veces en casa de Lucho Porto García, primo de Gabo, y otras tantas el maestro llegaba a visitar a la profesora Clota Sánchez.

El evento se realizaba en la plaza principal del pueblo, frente a la iglesia San José. Para él es claro que los problemas económicos fueron el factor determinante para que el festival se trasladara a Valledupar, donde el maestro Rafael Escalona, uno de los asistentes al Festival de Aracataca, en compañía de Consuelo Araújo y Alfonso López decidieran empezar el concurso de vallenato más famoso a nivel mundial y cuya semilla la dio el Nobel en Aracataca.

Por esta razón y buscando rescatar toda esa memoria, un grupo de cultores e intelectuales de Aracataca, entre ellos John Santoya, Felipe Ramos y Édison Barraza, se reunieron con la idea de hacer un festival vallenato en homenaje a los maestros Leo Matiz y Gabriel García Márquez. En el evento, que finaliza hoy, se realiza un concurso abierto en la categoría infantil, el primer puesto recibirá el trofeo Matiz de Oro; Matiz de Plata y Bronce para el segundo y tercer lugar. En la categoría abierta de 18 a 100 años serán galardonados con el Gabo de Oro, Plata y Bronce, y el compositor que gane en la categoría de Canción Inédita recibirá el denominado Nobel de Macondo.

Esta es la oportunidad ideal para visitar Aracataca, una fecha para no sólo acercarse a los personajes que se hicieron célebres gracias a la pluma de nuestro premio Nobel, recorrer sus calles y visitar la casa natal del maestro Gabo o la casa del telegrafista. Es compartir con su gente, sorprenderse de sus nuevos talentos, como el de Melkin Merchán Viloria, un joven pintor cuyo trazo sorprende a propios y visitantes, y recostarse en una hamaca a conversar con los amigos que en el pueblo se consiguen por doquier siempre dispuestos a atender y corresponder con alegría generosa, aunque les toque venir desde Milán.

Por Carlos Manrique Bayena

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