"Carmencita", la empleada doméstica que no se dejó discriminar por el Club Naval

Carmen Beltrán Pájaro, de 50 años, logró que la justicia regañara a la sociedad clasista de Cartagena y que el club le pida disculpas y cambie su reglamento para que no prohíba el ingreso de las empleadas.

Pilar Cuartas Rodríguez
20 de enero de 2017 - 05:22 p. m.
Carmen Beltrán Pájaro, de 50 años, es empleada doméstica en La Boquilla.  / Cortesía - El Heraldo
Carmen Beltrán Pájaro, de 50 años, es empleada doméstica en La Boquilla. / Cortesía - El Heraldo

La tierra donde se hacen los mejores bollos de mazorca, que con un pedazo de queso y suero son el mejor manjar costeño, vio nacer y crecer a Carmen Cecilia Beltrán Pájaro, la mujer que esta semana le ganó una disputa al exclusivo Club Naval de Cartagena. Desde la sencilla calle séptima de La María en Arjona (Bolívar), Carmencita, como la llaman quienes más la quieren y conocen, salió al lujoso sector de Castillogrande donde dejó su propia lección de igualdad. (Lea aquí: Club Naval debe ofrecer disculpas públicas por caso de discriminación en Cartagena)

La madre de dos hijos ya adultos y abuela de dos nietos que no superan los dos años logró que el club a donde asisten solo oficiales de la Armada Nacional y sus familias cambie un artículo de su reglamento que prohíbe el ingreso de las empleadas domésticas, y a renglón seguido también impide la entrada de mascotas. Mujeres dedicadas al servicio en los hogares y animales fueron equiparados en el mismo documento, como denunció la defensa de Beltrán.

Carmencita, de 50 años, 13 de ellos dedicados al servicio doméstico, llegó el 25 de noviembre al Club Naval en compañía del niño de 12 años al que cuida. Su tarea era llevarlo al cumpleaños de uno de sus amigos. El vigilante de la portería le advirtió que no podía ingresar porque era empleada, pero ella estaba a cargo del niño y no podía dejarlo botado en la entrada. No quedó más que dejarla pasar hasta donde era la fiesta.

Una vez allí una cadete se le acercó para reiterarle que no era admitida en ese sitio, pero el evento no había empezado así que Carmencita no se quiso ir. La mamá del cumplimentado finalmente la llamó para que se sentara junto a ella, un gesto amable que solo tenía como objetivo supervisarla y vigilarla para que “no deambulara” por el club. “No quería que ella estuviera deambulando por ahí, se sentó a mi lado, le brindé gaseosa y hasta postre que estábamos compartiendo con los niños”, contó la anfitriona de la fiesta, quien minutos después llamó a la jefa de Beltrán para explicarle que si ésta no se iba del sitio la sacarían, porque así eran las reglas del club.

La jefa de Beltrán, con quien trabaja hace un año y medio en un edificio de La Boquilla, no podía creer lo sucedido pero se fue de inmediato a recoger a Carmencita. Ella mientras tanto, con un profundo sentimiento de humillación, tristeza e injusticia, se levantó y salió del club disimulando su llanto, pero apenas cruzó a un parque las lágrimas bajaron por sus mejillas. Ambas lloraron.

Carmencita no terminó el bachillerato, llegó hasta sexto grado porque no lo aprobó, decidió retirarse, quería trabajar, no llegó a la universidad (de lo que se arrepiente), vivió en pareja y se separó hace ocho años. Pero sabía que era una persona igual a otra, y que la discriminación es un acto que transgrede lo humano. Buscó ayuda y encontró al abogado Kriss Urueta, quien interpuso una tutela para defender sus derechos, y ganó.

“Me enteré el jueves, sentí alegría y lloré, no quiero sentirme humillada. Yo pedía que me dieran disculpas en público, para que otras personas que les pase lo mismo denuncien, no se queden calladas. A veces uno cree que no lo va a lograr, al principio estaba dudosa, pero Dios estuvo a mi lado”, dice Carmencita en diálogo con este diario mientras trabaja en la casa de familia, donde ingresa los lunes y sale los sábados. 

La fama la cogió desprevenida, ahora los medios de comunicación la llaman y hoy tuvo que madrugar para empezar a dar entrevistas desde las 6:30a.m. Sus vecinos del pueblo le mandan felicitaciones con sus hijos, y la calle séptima de La María prenderá esta noche sus televisores para verla hablar en el noticiero. Pero a ella no le importa, solo quiere llevar el uniforme blanco con dignidad.

El fallo del Tribunal Administrativo de Bolívar dijo que el Club Naval y la Armada le violaron sus derechos fundamentales a la igualdad, no discriminación, y que la trataron de forma cruel y degradante; ordenó que cambien su reglamento para que el club permita el ingreso de empleadas domésticas, y que el gerente del sitio pida excusas públicas a Carmen. Lo tendrá que hacer a más tardar este domingo, el día de más audiencia en la semana, en la primera página de un periódico de difusión en la ciudad. 

El Club Naval le aseguró a El Espectador que ya hizo la solicitud para sacar la publicación este domingo en el periódico El Universal, está a la espera de la confirmación; y que acatará la decisión judicial. “Este caso marca un precedente importantísimo en la lucha contra la discriminación porque Cartagena es una ciudad donde más hay exclusión, no se puede seguir violando los derechos humanos de las personas, y peor aún si se trata de una entidad de la Armada que está llamada de proteger a los colombianos y en lugar de eso lo que hace es segregar y discriminar”, le dijo Urueta a El Espectador. 

Carmencita no ha recibido llamada alguna de la Armada, y este sábado, como todos los fines de semana, empacará una maleta y se subirá a un bus de Metrocar durante dos horas hasta la terminal de transporte, y de ahí viajará casi una hora hasta Arjona, estará con su familia, y leerá el periódico esperando tal vez que venga con él una disculpa.

La decisión judicial

El fallo del Tribunal Administrativo de Bolívar, con fecha del 17 de enero, envió un fuerte mensaje a los sectores de La Heroica que tienen prácticas clasistas, y afirmó que Carmencita fue discriminada. La sala de la corporación explicó que “una de las fuentes de desigualdad que se ejerce en nuestra sociedad y en especial en la clasista y elitista es aquella que los teóricos sociales denominan con el término opresión…las injusticias que sufren algunas personas y grupos por las prácticas cotidianas de una sociedad", sostiene la sentencia.

Y que en el caso concreto de Beltrán el reglamento del Club Naval materializa una práctica que vulnera el principio de igualdad de las mujeres que ejercen el oficio de servicio doméstico al prohibirles el ingreso como lo hace con las mascotas. “Esta práctica no sólo atenta con el principio de igualdad, sino que es discriminatoria, humillante, degradante y menosprecia a la mujer al equipararla con las mascotas, afectando su dignidad humana”, dice el fallo.

*Nota del editor: El domingo 22 de enero, dos días después de esta publicación, el Club Naval de Cartagena se excusó con Carmen Beltrán, a través de un recuadro en el periódico El Universal. (Lea aquí las disculpas que ofreció la Armada Nacional)

Por Pilar Cuartas Rodríguez

 

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