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La Ciudad de los Niños

A través del arte y la literatura, los ciudadanos más jóvenes de cuatro sectores vulnerables de la capital paisa se reúnen una vez por semana para construir su propia interpretación de los territorios donde viven.

El Espectador
02 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.

Coincidencialmente todas son mujeres. Voluntarias convencidas de que la voz de los niños tiene que ser escuchada, que las ciudades no deberían construirse para ellos sino con ellos. Una vez a la semana, durante dos horas que se van volando, los motivan a dibujar, leer, cantar, pintar y crear. Les dan alas para que se convenzan de que no hay nada imposible y que juntos pueden construir su territorio ideal.

En 2010, el Museo de Arte Moderno de Medellín, con apoyo de Bancolombia, le dio vida a esta iniciativa, bautizada La Ciudad de los Niños. El propósito no es otro que darles voz para que construyan las huellas que hasta ahora han dejado en su paso por este mundo, traigan nuevamente a su memoria recuerdos gratos y puedan darle significado a aquello que les ha causado dolor.

Es un espacio para que puedan vivir, sentir y pensar la ciudad; explorarla e imaginarla con ayuda del arte y la literatura . Una ciudad que muchas veces ha sido dura con ellos, pues en los barrios donde viven, la delincuencia y la pobreza son una constante. Se trata de romper las barreras de la edad y demostrarles tanto a ellos mismos como a los adultos el poder de la ciudadanía infantil.

Santo Domingo, Caicedo, El Limonar y la vereda La Verde, cuatro zonas vulnerables de la capital antioqueña, fueron los escenarios elegidos para este maravilloso encuentro del que se han beneficiado más de medio millón de niños. Bibiana Úsuga Duarte, una de las beneficiarias y quien está vinculada con el programa prácticamente desde que se lanzó, cuenta que su motivación para seguir asistiendo es contribuir a que otros niños puedan hacer realidad sus anhelos. “De las buenas raíces nacen buenos árboles y creo que soy uno de esos que, gracias al amor que recibí durante mi infancia, tengo unas raíces bien puestas para ayudar”.

Dibujar mandalas, leer cuentos, escribir cartas, compartir ilusiones y jugar en torno a una temática particular son algunas de las actividades de las que disfrutan los asistentes (en su mayoría tienen entre seis y trece años), que lejos de buscar formar artistas, pretenden sensibilizar ciudadanos y construir una convivencia armónica.

Mientras su voz se hace fuerte y clara, en este espacio los niños tienen la posibilidad de ser escuchados por sus pares y por adultos que sorprendidos comprueban la genialidad y la creatividad de la infancia. Esa chispa que infortunadamente se va perdiendo con los años, pero que aquí se aprovecha al máximo. Las sesiones semanales están acompañadas por tres salidas pedagógicas anuales a lugares de Medellín en donde cultura, arte y naturaleza los inspiren.

Cada año se definen dos rutas, una plástica y otra literaria, que guiarán las actividades tanto de las salidas como de los talleres. El año pasado, por ejemplo, todo giraba en torno a la manera de habitar los espacios. Vanessa Acosta, coordinadora de Educación del Museo, cuenta orgullosa que por medio de este programa “hemos logrado que niños de diferentes barrios de Medellín tengan la posibilidad de soñar, de creer y crear en esta ciudad”.

Una de las actividades preferidas a lo largo de estos años es la de El correo de la rosa de los vientos. Un proyecto que consiste en intercambiar cartas con chicos de otros barrios y a veces, incluso, de otros países. El objetivo es intentar recuperar en estas nuevas generaciones, que aparentemente nacen hechas para el mundo digital, el ejercicio y el gusto por la escritura; la relación entrañable entre el papel y la tinta.

También es una manera de motivarlos a expresarse y compartir sus sentimientos, historias y pasiones; y a fortalecer sus relaciones interpersonales con otros niños que han vivido en un contexto similar al suyo o que a pesar de ser de otra cultura, comparten su inocencia e imaginación. Es una forma de reconocer en la historia del otro nuevas posibilidades para interpretar la vida y el territorio o para generar empatía, ese valor tan indispensable para una buena convivencia.

La posibilidad de compartir experiencias tan personales y de aprender, todo en un mismo lugar, es lo que hace único este proyecto del Museo de Arte Moderno de Medellín y Bancolombia, en el que cada año participan cerca de 80 niños. Bibiana Úsuga no lo hubiera podido resumir mejor: “La educación es la base de la infancia e iniciativas como estas lo que hacen es abrirles las puertas a los niños a un mundo de oportunidades y yo soy una huella de ello”.

Por El Espectador

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