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¿Se acerca el fin del esparrin en Cartagena?

En teoría, una vez entre en operación la totalidad de los buses de Transcaribe, todos los tradicionales deben quedar fuera de circulación.

Germán Gómez Polo
17 de diciembre de 2015 - 01:32 p. m.
Se calcula que el número de ayudantes de bus en Cartagena supera los 1.300. /Foto: Cortesía El Universal
Se calcula que el número de ayudantes de bus en Cartagena supera los 1.300. /Foto: Cortesía El Universal

Es posible que uno de los hechos más recordados de la administración de Gabriel García Romero en Cartagena sea la caída del puente Heredia a los seis meses de inaugurado y tras una inversión, en ese tiempo, de unos dos mil millones de pesos. Sin embargo, y tal vez sin mucho bombo, esa Alcaldía expidió un decreto en 1994 que buscaba quitar a uno de los personajes más característicos del transporte público de esta ciudad.

En Cartagena, es común que un hombre que va guindando de las puertas del bus se baje, antes de que este frene y desafiando la velocidad, para persuadir a quien está en la acera a que se suba. Es el mismo que negocia con el pasajero el precio del pasaje y lo cobra —no obstante los decretos que lo reglamentan—, quien le ordena al conductor dónde hacer una parada y cuándo arrancar de nuevo, quien hace las veces de agente de tránsito y se atraviesa en la vía para que el vehículo en el que va pueda pasar a otro carril, ayuda a subir bultos y es quien acomoda, no siempre de la mejor manera, a las personas que van de pie para liberar un poco de espacio dentro del bus. Un personaje de amores y odios, una especie de azafata, que llegó ahí motivado en muchos casos por razones económicas y que no solo se mueve dentro del caos de movilidad de la ciudad, sino que hace parte de él.

Son llamados esparrin, como guardando fidelidad a aquel que ayuda al boxeador en su entrenamiento, y es precisamente esta figura la que quiso acabar el decreto 584 de 1994, que nadie había matado, pero que las autoridades locales rescataron de las fauces del olvido a mediados del 2014. Sigue vigente y amenaza con suspender la licencia por seis meses, un año e indefinidamente (dependiendo si era la primera, segunda o tercera vez, respectivamente) del conductor que sea sorprendido —como si de casos fortuitos se tratara— transportando pasajeros o acompañantes en las puertas de entrada. Pero, tal como hace más de 20 años, los espárrines siguen campantes pregonando en cada parada la ruta que llevan.

El tema cobra vigencia porque todo parece indicar que con la entrada en funcionamiento de Transcaribe, el sistema de transporte masivo de Cartagena, también desaparecerá, definitivamente, este empleo informal, un hecho que obligará a buscar otras alternativas de subsistencia a los miles que viven de él. “Canapote, Avenida. Llega, que hay puesto”, vocifera Roger Herrera agarrado de la manigueta de una buseta de la ruta Ternera que recorre la avenida Santander, la que bordea el Mar Caribe, y que ha alternado su trayecto debido a que, desde que se inició la etapa pedagógica de Transcaribe, no le es permitido ingresar al centro. Herrera hace parte del universo de espárrines que prevé quedar en el limbo laboral, aunque no se trate de un empleo formal, y que hace poco manifestó al diario local su preocupación por el futuro de sus familias, que dependen de lo que ganan en su oficio.

Según información del Departamento Administrativo de Tránsito y Transporte de Cartagena (DATT), en la ciudad operan uno 1.592 buses de servicio colectivo, lo que significa, si se hacen cuentas alegres, que, aproximadamente, hay el mismo número de personas (o un poco menos) que se dedican a esta labor informal. En lo que a esta entidad compete, no hay ningún plan para estas personas que tendrán que bajarse de los buses tradicionales una vez Transcaribe entre a operar en pleno. Explica Jorge González, director del DATT, que esta dependencia del Distrito no tiene ninguna facultad, por ejemplo, para implementar alguna medida o proyecto que pueda involucrar a los espárrines en el nuevo sistema de transporte masivo.

Lo que sí resalta es la labor que ha hecho este departamento por hacer cumplir la norma que exige acabar con esta modalidad informal de trabajo. “El decreto prohíbe que vayan personas en las puertas, pero, por su ubicación geográfica y las altas temperaturas, es imposible que este tipo de vehículos vayan con las puertas cerradas, lo que dificulta la labor de control. Ya se han hecho investigaciones y se han impuesto sanciones a algunas empresas de transporte que permiten ese oficio dentro de sus buses, pero es una lucha que no se logra de la noche a la mañana”, señala.

Por su parte, un vocero de Transcaribe señaló que Sootramac y Transambiental, entidades que tienen a cargo la operación del sistema, serán las que generen las ofertas de empleo que se necesitarán dentro del sistema y a la que podrán aspirar estas personas tras su vinculación y capacitación. Lavadores, llanteros, mecánicos, aseadores y personal de vigilancia son algunos de los oficios que, muy seguramente, contratarán las empresas operadoras. No obstante, la salida de circulación de la totalidad de los buses tradicionales puede tomar más tiempo de lo previsto, que son tres años.

La accidentada puesta en marcha de Transcaribe ha tocado los puntos más sensibles de la ciudadanía y los traumas naturales de los procesos de cambio llegan a todos los estamentos de la sociedad cartagenera, de los que no se salvan ni los informales. Sin embargo, falta ver si las intenciones de las autoridades y la organización del nuevo sistema sí dan frutos o si, por el contrario, quedarán plasmadas en el papel como ya ha pasado antes. 

 

ggomezp@elespectador.com

Por Germán Gómez Polo

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