En busca de un consejo de don Mike

Autoridad nacional en béisbol y voz oficial de los partidos de las Grandes Ligas en Colombia, Mike Schmulson concedió esta entrevista antes de viajar a Houston, donde murió este viernes a los 86 años.

Sharon Nugent*
16 de diciembre de 2016 - 10:26 p. m.
Cortesía
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A pesar de tener que entrevistar a cinco personas ese mismo día, Mike Schmulson me recibe con disposición en la oficina que comparte con Elena, su nuera. (Lea aquí: Murió el reconocido comentarista deportivo Mike Schmulson)

Justo en frente de la puerta de vidrio ubicada en la mitad del ventanal que da al resto de empleados de la empresa, está él con una guayabera blanca, hablando enérgicamente por celular. Lo separan de mí un gran escritorio ocupado por papeles, un computador y un portarretratos que tiene un mosaico de fotos de sus 16 nietos.

Otra gruesa capa de vidrio transparente aisla sus ojos color azul turquesa, enmarcados por líneas de años de los años, pero una sonrisa genuina elimina cualquier sensación de impenetrabilidad y me da confianza para preguntar por los consejos que busco.

Ni sus arrugas ni su pelo blanco ocultan la vitalidad. Su voz es fuerte y clara cuando habla por el Nokia “flecha” que tiene porque -me dice luego- “¿Para qué necesito más, si o no? Acá todos saben que si me necesitan, me llaman”.

Y es cierto, en el tiempo que permanezco ahí, recibe una docena de llamadas que contesta siempre con un apodo jocoso en inglés, como “Jimmy Boy”.

Cuando cuelga para saludarme, agradece la “oportunidad de la entrevista”, aunque expresa que le resulta incomprensible que lo haya elegido si “yo no soy un personaje  importante”. Pero lo es, sin duda: el Senado de la República lo acaba de entregar un reconocimiento a su vida y obra, que es una condecoración que la gente le hace sentir cada vez que sale a la calle.

No es para menos, este lituano y barranquillero por adopción se inició en el periodismo “a los 16 años largos”. Con absoluta claridad de fechas y datos, recuerda cuando Carlos Fernandez Garay, de la Emisora Atlántico, le propuso que  reemplazara a los periodistas que no se presentaron, y él le contestó tal como lo recuerda ahora:  “¡claro que sí!, rodando la “a” como si estuviese en ese preciso momento.

Supone que lo eligieron “porque yo conocía del béisbol de Cuba, de Colombia y de los Estados Unidos y creyeron que yo podía aplicar esos conocimientos”.

Poco después, en octubre del 47, hizo su  primera transmisión de la Serie Mundial en la que “ganaron los Yankees, desafortunadamente”, en un enfrentamiento con los Dodgers, que es su equipo de toda la vida.

En su relato salta al 71 y, modesto, recuerda que El Tiempo lo escogió como reportero para los VI Juegos Panamericanos del Caribe, aunque “no sé qué vieron en mí esos señores... me honraron y les agradezco”.

Así siguió transcurriendo en el oficio.

Hace 31 años empezó en Telecaribe a transmitir Béisbol de Grandes Ligas. Y en 1986 comenzó su programa de entrevistas “De frente con Mike”.

Sin embargo no se considera periodista.  De nuevo habla su modestia. “No tengo la facultad del periodismo en mi mente, eso lo hice por accidente”, dice, pero se queda con una idea en la cabeza: “¿Qué estudian hoy  los periodistas?”.

Dice que no lee libros porque son mucha habladuría, pero sí revistas. “Toda mi educación viene de las revistas. Si no se actualizan con las vainas modernas, se jodieron”.

Su formación como ingeniero químico y economista podría parecer desligada de su afición por el béisbol, deporte al que llama “el ajedrez de los estadios”. Y él mismo hace la conexión: “claro, con mis dos carreras se tiene la mente abierta lista para lo que sea que pueda pasar en un juego de millonarias proyecciones. Uno tiene que pensar para jugar béisbol, si tú no te anticipas a lo que puede pasar en una jugada, tienes perdido el año”.

Y él, que siempre ha jugado el ajedrez a ciegas, es un as para las proyecciones cuando narra. “Es muy interesante porque tienes que tener el tablero en la mente, pero ahí fracasé, llegaba a cierto número de jugadas y después ¡plop!, me ganaban y dije ¡bah, qué carajo!” Me explica, usando sus dedos para trazar sobre la mesa los movimientos de las fichas. Cuando llega a la reina vuelve a ser él, don Mike: “como todas las mujeres, claro, se mueve para donde se le da la gana”.

Fuera de la oficina suenan los taladros sobre el pavimento de esta ciudad con la que Mike ha crecido a la par. Para él la Barranquilla de antes “era tan buena que todos nos conocíamos. Conocía a todos los carros que se parqueaban frente al Hotel El Prado” del que ha sido vecino desde hace 58 años en medio de los cumpleaños, matrimonios, comidas y quinceañeros que allí se celebraban.

“Hoy no conozco a nadie, la ciudad se ha vuelto muy heterogénea, ha desaparecido la fraternidad. No hay tiempo para la familia”. 

Casado con Doña Susie Steckerl desde hace 61 años, la suya parece contraria la metáfora. Su nuera le pregunta si ya ha felicitado a Joyce, su nieta. Acto seguido, toma su celular y le marca.

Hoy don Mike está nostálgico.

“A los que me gustaría entrevistar están muertos. Son todos los hombres que contribuyeron con el curso del avance de la humanidad”.  Menciona a Marx, a Madame Curie, a Barnard, a Fleming, a Doubleday”. Pero el  “más grande cerebro universal” fue Einstein.

“Tanto tiempo después de muerto y siguen hablando de su teoría: hace unos meses comprobaron lo de las ondas gravitacionales que van por el espacio. Tener a Einstein frente a frente, así como estamos tú y yo, habría sido algo imperecedero en la vida”.

Sin embargo dice que le ha dado a todo lo que ha hecho su importancia debida. “Todas las cosas en la vida son importantes”.

La conversación ha adquirido un tono de lecciones, que no voy a desaprovechar pero él de nuevo me planta: “Cualquier consejo mío sería inservible”.  Me mira perplejo y añade: “sólo diría que sigan estudiando, paralelamente al periodismo, las cosas que se van desenvolviendo en la vida, que es lo más importante. Si no, se quedan como el cuento de la liebre y la morrocoya, dormidos en la vera del camino”.

Con todo y su capacidad de vislumbrar las jugadas del mundo, admite que ahora salen cosas que no se imaginaba nunca, y que ya nada le extraña. “La humanidad va muy rápido. Da miedo”.

Se remonta a los gigantes. “¿Cuándo se imaginó Morse que su telegrafía se remplazaría con satélites? “Sin él no se hubiera podido llegar a la luna” o “cuándo se imaginó Mr. Ford que los carros de la Volvo se iban a manejar solos? En 10 años todos los carros se van a manejar solos”.

Su repaso por el curso de la humanidad lo detiene cuando piensa en los niños creados en probeta. “Ahora vamos a tener un ejército de niños creados en probeta. Lo único que no se debe reemplazar es la progenitura, es decir, el hombre y la mujer, para parir”, añade, y golpea su escritorio con el puño para hacer énfasis en su aseveración. “Ahora se ha perdido la mistificación. Desde los cuatro meses se puede saber el sexo del bebé. Antes se prendía el foquito rojo o azul, rojo o azul”, me dice, cerrando y abriendo su mano para imitar el destello.

Cuando la entrevista va concluyendo, suspira y entrelaza sus dedos, me apunta con el índice y observa:  "chi va piano, va sano e va lontano", voz italiana que significa “el que va despacio, va sano y llega lejos”.

Esa fue su última expresión para los apresurados pasos de la humanidad. Y para mí, el mejor que me han dado.

*Estudiante de la Universidad del Norte, de Barranquilla

 

Por Sharon Nugent*

 

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