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'Colombianas, las más atractivas para la trata en Asia'

Tras la publicación de ‘Los demonios del Edén’, esta periodista y activista mexicana fue retenida por supuesta difamación. Además, develó la presencia de empresarios de su país en redes de trata.

Daniela Franco García
25 de agosto de 2013 - 08:19 p. m.
Lydia Cacho,  periodista y activista mexicana./ Cortesía
Lydia Cacho, periodista y activista mexicana./ Cortesía

La periodista y activista mexicana Lydia Cacho ha tenido que huir en repetidas ocasiones de su hogar en Cancún. Las amenazas han sido constantes desde 2005 tras la publicación de su libro Los demonios del edén, con el que dejó al descubierto una red de prostitución y abuso de menores en su país que involucraba a importantes empresarios, hoy presos por delitos de pornografía infantil y violación de menores.

Tras la publicación, Cacho fue detenida por supuesta difamación. En esta detención, calificada por ella como un secuestro, fue amenazada de muerte y torturada. Tras su liberación se conoció que detrás de los intereses de encarcelarla se encontraban personajes como Mario Marín, político del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México.

Su historia se convirtió en bandera de la lucha contra la trata de niñas y mujeres. Luego se conoció que poco antes de publicar Los demonios del edén, Cacho había sido abusada sexualmente, un hecho que —afirma— fue en represalia por su trabajo. Ella —dice— conoció de cerca la importancia de no dejarse aniquilar por ataques como estos. “Entrevistar a tantas niños pequeños me ha dado un sentido de humildad profundo. Tienen gran capacidad de perdonar a pesar de las tragedias que han vivido. Intento no perder de vista a mi niña interior para trabajar desde la luz y no desde la impotencia que a veces vivimos reporteando tanta miseria humana”, dice Cacho.

Su más reciente libro, Esclavas del poder, es el resultado de un viaje de más de cinco años que realizó por el mundo. “Me disfracé y asumí personalidades falsas. Por ello pude beber café junto a una tratante filipina en Camboya; bailé en un centro nocturno al lado de mujeres cubanas, brasileñas y colombianas en México; entré en un prostíbulo de jóvenes en Tokio donde todos parecían personajes salidos de un manga; y caminé vestida de novicia por La Merced, uno de los barrios más peligrosos de México, controlado por poderosos tratantes”. Cacho habló con El Espectador sobre estas experiencias.

¿Cómo califica la situación de las mujeres en México?

Hemos avanzado enormemente, contamos con una excelente ley que incluye tipificaciones de delitos por violencia de género, e incluye incluso violencia feminicida, es decir, la que va en escalada y puede terminar en el asesinato de la mujer. Cada vez tenemos más violadores en prisión, porque ahora las mujeres denuncian. También se ha disparado la violencia machista en los lugares en que se afincaron los carteles en esta absurda “guerra contra el narcotráfico”. Algo muy parecido a lo que sucedió en Colombia con la trata y los carteles.

¿Qué tantos casos no son denunciados ante la justicia mexicana?

“La cifra negra”, los casos no denunciados a la autoridad, es todavía muy alta. Pero se han creado redes de activistas de derechos humanos que se profesionalizan en su forma de documentar casos y se pueden cruzar datos. La cifra negra aumentó a partir de la “guerra contra el narco” porque la gente teme denunciar a los agresores. Una tercera parte del país está prácticamente tomado por el narco, incluidos sus cuerpos policiacos, y eso genera más impunidad. Se calcula que por cada delito denunciado hay ocho que no llegan a las autoridades. Solamente dos de cada diez casos terminan ante un juez y el promedio de tiempo de un juicio por violencia contra mujeres es de entre tres y cuatro años. Sin embargo, desde 2006 se aprobó una reforma penal y ya se pone a prueba en varias provincias, creo que para 2020 veremos muy buenos resultados (espero vivir para verlo).

¿Cómo ha sido la situación de las mexicanas que hacen parte del narcotráfico?

Según datos oficiales (Icesi e Inacipe), sólo el 3% de las personas que delinquen son mujeres. El 97% son hombres. Los medios han logrado alimentar la percepción de que las mujeres están fascinadas con el narco (véase Sin tetas no hay paraíso o El cartel de los sapos).

La violencia sexual es lo más común en las jóvenes que entran en los carteles. La mayoría de las que están en burdeles operados por los capos fueron engañadas y están en situación de trata. No digo que no haya mujeres que se beneficien del crimen organizado, pero son muchas menos que las que algunas novelas nos hacen creer.
En este contexto, la violencia contra las mujeres y las defensoras de derechos humanos se afianzó como mecanismo de control social a través del miedo.

Las activistas han sido atacadas, violadas, encarceladas, y la mayoría vive con amenazas de muerte. Ese Estado policíaco no hace más que dejarlas en mayor vulnerabilidad. Aunque el presidente Peña Nieto dice no seguir la misma estrategia, la militarización del país sigue a la alta y los asesinatos, secuestros y desapariciones forzadas también. La diferencia es que el PRI tiene miembros muy poderosos que durante décadas han trabajado de la mano de los grandes carteles y el PAN (es decir, el expresidente Calderón) no sabía negociar con las cúpulas de narcos y dejó esa negociación al jefe de la policía nacional y a militares corruptos. Esto es muy familiar para la población colombiana, es decir, tener congresistas, alcaldes y gobernadores al servicio de los carteles.

¿Qué visión tiene del turismo sexual?

La economía turística gana muchísimo con el sexo comercial, pero sólo enriquece a los más ricos y a los tratantes, porque las víctimas viven en la pobreza y sometidas a mayor vulnerabilidad; aunque haya excepciones como las mujeres a las que la CIA o los políticos colombianos contratan cuando vacacionan en ese país. La pregunta es: ¿De dónde vienen las chiquillas de 12 y 13 años explotadas sexualmente en Cartagena o en Medellín para ciertos clientes? No podemos jugar a que todas las mujeres en prostitución son VIP. Si así fuera, esto no sería negocio para los explotadores.

Las mismas redes que explotan personas venden productos ilegales, generan economías débiles y corruptas, donde el lavado de dinero es muy común. Los países que normalizan la explotación sexual comercial trabajan e invierten menos en la equidad, porque comienzan a reconocer la industria del sexo comercial como una panacea para mujeres y jóvenes pobres.

Usted ha criticado el fenómeno de ‘Sin tetas no hay paraíso, ¿qué es eso que le disgusta?

Todo, es una versión hipersimplificada y machista de un fenómeno social complejo que incluye hacer creer a las chicas que deben arriesgar todo por la apariencia física.

No tengo nada en contra de que una mujer quiera ponerse tetas postizas, lo que debato es lo que oculta el discurso de que sin las tetas, las chicas no valen nada. Sumado a ello está la retórica de la industria del sexo comercial que promueve la prostitución como una forma legítima de trabajo, omite el contexto en que crecen y viven las mujeres, les dice a las chicas “puedes vender tu cuerpo a cambio de lo que quieras y no pasará nada grave”. Eso es falso, no se trata de asustarlas, pero sí de ser realistas.

La falta de oportunidades, la normalización de la violación y de la explotación laboral coadyuvan a que los consumidores del sexo comercial crean que hacen una labor social al tener sexo comercial, porque ayudan a mujeres a salir de la pobreza o a pagar por unas tetas postizas. Aunque en ciertos casos esto es cierto, los clientes, al mismo tiempo, son co-responsables de la esclavitud de niñas y jóvenes. Son ellos quienes buscan personas cada vez más jóvenes, son ellos quienes exigen latinas porque tienen fama de sumisas y “calientes” para los europeos y asiáticos, chicas que cumplan con un canon de belleza casi inalcanzable.

¿Cuánto vale una mujer, de qué depende su precio en el negocio ?

Un estudio de la Interpol demostró que un grupo de ocho mujeres adultas jóvenes latinas en lo que ellas llamaban “prostitución libre” pagaron a su proxeneta por protegerlas en Finlandia un total de US$155,068.
La industria del sexo comercial empobrece más a las mujeres, las hace vulnerables a todas las formas de discriminación y promueve la cultura de la explotación sexual como un trabajo libre, pero sólo enriquece a los proxenetas y tratantes. El 92% de las mujeres proxenetas y tratantes fueron explotadas sexualmente y entraron en el negocio a manera de “ascenso” una vez que ya no tenían edad para ganar lo suficiente o cuando querían salir de la agotadora explotación de tener sexo con cerca de 16 hombres al día.

Para los carteles, las mujeres deben ser jóvenes y son desechables. Entrevisté a un preso que trabajó en una red de tratantes de chicas de 16 años en Guatemala y México. Él dijo: “las niñas valen lo que tú quieras, cuando las agarras valen 100 pesos (mexicanos) o menos, pero las puedes vender muy bien si lo sabes hacer”.

¿Por qué arriesgarlo todo para investigar la trata?

Desde que era adolescente mi madre me dejó claro que para que yo viviera una vida feliz tendría que hacer lo que estuviera en mis manos para que otras mujeres también tuvieran acceso a ese bienestar y felicidad. Los derechos protegidos de manera individual no generan progreso, sino aislamiento.

Por otro lado, estoy consciente de que soy una buena periodista y el reconocimiento a ese trabajo me permite potenciar debates y evidenciar con mayor fuerza las necesidades sociales. Para eso estamos, para coadyuvar la transformación social y para que toda la sociedad se mire y escuche a sí misma. Yo creo que el periodismo no es el cuarto poder, el buen periodismo deber ser un contrapoder. Los mafiosos son en realidad muy pocos, y aunque peligrosos, no necesariamente tienen más poder que nosotros. Tenemos que potenciar nuestro poder para evidenciar las debilidades de las mafias y sus cómplices en el poder político y policíaco.

En todo este tiempo de investigación, ¿cuál ha sido el hallazgo más revelador?

La manera en que las colombianas son vistas por los orientales de la industria del sexo, y en general del mundo. Se tiene la idea de que las colombianas son las más bellas y las que todo lo aguantan y hacen cualquier cosa por los clientes, que pueden ser muy violentos. Y la manera en que la mafia yakuza las desecha cuando ya son “mayores” es decir cuando llegan a los 23 o 24 años.

Me impactó la farsa global de los gobiernos frente a la deportación de mujeres en peligro, articulada en aras de cubrir apariencias diplomáticas. Según víctimas y especialistas de casi todo el mundo, las repatriaciones no son más que deportaciones, montaje donde participan autoridades, embajadas y ciertas organizaciones. La corrupción ha logrado destruir las bases sobre las cuales se asienta la credibilidad en la justicia. Rescatar a las víctimas no debe tener como finalidad única arrestar al tratante, sino crear una cultura de derechos humanos, de legalidad, justicia y resarcimiento del daño. Mientras tanto es responsabilidad del Estado asumir los costos económicos del trabajo de las organizaciones civiles que dan seguridad, atención y protección a las víctimas de trata.

Me parece que a Colombia le urgen dos cosas: la ceración de refugios para mujeres y el impulso de campañas para desarticular la falsa idea de que todas las colombianas quieren estar en el narco o ser bailarinas. Las jóvenes necesitan admirar y escuchar a las millones de mujeres colombianas brillantes, exitosas, con hermosuras diversas y desear ser como ellas.

dfranco@elespectador.com

@danielafrancog

Por Daniela Franco García

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