El renacer del optimismo

El futuro se construye primero en la imaginación. Desde hace mucho tiempo los científicos sociales han venido insistiendo en una idea que puede parecer corriente pero que tiene implicaciones profundas: las expectativas compartidas sobre el futuro, las aspiraciones colectivas, las imágenes que los pueblos tienen de sí mismos son determinantes, fundamentales para explicar el cambio social.

ALEJANDRO GAVIRIA*
08 de diciembre de 2008 - 09:12 p. m.

Los Estados Unidos son, por ejemplo, el resultado de una ilusión colectiva, de la creencia generalizada en el sueño americano, del optimismo con respecto al futuro y a la profusión de oportunidades. “Las sociedades —escribió Alexis de Tocqueville— son, en últimas, lo que los sentimientos, las ideas, los hábitos del corazón y el espíritu de los hombres que las conforman, hacen de ellas”.

Mucho se ha hablado de la transformación física de Medellín. Pero yo quisiera enfatizar otra transformación, todavía en ciernes, pero sin duda fundamental: el cambio en las expectativas, en las aspiraciones, en los hábitos del corazón. El renacer del optimismo, de la confianza en el futuro, ha sido la transformación más importante de Medellín en los últimos años. El cambio de la geografía urbana puede haber sido más notorio. Pero el que ha ocurrido en las mentes y los corazones de la gente ha sido probablemente más importante.

Este cambio tiene muchas manifestaciones. Sin pretender ser exhaustivo, quisiera señalar, por ejemplo, que los habitantes de Medellín, en comparación con los de otras ciudades de Colombia, son más optimistas sobre las posibilidades de ascenso social. Asimismo, los habitantes de Medellín son más propensos a reportar mayores niveles de bienestar subjetivo. La probabilidad de reportar que “se está satisfecho con la vida” es diez puntos porcentuales más alta en un residente de Medellín que en un residente en Bogotá, Cali o Barranquilla. Después de muchos años de decaimiento, de la patología del pesimismo, los residentes de Medellín son más optimistas con respecto a las oportunidades y más satisfechos con respecto a su propio bienestar.

“Lo sorprendente —escribió la historiadora Patricia Londoño— es que la sociedad antioqueña, luego de encarar durante más de una década las amenazas representadas por el tráfico de drogas (…), haya mostrado semejante grado de resistencia e incluso la capacidad de recuperación que últimamente exhiben algunos sectores económicos, sociales, políticos y culturales”. Esta capacidad de recuperación no es una sublimación, no es un refugio en la introspección sino todo lo contrario: un optimismo creativo, un convencimiento transformador.

Muchas dirán que los sentimientos colectivos son intangibles. O volátiles, estados de ánimo que cambian rápidamente. Pero yo pienso de otra manera. Seguramente vendrán dificultades y momentos de desesperación. Pero la esperanza no es sólo una creencia en el futuro. Es también un instrumento de cambio social, de transformación positiva. De allí la importancia del renacer del optimismo. •

 * Decano de la Facultad de Economía, Universidad de los Andes

Por ALEJANDRO GAVIRIA*

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