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Cuatro caras de la desgracia

Los habitantes de Fundación, Magdalena, no salen del asombro. En las calles no se habla de otra cosa que no sea de la muerte de 33 niños luego de que la buseta en la que se transportaban explotara. Fiscalía imputará cargos por homicidio culposo agravado contra Jaime Gutiérrez Ospina, conductor del automotor, y Manuel Salvador Ibarra, quien lo contrató.

Jesús Fragozo Caro
20 de mayo de 2014 - 03:20 a. m.
En la Biblioteca Carlos López Riveira de Fundación, Magdalena, se reunieron los familiares de las víctimas fatales.  / Jesús Fragozo
En la Biblioteca Carlos López Riveira de Fundación, Magdalena, se reunieron los familiares de las víctimas fatales. / Jesús Fragozo

En el lugar en donde 33 niños de Fundación, Magdalena, murieron calcinados sólo quedan cenizas, partes del vehículo y una chancleta de plástico llena de tierra. Eran casi las 7 de la mañana y había más de 10 personas reunidas en el sitio de la tragedia. Algunos de ellos eran curiosos que no asimilan la desgracia, mientras los demás buscaban a Lucas, un pequeño de cuatro años que, según Juan David —uno de los sobrevivientes—, sacó de la buseta que ardía en llamas. El padre del menor, Breidis Alfonso Rocha, rebusca entre los matorrales de un potrero que está en frente del sitio conocido como Luna Roja. Caminaba casi por inercia y, a veces, respiraba profundo y elevaba su rostro al cielo como pidiendo una respuesta.

El día de la tragedia, Breidis recorrió todos los hospitales y clínicas del municipio, pero no encontró información de Lucas ni tampoco de Breiner José (7 años), su otro hijo, de quien está seguro murió incinerado.

Lo único que los familiares y amigos de Lucas encontraron en el potrero fue un par de interiores quemados. Después de media hora, los padres de los dos pequeños no siguieron buscando y llegaron a la Biblioteca Municipal Carlos López Riveira, en donde se reunieron todas las familias de las víctimas mortales y salieron rumbo a Barranquilla, en donde Medicina Legal entregó los cuerpos.

Se salvó de morir

Minutos antes de que estallara el vehículo, Shirley Acosta Montero decidió bajarse de la buseta e irse a pie hasta su casa en el barrio Vista Hermosa. “El bus estaba más caliente de lo normal, entonces le pedí al conductor que me dejara en Jumbo (barrio que está cerca de la Iglesia Pentecostal de Colombia). Primero me convenció de que me quedara, pero luego me dejo ir”. La menor de 10 años se salvó de morir como la mayoría de sus compañeros de la escuela dominical. Pero Shirley fue la única de los tres integrantes de su familia que se bajó de la buseta. Su hermana Yajaira (12), se quedó en el vehículo hasta que se prendió en llamas. Ella rescató a varios niños.

Yajaira permanece en un centro asistencial de Santa Marta, en donde se recupera de las quemaduras. Shirley cuenta que está bien y que además “valió la pena quemarse los pies y otras partes del cuerpo”.

No tuvo tiempo de rescatarlo

Los familiares de Johnny Varón, el niño de 5 años que alcanzó a salir de la buseta y sin embargo murió calcinado, están reunidos en la casa de bahareque en donde vivía con sus padres en el barrio Vista Hermosa. Allí también están sus hermanos Jonier (7) e Isaías (11), quienes salieron ilesos de la tragedia, pero que desde el día del incendio prefieren no hablar de cómo sus compañeros de la escuela dominical pedían auxilio y no pudieron rescatar a Johnny. La canícula se volvió insoportable y las llamas calcinaron totalmente el autobús de placas UVS556 de Barranquilla.

El padre del pequeño, que es quizás el único que pudo reconocerse apenas fueron controladas las llamas, se llevó a su hijo a la casa, en donde trató de entender por qué el menor de sus cinco hijos murió en estas condiciones.

La heroína

Sunirys Mozo tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Se preguntaba una y otra vez por qué Dios permitió que pasara esto si venían de rendirle culto. Pero luego, como por un acto de arrepentimiento, decía que “sólo el Señor conoce sus propósitos”. La mujer, de 43 años, que es desplazada de Aracataca (Magdalena), estaba en el autobús junto con otros cuatro adultos, entre quienes se encontraba el conductor Jaime Gutiérrez Pino, quien, según las autoridades, se entregó luego de haber escapado del lugar en donde ocurrió la tragedia.

“Antes de llegar a Luna Roja el bus se apagó, luego el conductor volvió a encenderlo y de nuevo se detuvo. Entonces él salió a ver qué pasaba y en cuestión de segundos el vehículo quedó en llamas. Sólo tuve tiempo de lanzar a tres niños que estaban a mi lado y de rescatar a otros siete pequeños. No me explico cómo no resulté lesionada”.

La mujer que está sentada en la terraza de su casa, tratando de tranquilizarse, dice que desde ayer tiene una crisis de nervios y, además, afirma que el conductor Jaime Gutiérrez Pino tenía apenas dos domingos de laborar para la Iglesia Pentecostal. También que estaba acostumbraba a llevar a más de 20 niños a la escuela, pero que el domingo, por cosas de la vida, apenas llevó a siete.

Mientras las familias de las víctimas esperan la entrega de los cuerpos, Jaime Gutiérrez Ospina, el conductor del automotor, y Manuel Salvador Ibarra, quien lo contrato, ya tienen una orden de captura en su contra, así lo anunció el director de Fiscalías Seccionales Luis González. El delito por el que serían condenados es homicidio culposo agravado. Al cierre de esta edición se esperaba el comienzo de la audiencia de imputación de cargos.

Según el ente investigador, el bus en el que se transportaban los menores era modelo 1993 y la última revisión técnico-mecánica se habría hecho hace dos años. El vehículo se movilizaba gracias a una pimpina de cinco galones de gasolina y se tanqueaba de manera manual y en el carburador. Gutiérrez Ospina no tenía Soat ni licencia de conducción.

Por su parte, Medicina Legal realiza la identificación de los cuerpos en Bogotá, sin embargo, el estado de los mismos ha dificultado el trabajo de reconocimiento. Según la entidad, la mayoría de las muertes fueron por incineración y asfixia.

 

@JesusFragozo

Por Jesús Fragozo Caro

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