El Carnaval, más allá de la frivolidad

A propósito de las fiestas en Barranquilla, rescatamos el análisis de una recordada antropóloga sobre este patrimonio cultural colombiano.

redacción Nacional
26 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.
El Carnaval, más allá de la frivolidad
Foto: AP - Fernando Vergara

Este texto surgió hace un par de semanas leyendo una publicación de Hipólito Palencia en El Tiempo, de Bogotá, donde se fustiga el Carnaval de Barranquilla como un mecanismo de destrucción moral-mítica y un tablado donde la gente del pueblo se devoran unos a otros… Al igual que el Carnaval de Río, el de Barranquilla es tema de análisis científico. Sin embargo, cada año, el ritual barranquillero se describe en marcos frívolos y emocionales, sin tener en cuenta la urgencia de una reflexión sobre las rutas y derroteros del evento como una tradición y como parte del patrimonio cultural del Caribe colombiano que requiere protección y defensa.

En el Caribe colombiano, como en otros sitios de América, el carnaval, una tradición occidental de propiciación de dioses del agro griegos y romanos, ha sido elaborada, transformada y acomodada y se ha enriquecido con tradiciones de origen indígena y africano. En Barranquilla, ciudad sobre el Caribe, teatro de una enorme inmigración forzada negra africana, se encuentran en el carnaval actual danzas como las cumbias, notables ya en la Colonia en la provincia de Cartagena, y además danzas de congos. Estas últimas comparables a aquellas dueñas de tradiciones africanas que, al igual que en Uruguay, Argentina y Brasil, se han transformado y también se han convertido en parte vital del carnaval contemporáneo.

El Carnaval de Barranquilla posee una médula fresca y maravillosa que son las danzas tradicionales de los congos, la cumbia, el paloteo, el grupo excepcional de narrativa las Ánimas de Rebolo y el recuerdo de la Danza de los Diablos; la música y el baile de Palenque de San Basilio y una variedad de conjuntos musicales que llegan de Malagana, Baranoa y otros poblados con sus tambores, ritmos y sones para participar orgullosamente.

Las danzas de congos son asociaciones voluntarias que tienen su propia organización tradicional: un capitán, jefes de las cuadrillas de negros y jefes de la fauna danzante: güiro, banderas, acompañantes. Cada danza tiene un sitio de reunión llamado palacio. Existen rangos en la marcha de cada cuadrilla. Obligaciones mutuas a lo largo del año y muchas veces a lo largo de la vida de sus miembros. Estos viven en barrios de escasos recursos socioeconómicos, principalmente en los sectores antiguos de Barranquilla: Rebolo, Barrio Arriba, Barrio Abajo.

La danza es la tradición espectacular de un ritual guerrero. La practican grupos que han tenido nombres reminiscentes de clanes totémicos, tales como el Torito Ribeño, la Burra Mocha, el Congo Tigre, y otros como el Congo Reformado. Es una expresión colectiva. Sus danzantes, en cuadrillas hasta de setenta individuos ataviados con penachos de flores y plumas y la majestad de una cola o penca de estilo real, cubierta de mariposas, enfrentan a otras cuadrillas con machetes de madera en una mano y elementos mágicos en la otra. Cada cuadrilla ha tenido una fauna danzante y sus tigres, toros, perros, micos o chivos han combatido con la fauna de otros grupos.

El mayor trofeo consiste en capturar la bandera, símbolo del grupo contrincante, en un final que se conoce como la Conquista. Es la recapitulación histórica de los ancestros africanos de esta danza. Un congo en el Carnaval de Barranquilla es un negro, dice cualquier danzante disfrazado o no de congo. El traje, la danza y la música de los congos es tan extraordinaria como la misma historia que cuentan cada año en el Carnaval. Las juntas organizadoras del evento han percibido su importancia y desde hace unos años han impulsado a los congos como símbolo del Carnaval barranquillero. ¿Implica esta acción el paso hacia la comercialización del Carnaval, utilizando la tradición? ¿Podemos comparar la actual situación del Carnaval de Barranquilla con el inicio de las escuelas de samba en Río de Janeiro, donde una tradición se tornó mercancía para construir una industria? En el momento se observa el ingreso de intereses de firmas comerciales en variados ámbitos del Carnaval. En uno de ellos es bastante prominente: en el de las reinas populares de los barrios y sus comités de trabajo. No obstante, existe la preocupación seria de mucha gente que en Barranquilla está interesada, a través del Carnaval, en dibujarle un perfil amable a su ciudad, que ha sido azotada por una historia de oscilación económica y por un manejo clientelista político del Carnaval.

El tratamiento de la tradición

Parece urgente, entonces, examinar el rumbo al cual se conduce la tradición del Carnaval con la institucionalización de grandes paradas en las cuales desfilan las danzas con antorchas, hasta bien entrada la noche, y las propuestas de manejo del Carnaval en el marco de una empresa privada respaldada por capital nacional y multinacional de firmas comerciales. Pese a todo ello, el Carnaval de Barranquilla todavía posee la lozanía prodigiosa de la tradición del pueblo. Y ello es vitalmente tangible. Esas vivencias son las que desafortunadamente ignora el autor Palencia, cuando homogeniza a todos los participantes del Carnaval como exhibicionistas en una ciudad neurótica.

Ese marco de interpretación psicologista es una propuesta ya añeja. Sin embargo, la truculencia en una descripción y caracterización del pueblo barranquillero a través de elementos escatológicos, sexuales y repulsivos, en un horizonte macabro y apocalíptico, carente de música, tradición y esperanza, es incoherente. Particularmente en el esquema de clases socioeconómicas en que enfoca al Carnaval, valiéndose del marxismo. La visión de Palencia resulta etnocéntrica y elitista. La clase dominante queda impertérrita e intacta: es pudiente en términos monetarios y comparable a aquella que con elementos históricos él mismo define por el gusto musical wagneriano, la filosofía, de Schopenhauer, y en el Carnaval por la coronación de su reina que vive las imágenes míticas de soberanos todopoderosos, suscitando la admiración del pueblo que, aunque con hambre, mira boquiabierto el palacete artificial en el Paseo Bolívar. El autor Palencia, que parecía intentar un exposé de la clase dominante en el Carnaval, termina logrando su sublimación, al tiempo que alcanza a denigrar a las clases populares, desconociendo la médula tradicional de cultura negra e indígena que anima el Carnaval barranquillero.

Claro que en el ritual de Barranquilla tienen que considerarse los escenarios de lentejuelas y champaña en clubes afluentes y el desempeño de su clase dominante. Asimismo, no puede desdeñarse el drama que desde hace varios años se escenifica en el Paseo Bolívar, al igual que en el centro de Río de Janeiro, donde se establecen campamentos de catarsis colectiva. Allí la harina es la lluvia que reemplaza al confeti alegre de otros tiempos y lugares, y el drama es una expresión fugaz de la vida que arrastran grandes sectores urbanos.

No obstante, es un hecho la existencia de un carnaval que, como ritual de una ciudad y de un área importante de Colombia, tiene todavía el hálito de la autenticidad y un significado sociocultural profundo. De la misma manera, si al Carnaval ha de inducírsele a cambios drásticos, similares a los que han visto las tradiciones del Brasil, particularmente en Río de Janeiro, podría considerarse que en tales decisiones participaran aquellas gentes dueñas de esas tradiciones objeto de los cambios propuestos. En el campo de la defensa del patrimonio cultural, no solamente de la región Caribe, sino de los grupos negros, esta es precisamente una tarea a realizar.

* Antropóloga bogotana (1935-1998), dedicó 30 años a investigar las negritudes y fue autora de un libro sobre el Carnaval de Barranquilla. Artículo publicado originalmente en El Magazín dominical de El Espectador, el 18 de febrero de 1979.

Por redacción Nacional

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