Camilo: Sacerdote

François Houtart, canónigo belga, sociólogo, profesor y consejero de Torres en Lovaina, recordó así al cura colombiano en 1967.

François Houtart*
14 de febrero de 2016 - 06:00 p. m.

Todos nosotros que lo conocimos como sacerdote conservamos por él una profunda estima y nos ha chocado e incluso alterado el haber leído en una gran parte de la prensa la expresión “el ex cura Camilo Torres”.
 
Esta expresión es inaceptable para nosotros, particularmente para noso-tros los sacerdotes que conocimos a Camilo Torres, y ello por dos razones: en primer lugar, porque sabemos que se es sacerdote por el sacramen-to que confiere el sacerdocio de Jesucristo para la continuación de su obra redentora en el mundo, pase lo que pase, por toda la vida. Pero es una razón puramente objetiva. Nosotros que conocimos a Camilo como sacerdote, sabemos que Camilo no renunció jamás a su sacerdocio y que es en su carácter de sacerdote que ha querido tomar la opción que ha tomado.
 
Quisiera al respecto formular las siguientes reflexiones:  
1) Algunas palabras sobre la historio del sacerdocio de Camilo.  
2) Algunas palabras también sobre la historia de la decisión que tomó.  
3) Luego una reflexión sobre la decisión de Camilo.  
4) Las enseñanzas de la vida de Camilo como sacerdote.
 
1. Ya se ha hecho alusión a la historia de su vida y pienso que si retomamos la historia de su sacerdocio, veremos que, desde el comienzo, ese sacerdocio fue meditado. Camilo Torres no se comprometió ni al entrar al seminario menor ni incluso cuando ingresó al seminario mayor luego de sus estudios secundarios. Primero se comprometió en una vía universitaria, para luego seguir una vocación sacerdotal. Fue un sacerdote reflexivo. Durante su seminario tuvo largas dudas. Se interrogaba sobre si ese era su camino, no el acceso al sacerdocio porque no creo que lo haya dudado nunca, sino sobre si debía convertirse en religioso, y más particularmente, dominico, o sobre si debía continuar su estadía en el seminario. Me acuerdo de haberlo encontrado por primera vez precisamente cuando todavía estaba en el seminario de Bogotá, poco antes de su ordenación, y en ese momento continuaba aún interrogándose al respecto. Este interrogante se lo planteó aún después.
 
En el curso de una larga conversación que tuvimos, si no me equivoco en 1962, volvió a plantearse el problema. Esta duda entre la vida religiosa y el sacerdocio diocesano estaba motivada por un deseo de mayor fidelidad a su sacerdocio. Sentía, en razón de su temperamento algo bohemio, que necesitaba un marco existencial y una disciplina mayores.
 
Como sacerdote, aquí en Lovaina o en Bogotá, Colombia, también osciló en-tre dos orientaciones: la ciencia y la acción. Creo poder afirmar también que las opciones que adoptó, y sobre todo la opción final, se han, evidentemente, inclinado hacia la acción, pero siempre dentro de la visión de su sacerdocio. El sacerdocio de Camilo se caracterizaba esencialmente por su preocupación por los hombres. Esto lo conduciría a veces a descuidar eso que podríamos llamar “lo institucional”, sin darle ningún sen-tido peyorativo al término, pero que convertía a Camilo en una persona que no dudaba en no presentarse a dar su curso universitario porque en el camino tal vez había encontrado a uno u otro que tenía necesidad de su ayuda particularmente en ese momento.
 
Su sacerdocio estuvo también caracterizado por una visión global de los problemas. Camilo, sin dejar de preocuparse por los detalles personales de cada uno, tenía, sin embargo, una visión de los problemas que superaba de lejos lo cotidiano inmediato. También estuvo, desde el comienzo, marcado por el deseo de diálogo con los demás, con los cristianos, los protestantes y los no cristianos. Muchas veces lo he visto ejercitando ese diálogo con los cristianos de otras confesiones y muchas veces he visto también la admiración y el respeto que suscitaba en ese diálogo. Entre otros caso recuerdo especialmente el de un casamiento que celebró entre una protestante y un católico en Bogotá. Recuerdo también su vigorosa defensa de un profesor de la Universidad nacional, un sociólogo que tenía problemas por ser protestante.
 
En fin, todo el mundo lo dice, es una repetición: su sacerdocio se carac-terizaba también por la generosidad, generosidad coronada por su muerte. Habría mucho más que decir sobre el sacerdocio de Camilo, pero me siento incapaz de hacerlo.
 
2. ¿Cómo llegó Camilo a la decisión que tomó? Los problemas planteados a la conciencia cristiana en el seno de la sociedad en que vivía lo preocuparon cada vez más, hasta llegar a torturarlo profundamente. La determinación que tomó, lo veremos más adelante, de solicitar su reducción al estado laical, se inscribe en un contexto global propio de la situación latinoamericana: porque él se ubicaba netamente en un plano latinoamericano, y más particularmente, colombiano.
 
No hay manera de comprender la decisión de Camilo sin ubicarla en su con-texto global, en ese contexto de cambio social rápido absolutamente necesario para lograr el acceso de los pueblos latinoamericanos a un bienestar simplemente humano. No hay manera de entenderla, igualmente, sin ubicarla en el marco de la rigidez de las estructuras sociales, políticas y económicas del país en que vivía; sin ubicarla en el marco del sufrimiento de las masas rurales y urbanas.
 
No se la puede explicar tampoco sin colocarla en el marco del despertar de la Iglesia en América Latina, hecho que constituye uno de los elementos positivos del cuadro, renacimiento que data solamente de 15 años a esta parte y que manifiesta una muy grande vitalidad en todos los países latinoamericanos. Esta vitalidad es tal vez muy dispersa, pero igualmente ha hecho cambiar las perspectivas del cristianismo en América Latina. Camilo era uno de los elementos activos de ese despertar. Participó en él plenamente.  Tenía contacto con los sacerdotes, obispos, que desde hace unos quince años, algunos incluso desde hace unos veinte años, trabajan en la base para realizar esta renovación del catolicismo y para hacer del cristianismo una fuerza de transformación y no una fuerza de conservación. Pero su decisión no se comprende tampoco sin ubicarla también en el contexto de la actitud de ciertos cristianos, de cierta reacción que asoma en el interior mismo de la Iglesia, e incluso en la jerarquía de la Iglesia, sobre todo en el curso de los últimos tres o cuatro años. El Concilio, aunque parezca paradójico,  ha jugado un papel en este fenómeno de “toma de conciencia” de los elementos más conservadores que se han aterrado con la perspectiva del cambio. Algunos prelados importantes del continente latinoamericano, en más de un país, y tal vez de manera particularmente aguda en Colombia, han adoptado actitudes muy poco abiertas. Eso también constituye uno de los elementos de explicación de la determinación de Camilo y que lo ha conducido a donde ya sabemos.
 
Es entonces como la pregunta se plantea al espíritu de Camilo: ¿Cómo sa-cerdote puedo aceptar esta situación? ¿No puedo hacer otra cosa? Si el rol de sacerdote sólo me conduce a predicar el apaciguamiento, la caridad, sin duda, pero en un contexto tal, dentro de una estructura social determinada, finalmente da un sentido  muy particular al ejercicio del sacerdocio: el reforzamiento de las estructuras en las que se vive y una pasividad y ausencia de transformación.
 
El sentido de su determinación debe ser interpretado en este conjunto. Jamás su decisión ha consistido en el abandono de la fe, como a veces se la ha interpretado. Fue precisamente en función de la fe que quiso tomar su decisión. Jamás estuvo ella motivada por un abandono del sacerdocio, y Dios sabe hasta dónde llegaron las calumnias a este respecto. Él pidió ser relevado de sus funciones sacerdotales y nosotros sabemos, y su testimonio está allí para decirlo, que no fue con alegría en el corazón que lo hizo, sino que fue para él un verdadero sacrificio abandonar la posibilidad de de celebrar la Eucaristía. Solicitó ser relevado de sus funciones sacerdotales para entregarse a la actividad social y política y entró en conflicto con la autoridad religiosa porque quiso permanecer fiel a su decisión.
 
3. Quisiera hacer ahora dos reflexiones sobre su decisión. Creo que en memoria de Camilo debemos ser completamente honestos y plantear los problemas en toda su verdad. Es aún prematuro plantearnos todas las preguntas y no es tiempo aún para comprenderlas en su total dimensión. Pero como cristianos debemos hacernos dos preguntas. La decisión que Camilo tomó plantea problemas fundamentales. Quisiera señalar dos por el momento, antes de hablar de las enseñanzas de su vida de sacerdote. En primer lugar, plantea un problema muy fundamental para la Iglesia posconciliar: el papel del sacerdote. ¿Podemos separar eso que podríamos llamar la realidad ontológica del sacerdocio, del ejercicio de su función? Pienso que sí. Creo que ello ocurrirá en el futuro, con cierta perspectiva, y con una evolución de los estudios sociológicos y teológicos sobre el rol del sacerdote y sobre el ministerio sacerdotal. Creo que desde este punto de vista la pregunta formulada por Camilo Torres nos obligará a reflexionar y a profundizar nuestra meditación sobre lo que es el sacerdote y sobre la manera en que puede ejercer su papel, su ministerio.
Quisiera trazar aquí un paralelo, tal vez algo audaz, con los curas obreros. Hace algunos años el hecho mismo de pensar que un sacerdote podría ser obrero originaba violentas protestas.
 
Parecía imposible: era incompatible con la dignidad del sacerdocio. Durante mucho tiempo hubo oposición al principio mismo de que existiera la posibilidad de que un cura trabajara. Luego, con la ayuda de las circunstancias, fue lanzada la experiencia de los curas obreros. Al cabo de un cierto tiempo resultó evidente que no era aceptada por el conjunto de la Iglesia a pesar de que la jerarquía había aceptado e integrado esta experiencia en la mayoría de los lugares donde se la había llevado a cabo. Dos Iglesia estaban formándose: por un lado, la Iglesia concreta de los cristianos ordinarios, de los curas de parroquia, incluso tal vez de la Acción católica, que no había aceptado o no estaban dispuestos a asumir esta función misionera realizada por los curas obreros, y, por otro lado, estos últimos. Dos Iglesias se habían formado, y esto condujo a los curas obreros, en cierto modo, a oponerse a la Iglesia concreta y a veces a dejarse absorber por el medio cultural, perdiendo incluso algunas nociones de la universalidad del sacerdocio. Luego, al cabo de una larga y penosa interrupción, y al cabo del doloroso sacrificio de muchos curas obreros, he aquí que la Iglesia retoma, al cabo de la meditación, la experiencia y el sufrimiento, esta forma de ejercicio del sacerdocio consagrada ahora oficialmente por el Concilio. Tal vez se trate solamente de meditación. Es un paralelo que tal vez un día nos haga comprender que en el sacerdocio existe una dis-tinción entre esta realidad ontológica del sacerdote y las formas de ejercicio de su rol ministerial.
 
Una segunda reflexión concierne a la obediencia al Obispo. Camilo fue llevado a un conflicto abierto con su Obispo, y para un sacerdote, cier-tamente es una realidad muy dura. Todo eso debe ser reubicado en su contexto. Por un lado, la concepción de la autoridad no era por cierto adecuada. Era tan grande la ignorancia de los problemas sociales existentes que, en cierto modo, ese conflicto era, tal vez, inevitable. Pero además debe ser profundamente lamentada la utilización (por ambas partes, es verdad) de medios polémicos. Eso debe ayudarnos a meditar sobre las no-ciones que tenemos acerca del ejercicio de la autoridad en el interior de la Iglesia y de la obediencia y sumisión a la jerarquía eclesiástica. Creo poder afirmar que por ambas partes fueron cometidos graves errores, explicables sin duda por el clima existente, pero que, con toda honestidad, hay que reconocer como tales.
 
Estas son, pues, algunas de las cuestiones fundamentales para nosotros, cristianos, que deseábamos subrayar en ocasión de esta meditación sobre el sacerdocio de Camilo.
 
4. También hay enseñanzas de la vida de Camilo como sacerdote. La primera, y creo que todo el mundo coincide en esto, es su amor por el prójimo, que como marca fundamental de su sacerdocio, lo condujo hasta el punto de dar la vida por los que amaba.
 
Una segunda lección es la ambigüedad fundamental de toda realidad terrestre, el misterio del pecado y de la gracia, el misterio de la muerte y de la resurrección y el hecho de que como hombres y como sacerdotes estamos todos sumergidos en esta realidad. Ella no es ambigua en sí misma. Ella es ambigua en cada uno de nosotros. Es por ello que sentimos a Camilo tan cerca nuestro, porque él también se vio sumergido en ese dilema. Y es por ello también que todo juicio –aparte del de Dios- sobre su elección, no puede ir enteramente en un sentido ni en otro.
Dentro de una realidad terrestre ambigua, que siempre lo será, lo que más impacta en Camilo es que no haya dudado en actuar. No adoptó esa actitud cómoda del intelectual que siempre pesa el pro y el contra y a fuer de hacerlo termina por no actuar jamás. Era intelectual y lo fue hasta el fin y en consecuencia veía muy bien el pro y el contra, y sin embargo, incluso al precio de equivocarse, no dudó en actuar de acuerdo a su con-vicción eligiendo sin retaceos, en medio de una realidad ambigua, el par-tido de los pobres.
 
Finalmente creo que la enseñanza más profunda y durable del gesto de Camilo reside en su carácter profético. El profeta es utilizado por Dios para recordar a su pueblo su pecado. Permitidme que cite dos pasajes del profeta Amós, uno tomado del capítulo 6 y otro del capítulo 8.
 
El profeta Amós decía a su pueblo (y ustedes bien saben que varios profetas se hicieron matar porque reprochaban a los hombres su injusticia): “Puesto que aplastáis al pobre y le exigís un impuesto sobre el trigo, entonces no viviréis en esas casas de piedra tallada que os habéis cons-truido, ni beberéis el vino de esas viñas selectas que habéis plantado, porque sé que son muchos vuestros crímenes y enormes vuestros pecados, opresores de los justos, vosotros que echáis al pobre a la calle”.
 
Y en el capítulo 8 dice: “Escuchad esto los que aplastáis al pobre y querríais exterminar de la tierra a los infelices, vosotros que decís: compraremos por dinero a los débiles y a los pobres por un par de sanda-lias, y venderemos el salvado del trigo. Yahvé ha jurado por el honor de Jacob: no olvidaré yo nunca esto. ¿No ha de estremecerse por eso la tie-rra? En duelo quedarán cuantos la habitan. Se alzará toda ella como el Nilo, temblará y se abajará como el río de Egipto”.
 
El profeta es aquel que señala la injusticia de una sociedad y es eso lo que Camilo ha hecho y es en ese sentido que su gesto fue profético. Es aquel que señala el juicio de Dios sobre los hombres y que les recuerda que viven en sistemas sociales que los cristianos deben cambiar.
 
Para concluir diré que el recuerdo de Camilo Torres perdurará como el de un sacerdote que tomó una opción que lo condujo hasta la muerte, opción que adoptó profundamente persuadido de que así permanecería fiel a su sa-cerdocio hasta el fin.
 
*Artículo publicado en la revista Cristianismo y Revolución, de Buenos Aires, Argentina, en su edición de marzo de 1967.

Por François Houtart*

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