Crónica de 50 minutos en el centro de Salud Mental y Rehabilitación de Barranquilla

La sede recibe entre 60 y 80 pacientes cada mes, la tasa de deserción es de 70. Actualmente el lugar alberga un total de 137 internos.

Daniela Bustamante Acosta*
28 de julio de 2016 - 01:10 a. m.
Daniela Bustamante Acosta
Daniela Bustamante Acosta

A las 18 horas con 40 minutos la oscuridad comienza a apropiarse de la ‘Arenosa’. Las calles del barrio ‘los andes’ se tornan solitarias y sobre ellas cae una penumbra que le propina un ambiente lúgubre y tenebroso. Sobre la carrera 24 con 53D, una lámpara con luz blanca irradia algo de albor a la zona. A lo lejos un aviso dicta la siguiente señal: “Salud Mental y Rehabilitación.”

Un amplio portón de rejas blancas y a su izquierda, una pequeña entrada permite el acceso. Es domingo y ya casi van siendo las siete, el vigilante de apellido Castro, me permite la entrada a su garita debido a la inseguridad de la zona. El estado de la portería refleja la antigüedad del lugar, el polvo cubre al único ventilador y al teléfono que en sus mejores días solía ser blanco. Una pequeña tabla ubicada en el exterior de la garita informa los horarios de las visitas, recalcando a quienes lean el cartel que lleven a los pacientes objetos de aseo personal.

A la espera del enfermero jefe, José, quien aún no llega a la portería corren los minutos. El vigilante nuevamente procede a llamarlo para recodarle acerca de mi presencia en la entrada del Cari. Al cabo de 10 minutos, el enfermero realiza una seña con la mano dando aviso de que el recorrido iniciará. La primera área del lugar se encuentra bajo la sombría noche que adopta una apariencia tétrica y singular. Esta construcción en su pasado no solía ser un hospital psiquiátrico, con el tiempo fue adaptado para ello. A medida que avanzamos por los pasillos del recinto, José menciona que existen seis áreas llamadas servicios, cuatro de ellas catalogadas de ‘agudo’, es decir los pacientes que pasan de la crisis y a su vez dos servicios UCE, unidades de cuidados especiales, tanto para hombres como mujeres, allí atienden a los pacientes más críticos que llegan con enfermedades psiquiátricas.

La sede mental del Cari de Barranquilla recibe entre 60 y 80 pacientes cada mes, por el contrario la tasa de deserción tiene un monto de 70 pacientes mensualmente. Actualmente el lugar alberga la cifra de 137 internos, dentro de los cuales hay 20 en el uce mujeres y 30 en el uce hombres. En la sala de recuperados hombres 1, se encuentran 26 pacientes al igual que en recuperados hombres 2. En los servicios de larga estancia hombres, el número es de 10, mientras que en larga estancia mujeres hay 11, adicionalmente en la sala Antonio Vega se encuentran 14 pacientes, aquellos que prestaron servicio militar en la guerra.

José saca de su bolsillo un manojo de llaves para proceder a abrir la puerta de la zona de graves. En el interior, un muro cubierto de baldosas blancas, con barrotes hasta el techo genera la ilusión de encierro, que al parecer a los pacientes, poco les importa. Algunas pacientes, en una especie de transe, caminan en círculo, como si de una danza se tratase, otras, entablan una placentera conversación con una persona que solo sus ojos pueden crear. Recostada en las rejas, una paciente, se limita a observar la presencia de  José, quien luego posa su mirada en un punto indefinido del espacio.

Al ingresar a la UCE de mujeres, la euforia de las pacientes se aviva junto a la llegada de José. Como si de un coro se tratase, todas recitan una y otra vez el nombre de aquel enfermero que se ha ganado el cariño de todas ellas. Una de las pacientes, con una peculiar bincha de orejas de conejo, fijó su mirada sobre mí que provocó demasiada ansiedad. Sus ojos extremadamente abiertos transmitían unas inmensas ganas de querer jugar. Sin cambiar su mirada, se acercó a la reja, a lo que expresó constantemente “monita ven, monita, monita, ven”. En ese momento, una paciente, llamada Katherine, comenzó a agitarse, por lo que los enfermeros entraron rápidamente para controlarla. Al ver que no se tranquilizaba, procedieron a amarrarla en una cama. 

Aquel recorrido continuó hacia el segundo piso, donde se halla la UCE de hombres. Las escaleras se convierten en la mera opción para subir. La razón, el único ascensor del lugar, hace muchos años fue invadido por el óxido, convertido ahora en un objeto completamente inservible. Voces graves modulan frecuentemente el nombre de José. Con sigilo algunos se acercan a las pequeñas ventanas para observar el exterior. Un joven se aproxima, se posa sobre aquella ventanilla enrejada y muy desesperado comienza a decir “hey, hey, sácame de aquí, hey, hey, sácame de aquí”. Otro, intenta expresar decentemente: “por favor, ábreme la puerta, por favor” con la esperanza de que sus ruegos fuesen atendidos.

Un hombre, con la postura de un jorobado, se acerca avivadamente para recibirme cuando se ha abierto la puerta. Exaltado, dice una y otra vez “hey, todo bien, todo bien” exhibiendo el puño de su mano hacia mí, para completar el tradicional ‘conéctala’ de la costa caribe. Ambientada en la oscuridad, las miradas de los pacientes se precisan sobre mi persona, algunos silenciosamente caminan detrás de mí en lo que se percibe como una cordial compañía. En ese momento, José me permite la entrada  a una nueva habitación. Con el tono de voz elevado, y lenguaje algo entendible, un señor de la tercera edad, grita “Hey, todo bien” aquella frase que inspira un apreciable nivel de modales. Algo tosco, golpea a manera de saludo mi hombro, mientras me cuestiona sucesivamente, si tengo algo de dinero para él.

Dentro de esta habitación, la sombra de un hombre, capta mi atención. Conocido como ‘el matemático’ Javier Licona enciende la  bombilla. De inmediato la penumbra se ahuyenta y logro analizar con detalle a un anciano de estatura baja que se dispone a dialogar. Me comenta Licona, que es un ingeniero civil de la Universidad de los Andes, lleva 15 años en la sede mental del cari e ingresó a este a causa de un episodio por falta de sueño. Es un hombre muy educado, tiene el privilegio de ser el único al que se le permite salir del hospital mental, actualmente tiene 65 años de edad. Con una sonrisa, me despedí de él y de sus compañeros, seguidamente, junto al enfermero José, bajo unas escaleras que conducen a la habitación UCE mujeres. Amablemente soy bien recibida por las pacientes, una de ellas con una sonrisa, pregunta constantemente “¿cómo estás?”, la respuesta de mi parte, con un tono algo nervioso, termina siendo “muy bien”.

Cada uno de estos pacientes del Centro de Atención y Rehabilitación Integral recibe un tratamiento que consta inicialmente de una entrevista psiquiátrica, luego de una terapia individual y en este orden, una terapia familiar, un tratamiento antipsicótico, es decir, el consumo de medicamentos que se les suministra según su patología, por ultimo reciben tres terapias: psicológica, psicosocial y comunitaria, en el que la visita de los familiares es importante.

A las  20 horas con 10 minutos, para la salida del lugar, observo que mientras una mujer baila con mucha alegría, aplaude con sus manos y entona gozosamente la canción del serrucho, Katherine se encuentra en calma, aquella mujer que en el inicio se mostró muy agitada, revela su goce en la tranquilidad. Con la mirada algo perdida y amarrada, otras caminando por toda la habitación, algunas de ellas hablando consigo mismas revelan que “en un mundo loco, solo los locos están cuerdos” – Akira Kurosawa.

*Estudiante de la Universidad del Norte

 

Por Daniela Bustamante Acosta*

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