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En busca del río Claro

Esta es una historia de resistencia. Tal vez de rebeldía. Es la historia de Juan Guillermo Garcés, un hombre de 64 años que se ha enfrentado a su vocación familiar de ganadería, a la influencia del cartel de Medellín, a la guerrilla y a la minería con tal de cuidar una Reserva Natural en el Magdalena Medio antioqueño.

Juliana Muñoz Toro
30 de noviembre de 2013 - 09:00 p. m.
Juan Guillermo Garcés en el río que lo convenció de cambiar la ganadería por la ecología.  / Julián Mora Oberlaender
Juan Guillermo Garcés en el río que lo convenció de cambiar la ganadería por la ecología. / Julián Mora Oberlaender

Juega con su café. Hace espuma con un mezclador y luego bebe un sorbo. Se encuentra en El Refugio, una cabaña que construyó a orillas del río Claro con algunas habitaciones para hospedaje y un restaurante. La humedad se siente a cada bocanada de aire, lo rodean árboles espinosos y gigantes como ceibas, yumbos y abarcos y, lo más impactante, un cañón de mármol atravesado por un río cristalino.

Los expertos dirían que este es un bosque húmedo tropical kárstico, terreno pedregoso muy escaso en Colombia, que además se caracteriza por ser un refugio florístico del pleistoceno (período geológico que se inició hace 2’590.000 años y que terminó hace tal vez 11.780 años). El botánico Álvaro Cogollo, director científico del Jardín Botánico de Medellín, ha clasificado en esta reserva cerca de sesenta especies nuevas de plantas para el mundo.

Para comenzar su historia, Garcés relata varios recuerdos de infancia. Estaban él y su padre navegando en 1954 por el río Magdalena en el barco de vapor David Arango, que tenía su propia orquesta. Recuerda, también la sensación de huir de la violencia, de vivir amenazado. Habla de su gusto por la biología, de cómo le cambió la vida El origen de las especies de Darwin y de cómo improvisó un laboratorio para observar culebras y otros animales. Del día en que asesinaron a su padre y tener que, a los 15 años, dejar de estudiar y empezar a trabajar con su hermano mayor, Jorge Tulio Garcés, en una finca ganadera que heredaron en Puerto Triunfo.

“Miles de personas estaban haciendo lo mismo en el Magdalena Medio. Con mi hermano tumbamos miles de hectáreas de bosque. Yo me volví sensible a la pobreza, al trabajo duro del campesino”. También lo conmovió ver cómo se eliminaban y quemaban los bosques a cambio de un potrero baldío y creyó que algún día le tocaría ver la desaparición de toda la selva del Magdalena Medio.

Por esos años, un campesino de la zona le contó que alguna vez, persiguiendo a un jaguar, este lo llevó a un lugar que no se imaginaba que existiera. Un cañón con paredes y piso de mármol por el que pasaba una corriente azul y verde o, de repente, transparente. Garcés no olvidó esa historia y se propuso que algún día encontraría ese jaguar o, al menos, ese lugar.


La Conquista

Ahora camina por un estrecho puente de piedra, elevado al pie del río. Juan Guillermo Garcés asegura que este lugar, hasta la década de 1950, fue un secreto para la civilización desde la época de la Conquista, por el difícil acceso en medio de tierras fangosas, la malaria, el miedo a los tigres y los mitos sobre brujas y lugares sagrados de los indígenas. Por eso mismo no fue fácil encontrarlo, hasta que un amigo le dio una pista más certera luego de sobrevolar la zona en helicóptero. En 1968, después de caminar dos días por la selva, acompañado por su hermano, fueron guiados por un joven que tenía una balsa de guadua y, remontando la corriente, llegaron navegando al río soñado, al río del jaguar.

“En esa época ya estaban construyendo la autopista Medellín-Bogotá. Entonces con mi hermano pensamos que cuando pasaran por aquí iban a destruir el bosque. Así que empezamos a tomar posesión del lugar con el fin de protegerlo”. Poco a poco pudieron colonizar este territorio con gran diversidad de especies endémicas y lugares naturales como la Cueva de los Guácharos, también tallada en mármol, de importancia para la espeleología y la protección del guácharo, un ave nocturna, frugívora y que se guía por ecolocación como los murciélagos.

La siguiente década casi se termina el proyecto. El hermano de Juan Guillermo falleció en un accidente y comenzó la guerra entre el narcotraficante Pablo Escobar y las Autodefensas Unidas del Magdalena Medio. Además, el río Claro estaba —aún lo está— a unos pocos kilómetros de la hacienda Nápoles, el lujoso refugio de Escobar y el cartel de Medellín. Garcés se resistió a abandonarlo todo. Tan solo cambió de estrategia: iba al lugar de vez en cuando, pero manteniendo un bajo perfil.

 

Esos años trabajó como documentalista y periodista ambiental y fundó Iris Producciones, una programadora de Teleantioquia. También realizó el documental Armero: crónica de una tragedia, que en 1986 ganó en el Festival Grand Prix Futura de Berlín. En diciembre de 1993 cayó Pablo Escobar y Garcés decidió regresar a Río Claro.
La fuga

Cae la noche y regresa a El Refugio. Empieza a llover. Los truenos de la tormenta se prolongan en el cañón. Es un eco sobrenatural. “Justo aquí, en 1997, vinieron unos encapuchados y me secuestraron”. Garcés continúa con su historia, en la que incursiona la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, que lo mantuvo cautivo en aquel tiempo por un mes, hasta que él pudo escapar. Continuaron pidiéndole dinero, amenazando a su familia. Cuando logró negociar con algún comandante, entonces se volvió enemigo de los paramilitares.

Un año más tarde, en 1998, las Auc y el Eln dieron la orden de desplazamiento a la población de Río Claro, San Luis, Cocorná y San Francisco. Garcés, una vez más, se resistió a abandonar su reserva. No era por dinero, pues Río Claro sólo le dejaba pérdidas económicas. Era, mejor, la convicción de que lo que hacía era lo correcto, que era lo mínimo que le podía devolver a la naturaleza. A pesar de todo lo obligaron a estar lejos durante cinco años. Después del proceso de desmovilización de los paramilitares y del recogimiento de la guerrilla, en 2005 Garcés pudo empezar a consolidar de nuevo su proyecto.

Hoy en día, Garcés todavía tiene que sortear más obstáculos: montar un esquema de conservación en medio del negocio de la ganadería, la minería, el cemento y la siembra de especies foráneas para la producción de madera. Es visto casi como un loco, el loco que vendió las tierras que heredó de su padre y que sigue comprando terrenos para hacer más grande su reserva. “Sólo queremos la infraestructura mínima para disfrutar del lugar. En la medida en que ampliamos no sólo aumenta lo estético y turístico, sino también la conservación de nuestro banco genético, de la flora y fauna de este territorio”.

 

Llegar al río Claro

La sostenibilidad de la Reserva Natural Cañón del Río Claro se basa en cinco principios. Primero, en la conservación ambiental, es decir, en la protección del ecosistema y su biodiversidad, reforestación y descontaminación del agua. También se promueve la investigación científica, por eso Río Claro siempre tiene a biólogos, geólogos, espeleólogos, botánicos y estudiantes caminando por ahí. Un tercer eje es la educación y la comunicación sobre prácticas medioambientales y estrategias de desarrollo sostenible.

Para dinamizar la economía de la región también se busca el desarrollo de turismo de naturaleza y aventura en una pequeña porción de la reserva. “El ecoturismo también debe tener un proyecto de conservación. Por eso diseñamos estrategias para que parte de los recursos que tenemos se los dediquemos a la biodiversidad y hagamos una verdadera reserva”, dice Garcés.

El quinto principio consiste en trabajar de la mano con los jóvenes y la comunidad. La mayoría de empleadas de la reserva son mujeres cabeza de hogar. Además, se convoca a jóvenes de último grado para capacitarlos en ecoturismo y sensibilizarlos frente a la riqueza natural de su región. La reserva, en especial Garcés, trabaja con los líderes de acción comunal de la cuenca (San Luis, San Francisco, Sonsón parte baja y Puerto Triunfo) para que formulen modelos integrales de desarrollo sostenible, a pesar de que no siempre lleguen los recursos para llevar a cabo sus proyectos.

De acuerdo con Misael Quintero, concejal de San Luis, “Garcés donó una vereda en Río Claro para que el Gobierno de Antioquia construyera 28 viviendas para familias desplazadas. Ahora la tarea es descontaminar el río por las piscícolas de Playa Linda”. Garcés también donó un terreno para hacerles tratamiento a las aguas residuales.

La reserva les está enseñando a los campesinos que sembrar especies nativas y variadas (no un monocultivo) es más rentable a largo plazo. Una parte se corta y se vuelve a sembrar, y la otra no se toca. Mientras llega ese largo plazo se puede trabajar en agricultura de pancoger (que satisface necesidades alimenticias), siembra de caucho, cacao, reforestación con especies nativas y ecoturismo.

“Poco a poco vamos demostrando que conservar y hacer ecoturismo es mejor negocio que la misma ganadería”, asegura Garcés, que ahora está acompañando a un grupo de estudiantes de bachillerato que llegaron de Bogotá para conocer la reserva, hacer rafting y conocer la Cueva de los Guácharos.
La meta es replicar su modelo de conservación autosostenible en empresarios y comunidades para lograr un mayor impacto en la cuenca del río Magdalena. “El turismo sostenible y sustentable es aquel que satisface las necesidades de los turistas actuales, al mismo tiempo que protege la naturaleza e incrementa las oportunidades para el futuro”, opina.

Ahora este modelo está entre los tres finalistas del Premio Nacional del Turismo Sostenible, en la categoría “Mejor en acciones para la conservación de la naturaleza, los ecosistemas y las especies”, que el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo de Colombia otorgará en las próximas semanas.

Juan Guillermo Garcés se toma un momento para hacer una llamada. Saluda a su esposa Jimena Arosemena, también gestora de la reserva, y luego habla con su hija menor, que le reclama su pronto regreso. “Estoy trabajando para que este bosquecito dure muchos años, pero ya mañana nos vemos”, le responde.

Cuelga. Pide otro café y vuelve a hacer espuma mientras habla de sus planes. “Ya logramos la conservación y sostenibilidad de las 450 hectáreas que tiene la reserva. Pero este trabajo debe ir más allá: la conservación de la cuenca del río Magdalena, de la supervivencia de su flora y fauna. Eso también implica la preservación de la zona Andina, que ya tiene la mayoría de los bosques destruida”.

Y como “no sólo debe haber conservación, sino continuidad”, Garcés busca cederle la reserva a la Fundación Amazona, fundada por su hija, ya fallecida, María Isabel Garcés. “Así se podría proteger a perpetuidad y declararla como patrimonio planetario ante las Naciones Unidas”. Lo que pretende es devolver un territorio que le corresponde a la naturaleza, no a la humanidad.

 

La Alianza para la Conservación
del Magdalena Medio

La Alianza para la Conservación del Magdalena Medio es un proyecto creado para coordinar los esfuerzos de protección en una de las zonas con mayores desafíos del país: no hay grandes áreas protegidas ni parques nacionales naturales, buena parte del bosque está deforestada y existen especies amenazadas, como el paujil del pico azul, el jaguar y el bagre del Magdalena.
La iniciativa la tomaron hace un año Wildlife Conservation Society Colombia, Fundación Panthera, Fundación Proyecto Primates y Bristol Conservation and Science Foundation. Ahora son 15 organizaciones, como la Reserva Cañón del Río Claro, que han mostrado su interés de participar.
Según Gabriela de la Luna, coordinadora de la alianza, se busca “recopilar toda la información de las organizaciones y el Gobierno sobre la zona para incorporarla en una base de datos que se pueda consultar en línea. Así se podrá ver qué está pasando, dónde está trabajando cada uno, definir las áreas prioritarias de manejo y elaborar un plan de trabajo de la región más global”.

Por Juliana Muñoz Toro

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