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Camilo Torres, una estampa de hombre

La pionera de la museología en Colombia, Emma Araújo de Vallejo, narra su experiencia en Europa con Isabel Restrepo, madre del personaje multifacético que sigue despertando pasiones y debates en la actualidad.

Redacción Nacional
13 de febrero de 2016 - 03:59 a. m.

El primer recuerdo que tengo de Camilo es muy difuso, más bien casi nulo, porque para esa época, en los años 40, Camilo era un niño que pasaba desapercibido en el comedor de mi casa, en Teusaquillo, que siempre estaba repleto con los amigos de mi padre, Alfonso Araújo Gaviria. Lo frecuentaban Darío Echandía, Carlos Lozano, Juan Lozano y Lozano, Jorge Eliécer Gaitán y otros. Era un mundo de adultos, con sus maneras, sus ideologías. La violencia que azotaba el campo era un tema frecuente en la mesa, por el cual papá se mostraba muy preocupado.

Pero en la casa no todo era política, y a papá le gustaba invitar a su prima Isabel Restrepo Gaviria, Chava, como la llamaban con afecto. Un día me dijo que la invitaba porque sentía que Isabel era una mujer diferente, muy adelantada a su tiempo, además con un gran sentido del humor. No recuerdo al Camilo Torres de niño, porque era mayor que yo un año, pues yo soy del 30 y él era del 29.

Nuestro parentesco viene de la línea del patriarca Juan de la Cruz Gaviria de Castro, más conocido como Papá Cuco, un libre pensador que tuvo once hijos, entre ellos Ifigenia Gaviria Cobaleda, mi abuela, e Isabel Gaviria Cobaleda, la abuela de Camilo. Mi papá y su mamá eran primos.

El siguiente recuerdo que tengo de Camilo está relacionado con la sorpresa que nos causó enterarnos de que había ingresado al seminario. Fue algo que papá nunca entendió. Era un hombre muy bien plantado, se veía como un actor, su contextura era robusta y era muy buen conversador. Pensamos en realidad que era cosa de vocación. Yo me sorprendí porque siempre escuchaba a mis amigas decir que lo invitaban a fiestas, a bailes, tal vez yo asistía, pero nunca lo veía, y de repente se metió al Seminario Mayor. Hasta allí viene este segundo recuerdo.

Luego me casé, en el año 1955, y me fui a vivir a Bruselas con la familia de mi marido, a la que yo no conocía. Descubrí que no tenían nada que ver conmigo, no los podía comprender. Me sentía muy sola. Para el 55 ya habían pasado diez años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero aún estaba muy presente en sus vidas. No había conversación en la que las personas no hicieran oraciones con frases como “durante la guerra” o “después de la guerra”.

Un día recibí una carta de mi papá diciéndome que nuestros parientes estaban en Lovaina: Isabel Restrepo y el padre Camilo Torres, quien estaba estudiando. Eso me reconfortó. No lo pensé dos veces y tomé un tren desde Bruselas hasta Lovaina. Tardé dos horas y empezó una nueva etapa de mi vida.

Pasaba la tarde con Chava, hasta que llegaba Camilo a las seis. La primera vez que nos reunimos me sorprendió su forma de hablar. No lo había visto luego de su ingreso al Seminario. Era una estampa de hombre. Su carácter podía confundirnos siempre, porque hablaba con firmeza y claridad sin ser duro. Iniciaba sus conversaciones con los temas que tenían lugar en Colombia, pero no nos saturaba con conceptos o hablando de lo que otras personas habían pensado, sino que hacía reflexionar, pensar en las injusticias sin aburrir. Tenía muy presente a Colombia y a sus proyectos en el país. Hablaba con mucha seguridad.

Ese encuentro con ellos fue mi salvación. Ese paseo Bruselas-Lovaina duró cerca de dos años. Me llenaban una enorme soledad.

Los recuerdo con intensidad porque trataron de ayudar a que me quedara en esa Europa de clase media que había sido pro nazi, muy estricta, demasiado. Totalmente ateos, sentía que yo no los entendía, ni siquiera hablando muy bien francés. A los 85 años que tengo hoy en día, nunca entendí y sigo sin entender. Chava tenía un carisma particular. Era muy vital, alegre, siempre tenía algo que contar, se reía todo el tiempo. Pienso que influyó de forma certera en la vida de Camilo.

La muerte de Camilo

En el año 66 vivía en París cuando murió Camilo. En esa ciudad también vivía el médico Miguel Antonio Rueda Galvis, casado con Amalia Zea, hermana de Germán Zea, el gran político liberal. A las pocas semanas de morir Camilo me llamó Miguel, que lo quería mucho, y a Isabel. Con ellos habíamos compartido antes, exactamente diez años atrás, en la embajada de Colombia en Bruselas. Nos vimos varias veces y departimos veladas en las que Camilo, con sotana, tocaba guitarra. Ese recuerdo está intacto. Una comida para pocas personas. Esa guitarra y esas carcajadas a mí no se me han borrado.

Me dijo el doctor Rueda: “Emma, tengo una reunión de colombianos. Vente que tengo un asunto importante que encomendarte”. Cuando llegué me confesó que el motivo del encuentro era hacer una colecta para sacar a Chava de un hostal en el cual se estaba consumiendo por la muerte de Camilo. “Tú eres su pariente, por qué no buscas una habitación en un hotel cercano a tu casa para que se hagan compañía”. Y así lo hice. Entonces busqué uno cerca de mi apartamento y salí en busca de Chava a Montmartre, una de las zonas más alegres de París, famosa por su vida nocturna. Yo tenía un carrito Renault 4. Pasé por ella, le di un abrazo como si el mundo se fuera a acabar, luego le hice la maleta y la llevé a almorzar y al hotel.

Ella estaba muy triste, encorvada, no abrió la boca durante todo el almuerzo. Luego la dejé en su hotel. Al siguiente día le propuse que fuéramos a dar una vuelta, pero no quería, estaba ensimismada. Como a los tres días se desapareció. Luego recibí una llamada: “Mijita, estoy en el aeropuerto. París no me gusta. Me voy para Cuba en un par de horas. Además, ese hotelito en el que me dejaste es de lo más harto del mundo, no hay sino viejos, todos hablando en el hall de enfermedades de la vejiga”. En cambio yo me divertía y me reía mucho en el otro hotel porque subían parejas felices las escaleras y bajaban a las dos horas mucho más contentos. Esa conversación con Chava no se me olvidará.

Nunca supe cómo llegó Chava a Cuba ni cómo salió de su hotel. Luego, con el pasar de los años, comprendí que Fidel Castro había sido una figura clave en su vida. Hasta le dio la oportunidad de enseñar, algo que le fascinaba. Ahí perdí todo contacto con ella.

Me enteraba de su vida por la prensa. Recuerdo a Camilo y su forma de hablar, en su estilo. Siempre he buscado alguien que tuviera un carácter similar, pero nunca la encontré.

Con motivo de la Semana de Camilo Torres que la Universidad Nacional está organizando, releí Camilo, ocho ensayos apasionados, de Francisco de Paula Jaramillo, edición de diciembre de 1970, y me encontré esta frase: “Como revolucionario salta a la vista que carecía de una cualidad esencial, la de planear y de programar la acción revolucionaria. Fue un místico, o si se quiere un apóstol, pero no un político”. Estoy plenamente de acuerdo. Este homenaje que le hará la universidad es importante para el país, para el posconflicto.

Por Redacción Nacional

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