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Cambiar el mundo con los alimentos

El representante del modelo que se enfrentó a la onda de las comidas rápidas y a la creación de un McDonalds en Italia, propone repensar los modelos de consumo y producción alimentaria.

Verónica Téllez Oliveros
20 de marzo de 2014 - 03:06 a. m.
Andrea Amato, coordinador de Slow Food en Centroamérica, el Caribe y Colombia, estuvo en el foro ‘Alimentos para la paz’, de El Espectador y la Alcaldía de Bogotá.  / Óscar Pérez
Andrea Amato, coordinador de Slow Food en Centroamérica, el Caribe y Colombia, estuvo en el foro ‘Alimentos para la paz’, de El Espectador y la Alcaldía de Bogotá. / Óscar Pérez
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Cuando el concepto de la comida rápida (fast food) se expandía con apetito voraz en el mundo, en 1986 un grupo de habitantes de la ciudad de Bra (Italia) se opuso a la instalación de un McDonalds en una de sus plazas. Para estos ciudadanos, la llegada del gigante significaba una estandarización de sus gustos, la erradicación de las tradiciones alimentarias y la eliminación de ese vínculo entre producto y consumidor, que en adelante serían sustituidos por estas empresas. Así, en medio de esta batalla nació el movimiento Slow Food, que hoy agrupa a unas 1.500 comunidades locales en todo el mundo y que está dando sus primeros pasos en Colombia.

Andrea Amato tiene 33 años y desde que tiene uso de razón ha vivido rodeado de la filosofía Slow Food. Llegó a Colombia hace una semana y se enteró de la movilización ciudadana de hace tres días en Bogotá en apoyo a los campesinos y reclamando mejores condiciones frente a los tratados de libre comercio. Pero si hay algo que tiene claro este italiano, nacido en Bra, es que “para defender al campesino se debe trabajar con el consumidor”. Ese fue uno de los mensajes que dejó en el foro “Alimentos para la paz”, organizado ayer por El Espectador y la Secretaría de Desarrollo Económico de Bogotá.

Si se quiere apoyar a los productores locales, conservar las tradiciones culinarias de territorios diversos como el colombiano o simplemente luchar contra ese impulso mecánico de comprar comidas rápidas, para Amato la alternativa no es sólo apoyar a los campesinos, sino también educar al consumidor. “No sirve únicamente tener campesinos formados y capacitados, porque falta el que va a recibir esos productos. El secreto es estimular las dos partes”, dice.

Amato es el coordinador de los grupos Slow Food en Centroamérica, el Caribe y Colombia. Parte de la labor que actualmente desarrolla con organizaciones que se unieron a esta filosofía es insistir en formar consumidores conscientes, que comprendan el valor de los productos de una agricultura “buena, limpia y justa”. Justa con el campesino y el medioambiente.

Precisamente en Italia el movimiento ha logrado generar redes pequeñas de productores para articular el campo y la ciudad y así tener una agricultura eficiente. Allí y en el resto del mundo han promovido esta idea de consumidores formados por medio de eventos, cursos, programas como el de huerta escolar (con el que capacitaron a 36.000 niños durante 11 años). También Slow Food creó una universidad de gastronomía en la que no se enseña a cocinar, sino en la que se aprende sobre aquella historia que hay detrás de un plato: qué ingredientes hay, cuál es el impacto en la vida del agricultor, en el territorio, cuál ha sido su proceso.

En Bogotá, Slow Food está consolidando su trabajo con organizaciones que podrían convertirse en referentes de la Secretaría de Desarrollo Económico, en momentos en los que la administración distrital busca fortalecer las redes de la ciudad con productores agrícolas, por medio de estrategias como los “mercados campesinos”, que se realizaban cada 15 días en la capital y ahora serán cada semana.

En La Guajira, cuenta Amato, está avanzando un proyecto con el enfoque Slow Food, haciendo una especie de mapa del patrimonio agroalimentario de dos municipios, entre los que está Manaure. Es un primer paso para crear una agenda de actividades como talleres y la realización de huertas alimentarias con el objetivo de subir el nivel de seguridad alimentaria.

Para Amato, Colombia tiene un gran potencial campesino que no se está aprovechando, como sí lo están haciendo países como Perú, con su Asociación de Gastronomía Peruana, con la que está transformando la gastronomía en un jalonador de la economía.

La discusión sobre la forma en que nos alimentamos, a quiénes compramos los alimentos y qué hay detrás de esa cadena productiva, tiene más peso en momentos en los que el mundo tiene una dinámica de urbanización, de la cual se espera que haya 8.000 millones de pobladores en 2025 para alimentar, en medio de las tendencias del cambio climático y las inclinaciones de los países por utilizar la comida para producir biocombustibles. Para Slow Food, se trata de “cambiar el mundo a través del sistema de producción y consumo de alimentos”.

 

 

 

vtellez@elespectador.com

@VeronicaTellez

Por Verónica Téllez Oliveros

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