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Los sueños de los nuevos futbolistas que patean una bola de trapo

El fútbol callejero ha dado paso a la creación de escuelas donde los menores desde muy temprano se forman para alcanzar una meta: ser futbolistas profesionales.

Andrea Villamil Goenaga*
28 de julio de 2016 - 01:24 a. m.
Andrea Villamil Goenaga
Andrea Villamil Goenaga

Una pelota de trapo, una cancha improvisada en el pavimento, unos zapatos desgastados. El fútbol callejero ha dado paso a la creación de escuelas donde los niños desde muy temprano se forman para alcanzar un sueño: ser futbolistas profesionales. De estas encontramos ‘de todos los colores, olores y sabores’. Las hay de muy alto prestigio, con respaldo de grandes marcas y oportunidades en equipos nacionales y del exterior, como también humildes, que sin tantos reflectores han logrado lo mismo.

La tarde en que la pelota rodaría por la arena, Manuel Flores Maldonado vestía de camiseta verde fluorescente, pantaloneta aguamarina oscuro con franjas naranjas y unos zapatos deportivos casi amarillos. “Es el entrenador”, me dijo mi contacto, y amigo, quien fuese alguna vez aprendiz de él. Más allá de la vestimenta, lo que impacta de “Mañe”, como sus pupilos le llaman, es el carisma que desborda al hablar. Luego de cruzar unas palabras, emprendimos nuestro caminar hacia la cancha donde, minutos más tarde, entrenarían dos categorías que dirige.

El tiempo en que avanzábamos fue la oportunidad perfecta para detallar el lugar. El panorama no era otro que el de un barrio popular de la ciudad, con calles angostas y basura en las esquinas, y aunque a algunos les parecerá un sitio insignificante y poco agradable, es aquí, en Los Olivos, donde la historia de Ocam se forja. La caminata extensa vio su fin cuando llegamos a la cancha; contaba con dos porterías, una malla que la envolvía -la cual tenía huecos- y, lo más importante, ausencia de gramilla.

La “tierra”, como popularmente se le dice a la arena, cubría en su totalidad el rectángulo. Eran las cinco de la tarde, por lo que la brisa -fría, gracias al fenómeno del ‘Frente del Rio’- empezaba a correr. Naturalmente, el polvo se colaba dentro de los ojos y hacía dificultoso el ejercicio de observar, aunque eso no impidió que atravesáramos el lugar hasta las dos graderías que tenía la cancha. “¿Con qué vas a grabar? Por aquí uno no puede ‘dar papaya’”, fueron las palabras del entrenador de 53 años quien, sentado a mi lado, comenzaba a relatar cómo había sido fundada Ocam.

El veterano central, ex jugador del Atlético Bucaramanga, narraba que la escuela fue una idea de su ya fallecido amigo, Misael Escorcia. Manuel, junto a su hermano Nelson y otras personas, impulsaron la idea y la continuaron luego de la muerte de su amigo. Así pues, la escuela, que trae por nombre las iniciales de los barrios que ellos conforman (Olivos, Calamarí, Me quejo y Manga), ha venido evolucionado desde 1996, año en la que fue fundada.

“Mañe” enmarca el proceso que ha tenido la escuela en una frase: “Imagínate la evolución que ya tenemos jugadores afuera”. Y así, uno a uno, fue enumerando las personalidades que se formaron en Ocam, y que ahora juegan al fútbol profesionalmente. Un sueño que comparten los adolescentes y niños que tarde a tarde entrenan para cumplirlo. Fue inevitable no querer preguntarle a cualquier muchachito sobre sus ambiciones, sus sueños y sobretodo la experiencia que ha tenido en la escuela.

Eliecer Alechiner tiene 14 años. Su timidez ante la grabadora, reflejada en las respuestas cortas que daba, era el contraste entre la chispa que saltaba al hablar con sus compañeros. Su posición es la de volante carrilero y porta orgulloso el dorsal ‘10’. Luis Eduardo Jaime y Jauelkin Cassiani, otros dos jovencitos de la categoría 2000, igualan a su compañero en edad y en posición, ya que ambos son volantes pero se diferencian en que uno es creativo (10) y el otro es de marca (6).

Los tres, que bajo el pobre resplandor de la luna de Barranquilla se permiten soñar, no dudaron en hacerlo una vez más. “Me gustaría jugar en el Manchester City, Chelsea y en el Real Madrid, en todo lo que venga”, me decía Eliecer con una sonrisa amplia. Cassiani, por otro lado, no se olvida del ‘primer amor’ al declarar que quiere comenzar en Junior y terminar en Barcelona. Sin embargo, el sueño cumplido que les hace sonreír con muchísimas ganas tiene nombre propio: la Liga de Fútbol del Atlántico.

Luis decía que en su primer año con la escuela había ganado ese importante torneo a nivel departamental, y que lo recuerda con mucha emoción debido a que marcó 11 goles y dio 11 asistencias. Pero no es lo único memorable que hizo, y ha hecho, con Ocam: “He jugado hasta de arquero, un solo partido en la liga, nada más me hicieron dos goles (risas) pero lo bueno es que era un partido de puntos”.

“¡Todos a la cancha!”, fue el grito del preparador físico que levantó a todos de la gradería. Uno a uno iba entrando para luego empezar a correr a modo de juego. Todos diferentes, con camisetas de equipos internacionales. Manuel los miraba detrás de la malla, con gesto de orgullo, mientras respondía la pregunta del uniforme: “Yo les regalo la indumentaria, pero no puedo solo, entonces busco un amigo mío, que nos ayuda y nos da la camiseta, a otro le pido la pantaloneta, y así lo consigo”.

Sin embargo, lo que muchos podrían considerar como una imposibilidad para no jugársela por su sueño, Manuel y sus muchachos hacen caso omiso y continúan con su lucha. No hay uniforme, no hay cancha con gramilla, y mucho menos patrocinio, puesto que el retirado ex futbolista dice que “el niño se habitúa a que todo hay que dárselo”, y prefiere que “arañen” con esfuerzo propio todas las metas que se propongan hasta alcanzarlas.

La noche ya había caído completamente en Barranquilla cuando los ejercicios empezaron. Concentrados, todos en fila india realizaban su calentamiento. Mañe se dio el tiempo para una última reflexión, alegando que la gente ‘de por acá’ (de estratos 1 y 2) no le interesa que el niño juegue y se divierta en el fútbol, sino que “gane plata”. Pero al contrario de lo que piensan muchos, Manuel advierte que el negocio no es rentable, y que viene a ver los frutos “cuando los muchachos ya están jugando profesionalmente”.

*Estudiante de la Universidad del Norte


 

Por Andrea Villamil Goenaga*

 

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