Carolina Sáchica, la voz del corazón Wayuu

Perfil de la abogada de la comunidad Shipia Wayuu, en la alta Guajira, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Silvia Margarita Méndez Manosalva - Twitter: @silviamendez94
25 de marzo de 2017 - 03:48 p. m.
Carolina Sáchica, abogada de la comunidad Shipia Wayuu en La Guajira.
Carolina Sáchica, abogada de la comunidad Shipia Wayuu en La Guajira.

–¿Te gusta el periodismo de Guillé? –Preguntó la abogada.

– No me dio tiempo de responder.

– Me refiero a Gonzalo Guillén. El periodista. Te lo menciono porque es un investigador increíble, parece que hiciera parte de los agentes de la policía judicial. Por él fue que yo terminé metida en todo este rollo.

Mientras Carolina Sáchica Moreno empezaba a contar con detalle el por qué terminó enredada en la defensa y protección del pueblo indígena Wayuu –“¡qué duro!”, dirían los citadinos desde una oficina con piso de mármol, escritorio de madera ceñida y un vaso de agua a medio probar-, pude notar el poder de su voz serena y acento neutro. El tema la mataba. Defender a nuestros indígenas la apasionaba.

“Conocí a Guillén cuando era profesor en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, en donde yo también trabajo hace ya como 10 años. Recuerdo que en 2014 me pidió asesoría en unos temas de libertad de expresión en Ecuador porque para la época El Universo, un periódico importante de allá, estaba en pique con todo el tema del periodismo y Rafael Correa”, contó Sáchica Moreno.

La abogada tomasina contó luego que casi al año de estar asesorando a los medios de comunicación ecuatorianos, Guillé le pidió otro favor importante. Suplicó que le ayudara a pensar en algo para ayudar los Wayuu porque en La Guajira se habían robado un río. Además, le dijo el periodista, los niños estaban muriendo paulatina y silenciosamente por desnutrición y consumo de agua contaminada. 

Sin embargo, solo después de estar presente en una entrevista que le hicieron a finales de 2014 al entonces defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, fue cuando la mujer de 38 años, pelo negro y mirada intrépida creyó verdaderamente en lo que le decía con insistencia su colega universitario: a La Guajira no solo la estaban robando, también la estaban ignorando, talando, explotando y corrompiendo. Todo al mismo tiempo.

“Yo nunca tuve claro el derecho. También me gustaba el periodismo. Me gusta escribir”, dijo la abogada, que con afán también describió sus primeros años de trabajo, como cuando fue parte de la Unidad Especial de Narcotráfico de la Fiscalía y destruía laboratorios de cocaína, o cuando trabajó en la Corte Suprema en un despacho judicial, o tal vez cuando estuvo en un fondo de pensiones para pilotos.

Días después de la intervención decembrina de Otálora en la que el exfuncionario compartió un informe llamado “Crisis humanitaria en La Guajira 2014”, Sáchica Moreno quedó enganchada con el tema.

No podía creer lo que estaba pasando en el norte del país, en donde la tierra solía ser rica, en donde los indígenas cultivaban papa, yuca, patilla, arroz, maíz…en donde se criaban vacas gordas, cerdos, gallinas, burros, y en donde los afros y los Wayuu podían cazar y bañarse en su río, el río Ranchería. El que se robaron.

¿Qué pasó con los recursos destinados a los niños? Los políticos los desaparecieron. ¿Y el agua? La mina de carbón la desvió. ¿Ayuda el ICBF? Les manda bienestarina en polvo. ¡Pero no hay agua!, ¿Cómo la consumen entonces? ...También hay demasiados subregistros porque de nadie se reporta nacimiento, ni mucho menos muerte. 

Todo eso pensaba la abogada, trabajadora, curiosa y soñadora, cuando para principios de 2015 se le midió de lleno a la tarea de hacer escuchar jurídicamente a un pueblo ancestral que han enmudecido y expulsado de su territorio por años. 

Por eso sin tener un ‘lobby’ o algún tipo de ayuda extranjera, Sáchica Moreno tocó a ciegas las puertas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), y el nueve de febrero de 2015 presentó medidas cautelares. “En mayo le pidieron al Estado responder, pero no fue sino hasta el 11 de diciembre de 2015 cuando la CIDH encontró méritos y profirió medidas cautelares oficiales al Gobierno Nacional. ¡Fue un hecho absolutamente emocionante! Después de tantos reportes de niños muertos, enfermos, y preguntas por parte de la comunidad sobre los resultados del trámite, pude dar la mejor noticia ”, narró la defensora.

Recibió tremendo logro en Holanda, a 12 horas y 45 minutos de la capital colombiana. Su hijo Mateo, de 17 años, le hizo un collage en el celular con las fotos de la noticia en los medios más importantes del país y se lo envió por chat. Fue feliz.

Días después la abogada viajó por primera vez a La Guajira. Se quedó en una ranchería, durmió en chinchorros (hamacas), comió arepa de maíz en cantidades, y vio la miseria en carne propia. Se deleitó en los movimientos que hacen los niños indígenas en medio del sonido de tambores cuando bailan el tradicional “chichamaya”, y vio cómo cuidan en las comunidades, en medio del polvo y del sol ardiente que mata de sed, a los cientos de pequeños al cuidado Wayuu que luego les son arrebatados.

Igualmente conoció a Javier Rojas, líder de los Shipia; traductor e indígena amenazado. Entabló con rapidez una relación con él y terminaron haciendo equipo para salvar a los más de 100 mil indígenas que están, al sol de hoy, representados legalmente por Sáchica Moreno.

“Después de todo este trabajo llego a la conclusión de que para un pueblo como los Wayuu la paz de la que tanto se habla tiene que ver más con justicia social. La guerra de ellos es la corrupción, es quien les quita todo, quien los está matando de a poquitos”, concluyó la abogada. 

La lucha continúa: El Gobierno sigue sin cumplir las medidas cautelares dictadas por la instancia internacional desde hace más de un año, el Ejecutivo asumió temporalmente el manejo de los recursos de salud, educación y agua potable de La Guajira, y Carolina viajó hace unos días a Washington D.C. (EE.UU.) a una audiencia de la CIDH para estudiar, de nuevo, el lamentable caso de los Wayuu en Colombia, el país del premio Nobel de Paz.

Por Silvia Margarita Méndez Manosalva - Twitter: @silviamendez94

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