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Oh, vanidad que perfumas…

Debe existir un antónimo que le calce preciso a orgullo. No sé si será humildad o modestia, pero el que sea, deberíamos empezar a usarlo con mayor frecuencia los medellinenses.

SERGIO VALENCIA*
08 de diciembre de 2008 - 08:44 p. m.

Si nadie, como bien se sabe, puede estar feliz todo el tiempo, ni triste tampoco, ni miedoso a todas horas, ni corajudo, ni nostálgico, ni dichoso, ¿por qué en Medellín nos obstinamos en estar orgullosos de nuestra ciudad a mañana y noche, los 365 días del año, buscando y rebuscando motivos para enorgullecernos? Como si fuera un pecado mortal, un delito de lesa antioqueñidad, dudar del paraíso por un momento y sacar los trapitos al sol, a ese benévolo sol que nos envanece, símbolo de la eterna primavera, que sólo deja de brillar cuando llueve y llueve y llueve y se vienen abajo las laderas, precisamente por estar mal preparadas para el invierno.

Las razones para sentirnos orgullosos de Medellín son bastantes, quién lo niega (¿o quién se atreve?); pero las que nos deberían hacer sentir vergüenza también abundan: el aire tan sucio, ser la mata de todo tipo de mafias, la alcahuetería de nuestra sociedad con lo ilegal (grande o chiquito), tantas taras chovinistas, el inmenso desempleo (disfrazado de sub), la falta de oportunidades para la mayoría, la escasez de parques, la lentitud de la justicia, los malos hábitos al conducir (somos campeones en manejar carro borrachos), y hay más.

Que alguno de nosotros se aventure, por ejemplo, a declarar que no le gusta el humor del venerado Montecristo, y le caigamos encima, hasta en gavilla unos, para hacerle tragar su herejía, es algo que ni de fundas nos debería hacer sentir orgullo. O que en el estadio, a la hora del fútbol, pocos canten el himno nacional pero muchos se desgañiten con el antioqueño, berreando orgullo, también debiera ponernos a pensar sobre la publicitada altivez paisa.


Sentirse orgulloso permanentemente, como por obligación, es una forma onanista de quedarse ciego para no ver los defectos. Así como es miopía conformista hacer un esfuerzo (esfuerzo grande tratándose de paisas) por reconocer lo feo y quedarse simplemente en ello. Es el colmo: hincharse de orgullo por identificar los vacíos. Puras ínfulas y nada de soluciones gruesas. Fácil es el que el orgullo se incline por las apariencias.

Tal vez si le rebajamos a la enorgullecedera enfermiza, si dejamos de estar tan locos por nuestra ciudad, si nos enamoramos de ella poniendo algo de objetividad, ya que nuestra relación amorosa es para largo, podamos sentirnos orgullosos de ser capaces de mirarnos por dentro, incluyendo tripas y menudencias, y aceptar, sin los dramatismos del orgullo obligado, como corresponde a una gran ciudad en crecimiento, que nos falta mucho por arreglar, y que sentirnos mal algunas veces por no poder hacerlo y declararlo a los vientos, sirve bastante. Yo me sentiría muy orgulloso si mi ciudad también se avergonzara. •

 * Columnista

Por SERGIO VALENCIA*

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