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De las riberas del Atrato a las del río Bogotá

Un estudio de la Universidad Externado en la localidad de Suba revela la discriminación racial que afecta a los desplazados del Chocó. Visitamos la zona.

Juana Salamanca
02 de abril de 2015 - 02:54 a. m.
Habitantes desplazados de Chocó que viven hoy en Tibabuyes, localidad de Suba (Bogotá). / Juana Salamanca
Habitantes desplazados de Chocó que viven hoy en Tibabuyes, localidad de Suba (Bogotá). / Juana Salamanca

Los domingos, en una cancha de fútbol de la UPZ Tibabuyes, localidad de Suba, se enfrentan la Unión Pacífica y Atlético Chocó: 22 deportistas, todos afrocolombianos, que corren como solo ellos saben hacerlo. Cuando termina el enfrentamiento, los equipos de los negros y sus hinchas, del mismo color, despejan el área para dar paso a otros combinados del barrio, esta vez integrados por jugadores y barras blancos. Así se ha establecido: unos después de los otros; nunca al tiempo.

Este relato real muestra las dificultades que enfrentan más de 40 mil afrocolombianos desplazados de las riberas de los ríos chocoanos que vinieron a este sector detrás de amigos o parientes, “para sentirse un poquito en familia” y paliar de alguna manera su tragedia.

Esta problemática es tema del libro El río: ritmo y fuente de la vida. De las riberas del Atrato a la construcción de lugares de encuentro en Bogotá, publicado por la Universidad Externado de Colombia, que recoge los resultados del proyecto “Desplazamiento forzado y territorio.

Interacciones y transformaciones (2011-2013)”, con el apoyo de Colciencias y el Centro de Investigaciones sobre Dinámica social (CIDS) de esa universidad. Son sus autores Myriam Ocampo, Philippe Chenut, Mayerlín Férguson y Mábel Martínez, quienes han estudiado varios casos de poblaciones desplazadas en el país.

Ellos aseguran que si bien el Estado, a través de los programas para desplazados, ha atendido las necesidades básicas de estas personas que llegan a la capital, sus profundas carencias y dificultades se mantienen y configuran retos inmensos para los gobiernos y la sociedad. Comenzando por la discriminación y la segregación, y siguiendo con la pérdida de patrimonios sociales y culturales afrocolombianos, como sus amplias redes familiares, sus tradiciones, sus expresiones artísticas y un modo de vivir y de ser cuyo escenario es el río: allí cocinan, se bañan y se recrean, transitan y consiguen alimento. Un ámbito del que se ven despojados al enfrentarse a una urbe desconocida, incomprensible y hostil.

El vínculo humano y cultural con el río es ancestral, como lo explica este relato divulgado por la Gobernación del Valle y reproducido en el libro: “[…] venía realeza, músicos, militares, curanderos, sabios, parteras, mineros, agricultores, nobles y plebeyos que tenían un solo deseo: volver a su continente. Por eso buscaban tierras cercanas a ríos y mares para su asentamiento, pero nunca consiguieron la forma de regresar […] en cambio ayudaron a construir este continente. Con su conocimiento y con recuerdos construyeron armas, utensilios de cocina, de medicina, de ingeniería, instrumentos musicales y en una palabra trasladaron toda su cultura: rituales, música, danza, gastronomía, vestuario y lenguajes, es decir, toda su manifestación inmaterial para enriquecer este continente”.

La discriminación racial: una realidad

En Tibabuyes, la vida cotidiana de los afrocolombianos está llena de situaciones que refieren un conflicto entre los llegados del Chocó, especialmente en la década de 2000, y los habitantes más antiguos, que los investigadores denominan “residentes”. Paradójicamente estos también fueron en su momento inmigrantes, provenientes del interior del país, desplazados por distintas violencias hace cinco décadas, y observan con desconfianza y resentimiento la llegada de nuevos habitantes quienes, por contera, reciben asistencia, cuando ellos tuvieron que abrirse paso en la metrópoli sin ayuda de nadie. De ahí que los investigadores sostengan que limitar los beneficios estatales a la población desplazada implica exclusión en lugar de inclusión.

La discriminación se refleja en que, por ejemplo, las viviendas de cierta calidad no se arriendan a los afros, y menos con niños. De los entrevistados en el estudio, 93% vive en alojamiento de alquiler, que dista muchísimo de ser una vivienda digna; no obstante, los arriendos son tan elevados como los de viviendas en mejores condiciones.

“Encontrar un techo, una vivienda, un lugar donde vivir, demanda muchísimos esfuerzos y requisitos..., se necesita recomendación para que les arrienden, preferiblemente de una persona blanca. Cuando logran conseguir lugares donde vivir, los arrendadores establecen límites sobre las visitas y el uso de los servicios públicos”.

“Hay partes donde le dicen a uno ‘a negros no se les arrienda’” (Flor, 32 años).

Todo ello lleva a considerar que el desarraigo comienza por la carencia de vivienda digna. Pero no se trata solamente de perder la casa o la parcela; es la pérdida de un “territorio”, es decir, el ámbito que le permite existir a una comunidad en ese entorno que considera como suyo. Quienes son sometidos a este proceso de destierro corren el riesgo de ser nadie, porque pierden elementos de su patrimonio cultural que los identifican. Por ejemplo, para los afrocolombianos del Chocó “el techo de uno es el de todos”; en la familia caben no solo parientes, sino vecinos y paisanos, practicantes de una solidaridad tradicional muy difícil de trasladar a Suba.

Estos grupos identificados como “gente de río” se ven despojados de su íntima relación con la naturaleza y sus formas de producción ancestrales. Ser parte del río es sentir como propio ese entorno, habitar ese lugar a nivel físico y simbólico es una metáfora que habla del arraigo y de la poesía de la vida que se desenvuelve en medio de la naturaleza. No sin cierta dosis de idealización, ellos evocan su situación antes del desplazamiento:

“Allá teníamos plátano, achín, chontaduro, ñame, guayaba, borojó, de toda clase de frutas… (Cuando) no íbamos a trabajar yo me iba a una quebrada que le decían la Travesía, iba y pescaba y cogía pescado, después que venía se lo entregaba a mi mamá…”.

¿Y qué decir de la manera como estos inmigrantes asumen el trabajo en un contexto en el que no se dan las relaciones entre patrón y asalariado? Ello se observa en la práctica documentada por el antropólogo Jaime Arocha conocida como “cambeo de mano”, consistente en que yo trabajo para mis vecinos en distintas labores y, luego, mis vecinos trabajan para mí.

Ninguna de esas prácticas culturales podría perdurar en un entorno en el que 70% de los residentes antiguos de la localidad rechazan la proximidad de los desplazados, el 16% expresa indiferencia respecto al tema y solo un 14% acepta estar cerca de ellos. 57% indicó indiferencia o rechazo frente a la posibilidad de realizar acciones de solidaridad con la población desplazada.

Salir de la encrucijada

El asunto primordial, sostienen los científicos sociales, es buscar la manera de que los afrocolombianos salgan de ser “víctimas” para iniciar la recomposición de sus vidas. “El inmigrante podrá ser reparado como víctima, pero no podrá superar esta condición, a menos que se active su potencia de vida; es decir, a menos que se ‘desfuncionalice’ el dolor como mecanismo justificativo del asistencialismo gubernamental a la víctima”.

Sin minimizar el sufrimiento, activar el “querer seguir viviendo”. Para eso se necesita considerar la relación entre modo de vida, territorio de origen, red, río, familia extensa, identidad individual y colectiva, que permita proponer un programa de adaptación eficaz al nuevo territorio, alrededor de la recuperación de la vivienda y, con ello, reducir la discriminación de los afrocolombianos, y lograr que estos obtengan reconocimiento por parte de los otros que habitan en su entorno.

Este es el soporte sobre el cual el Distrito y la localidad deben emprender tareas prioritarias, que favorezcan el surgimiento de una convivencia; comunicar para solidarizar al residente con el forastero, como experiencia de interculturalidad.

Y si bien algo va de las orillas del Atrato a las del Bogotá, los afrocolombianos pueden “‘re-territorializarse, volver a su territorio”, es decir, recuperar su relación material y simbólica con el nuevo territorio, para ser alguien de nuevo en este mundo.

 

Por Juana Salamanca

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