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Diagnóstico: aislados

Una brigada médica llegó hasta la Alta Guajira para atender a más de 2.500 wayuus que, a pesar de los esfuerzos del hospital local por mantenerlos sanos, padecen graves índices de desnutrición.

Angélica María Cuevas Guarnizo
18 de agosto de 2014 - 02:27 a. m.
Cerca de 260 indígenas wayuu ingresaron a consulta de optometría en los cuatro días que duró la brigada médica. /Angélica María Cuevas Guarnizo
Cerca de 260 indígenas wayuu ingresaron a consulta de optometría en los cuatro días que duró la brigada médica. /Angélica María Cuevas Guarnizo

De la memoria y la intuición de cuatro conductores que maniobraban las Toyotas dependía que los 17 médicos, los intérpretes de wayuunaiki y las cajas con medicinas pudieran trasladarse por el desierto desde Nazareth, en la Alta Guajira, al poblado de Siapana y luego al de Puerto Estrella.

Dos o tres horas separaban cada lugar del hospital de Nazareth, así que los doctores, que venían desde Bogotá, Barranquilla y Riohacha, debían confiar en que los baquianos lograrían descifrar la única señal de tránsito que existe en el desierto de la Alta Guajira: las marcas que otras camionetas han dejado durante años en el piso.

La meta de atender al menos a 2.500 indígenas de los 106.000 que tiene el municipio de Uribia requería de una gran logística. La misión médica, integrada por nutricionistas, internistas, ginecólogos, optómetras, dermatólogos de la Fundación Sánitas Internacional, había llegado el 24 de julio para regalarles cuatro días de trabajo a los indígenas wayuus que habitan la tierra más árida de Colombia.

A Nazareth (que por tierra es a unas ocho horas de Riohacha), los especialistas llegaron en un helicóptero que dispuso la Fuerza Aérea. Lo que se vino después del aterrizaje fue una maratón. Familias enteras esperaban a las afueras del hospital y de los centros médicos para ser valoradas.

Apenas llegaban a cada lugar, rápidamente los médicos improvisaban un par de consultorios con mesas de plástico, alistaban las camillas, montaban una farmacia y un laboratorio clínico. En medio del calor, los optómetras buscaban el lugar más oscuro y cerrado para montar su área de diagnóstico. De un lado sus cajas de prueba, con un montón de lentes para medir la ceguera; por otro, las láminas con letras grandes y pequeñas que determinarían la fórmula para volver a ver bien.

Las difíciles condiciones vida que acompañan la cotidianidad de los wayuus de la Alta Guajira (el desierto, el aislamiento, el histórico abandono estatal y también algunas de sus costumbres), han hecho que por mucho tiempo sus necesidades básicas insatisfechas estén muy por debajo de las del resto del país.

Las cifras oficiales estiman que el 27,9% por ciento de los niños de La Guajira padecen de desnutrición crónica (mientras el promedio nacional se ubica en el 13,2%). Pero una cosa es mencionar el dato y otra mirar a la cara a los niños que lo engrosan.

“Encontramos que en promedio el 25% de los niños estaban desnutridos, muy delgados, sin la altura ni el peso que deberían tener para su edad. Esta es una situación grave, teniendo en cuenta que se encuentran en una de las etapas más importantes de su desarrollo físico y cognitivo. En el único lugar donde se veían mejor fue en Puerto Estrella, donde es evidente que la cercanía con el mar mejora sus alimentación. La mayoría de bebés están muy bien hasta que termina la lactancia y ahí comienzan los problemas”, dice la nutricionista Yenny Cuéllar.

Además, las especialistas se encontraron con que muchas mamás a veces creen que la alimentación que se les da a los niños en los centros de atención de primera infancia del Estado es suficiente. “En las noches los acuestan con una café con leche y una tostada y en muchas ocasiones les dan chicha. Esto, unido a algunas condiciones de insalubridad, termina llenando a los niños de parásitos”, dice Natalia Restrepo, directora de la Unidad de Recién Nacidos de Sánitas en Bogotá.

Aunque es muy complicado mantener sana a una población indígena que difícilmente consulta al doctor, es nómada por naturaleza y está acostumbrada a vivir en rancherías dispersas, a los médicos que comandaron esta brigada les sorprendió la labor que ha hecho el hospital de Nazareth, liderado por la doctora wayuu Claudia Henríquez Iguarán.

“Las mujeres tienen seguimiento de sus citologías y conocen los riesgos del cáncer de cuello uterino, las mamás tienen al día los carnés de vacunación de sus bebés y hay un fuerte compromiso de parte del cuerpo médico de visitar las rancherías. Existen lugares de Bogotá que no tienen indicadores similares”, dice el médico de Sánitas Andrés Callamand.

El hospital incluso cuenta con un área donde fueron construidas tres rancherías para hospitalizar por largos períodos a pacientes que lo requieran, como los que padecen tuberculosis.

“Algunos viven hasta seis meses en las rancherías del hospital, tiempo en que se le garantizan al paciente los medicamentos y también su manutención y la de un acompañante”, dice Wílder Curvelo, subdirector del hospital de Nazareth, al tiempo que saluda a una indígena que teje un chinchorro azul mientras cuida a su hijo.

Este terreno ganado es el que la Fundación Sánitas Internacional (que lleva más de 10 años trabajando con wayuus que habitan la frontera venezolana) quiere aprovechar para consolidar un proceso de seguimiento más juicioso a los indicadores de salud de estas poblaciones. A partir de la información que se pudo levantar de esta brigada, se alimentarán bases de datos que a futuro les ayudarán al hospital y a las autoridades a medir el impacto de las recomendaciones en salud pública que los expertos que visitan Nazareth hacen.

Pero aún hay muchas cosas que tendrán que cambiar en la Alta Guajira para que sus indígenas puedan vivir realmente en condiciones que les garanticen bienestar. Se podría empezar, al menos, por acondicionar una carretera decente que les permita a los médicos ir más a menudo.

Por Angélica María Cuevas Guarnizo

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