Publicidad

'Dos meses de operativos no bastan' para acabar las 'ollas'

José González atiende a 4.000 adictos que viven en las ‘ollas’ de Cali. Asegura que la estrategia policial es insuficiente y que no será fácil acabarlas en tan poco tiempo.

Gloria Chaparro Soto
24 de abril de 2013 - 10:00 p. m.
'Dos meses de operativos no bastan' para acabar las 'ollas'

Afuera en el parque suena la música tropical fuerte, se escuchan también los gritos de niños jugando y al presentador del festival de la parroquia Cristo Resucitado, del barrio La Flora. Adentro en la casa cural, el padre José González recibe a muchos vecinos, funcionarios del municipio, mientras que las señoras que han organizado el festival hablan de que ha sido un éxito la venta de las comidas tradicionales del Valle del Cauca. Todo es alegría y el padre González muestra su gran sonrisa. Él siempre se ve feliz. Alto y delgado y de gran sencillez, siempre pone mucha atención a las conversaciones y peticiones de sus fieles y trata de darles solución.

Pero el padre, que cumplirá 53 años, no sólo es el párroco de uno de los barrios de estrato 6 de Cali, también se desempeña como director de la Oficina de Comunicaciones de la Arquidiócesis. Emite boletines de prensa y organiza el protocolo cuando se trata de celebraciones de la Arquidiócesis.

Su tiempo, bien organizado, le permite ser presentador y periodista, los jueves en la noche, en el programa Palabra y vida, que se transmite por Telepacífico. En este espacio envía mensajes espirituales a los caleños y analiza temas que tienen que ver con situaciones que se presentan en el diario vivir de la región. Es muy activo y supera hasta los problemas de salud, como sucedió el año pasado cuando pasó la gran prueba de su vida. Tuvo problemas con un riñón, y como desde hace 28 años sufre de diabetes, la enfermedad hizo crisis. Los médicos le recomendaron el trasplante de los dos órganos en una sola intervención quirúrgica. Inició entonces el proceso, pusieron su nombre en la lista de pacientes que necesitaban donantes y resultó compatible con uno de ellos. Hoy se siente como nuevo y se prepara para celebrar en este año sus 25 años de ejercicio sacerdotal.

Aunque nació en Dagua, parte de su bachillerato lo hizo en Cali. En Roma estudió teología dogmática y posteriormente hizo una especialización en cristología. Luego dictó clases de reconciliación y paz en el seminario de Cali y comenzó a trabajar como voluntario en labores sociales. Primero en la cárcel de Villahermosa de Cali, donde ya mostraba su solidaridad con la gente más necesitada, y posteriormente en la que ha sido su obra más importante: trabajar por los habitantes de la calle, que deambulan por las llamadas “ollas”.

El arzobispo monseñor Isaías Duarte Cancino, abatido por los balas en el distrito de Aguablanca el 16 de marzo de 2002, fue su gran apoyo moral y económico para llevar a cabo la obra social a través de la Fundación Samaritanos de la Calle, que lleva mensajes de esperanza de vida a los habitantes de la zona más deprimida del centro de Cali, la llamada “olla” de El Calvario y Sucre.

Comenzó un martes por la noche. Les llevó café y pan a hombres, mujeres y niños presos de la droga, la misma actividad que presenció en Roma, con la madre Teresa de Calcuta ayudando a los pobres. Esta labor social ya lleva 15 años y hoy cuenta con más de 600 profesionales voluntarios que se desplazan en las horas nocturnas por las calles, entre el olor a marihuana y bazuco y la degradación humana, una zona que está contemplada dentro del Plan de Renovación Urbana de Cali y en donde la Alcaldía iniciará el próximo mes de mayo la compra de muchas viviendas centenarias y en franca decadencia física.

Pero el trabajo social del sacerdote no se quedó allí. Hoy, además de llevar alimentos, su programa de solidaridad cuenta con siete casas especializadas, atendidas por médicos, psicólogos, trabajadoras sociales y odontólogos que integran un ejército para aminorar las enfermedades físicas y del alma de los habitantes de la calle del centro de Cali, quienes, según el padre González, suman más de 4.000.

Los habitantes de la calle ven al padre González como su protector y él los acoge, les habla con firmeza y participa en sus actividades de rehabilitación, como los partidos de fútbol, dándole pleno apoyo a su resocialización. Algunas personas califican la obra social del padre de asistencialista. No obstante, la mayoría de la gente en Cali reconoce que ha sido un líder porque les brinda calidad de vida a quienes deambulan por las calles. Para González, ofrecerles café y pan “es devolverles su dignidad”.

José González es el director de la Fundación Samaritanos de la Calle. Está organización  ayuda desde hace quince años a los habitantes de calle en Cali. Especialmente los de Las ‘ollas’ de El Calvario y Sucre donde se reúnen más de 4 mil personas adictas a sustancias ilegales. 

¿Cómo nació la Fundación Samaritanos de la Calle?

Estando de profesor interno en el Seminario de Cali, y durante la Cuaresma de 1998, le dije a monseñor Isaías Duarte Cancino que quería trabajar por los pobres, especialmente con la gente del sector de El Calvario y los barrios Sucre, Santa Rosa, San Juan Bosco, Fray Damián y parte de El Obrero. Monseñor me apoyó, igual que lo hace hoy el arzobispo de Cali, monseñor Darío Monsalve. Escogimos en esa época un cuadrante del centro de Cali, prioritario por la situación que se presentaba socialmente y que comprende desde la calle 5ª a la 25 y desde la carrera 1ª hasta la 26. Fundamentalmente comenzamos con el trabajo de calle.

Usted ha tenido contacto con la gente pobre de estos sectores deprimidos del centro de Cali. ¿Por qué estas personas se vuelven drogadictas?

La gente se convierte en consumidora de estupefacientes porque se cree muy miserable y es vista con desprecio por la gente que vive en estratos altos. Muchos de ellos han tenido buena posición económica, pero han consumido alucinógenos y crean molestias a sus familias, que se cansan de que los roben, de que no vayan a estudiar a la universidad. Entonces los echan de la casa y así pierden el vínculo familiar. Bajan de estrato y su estado se degrada con el consumo. Empiezan con drogas sintéticas, luego pasan al bazuco, la cocaína, la marihuana, y por último consumen el chirrinchi (alcohol puro con azúcar y gaseosa) y el sacol o pegante.

¿Qué clase de gente llega a estos sitios denominados “ollas”, como El Calvario-Sucre?

La galería El Calvario era una zona de prostíbulos. Llegaron los expendedores de droga y allí aparecieron los adictos. Hay mucha comercialización. Pero quiero aclarar que en esta zona hay gente muy buena. Por eso hay que establecer cuatro grupos humanos que la habitan. Primero, en esos barrios de casas grandes vive gente buena, muy trabajadora, que le tiene mucha paciencia a los habitantes de la calle; no los aman pero los toleran, lo que no sucede en otros barrios de Cali. El segundo grupo es el que trabaja en reciclaje en pequeñas empresas. El tercero lo conforma la gente que vive en inquilinatos, donde hay una situación infrahumana. Algunos subarriendan. A ellos les ofrecen droga para consumir y para que salgan a vender. Y el cuarto grupo son los habitantes de la calle, que pueden ser entre 700 y 900, de una población de 1.400 que habita la zona céntrica. No son personas estables, son transeúntes.

¿Hay exceso de tráfico de estupefacientes en la “olla” del centro?

Es bastante el tráfico de droga. Cuando la Policía anuncia que va a hacer operativos, entonces los vendedores se van. La fórmula es caerles. Es gente que se enriquece a costa de otros. Hay venta y movilidad en la que participan algunos adictos. A esa venta no la llamo dar empleo sino postración.

¿Ocurren muchos homicidios en estas “ollas”? ¿Por qué no se acaban, cuando una de las subestaciones de Policía funciona en el sector, como la de Fray Damián?

Han bajado. Los homicidios se los cargan siempre a la gente de la calle, pero los verdaderos actores son quienes marcan territorios. En cuanto a por qué no se acaba la drogadicción en estas zonas donde está la estación de la Policía, siempre me lo he preguntado. Es algo muy delicado; lo que pasa es que la ley permite el consumo personal de 8 o 10 papeletas de marihuana diaria.

Samaritanos de la Calle está conformado por un grupo de profesionales voluntarios que además de darles café atienden también la salud física y mental de los habitantes de la calle.

Sí. Hay grupos de médicos, odontólogos, psicólogos y trabajadores sociales que los atienden durante toda la semana en las siete casas de la fundación. Una de ellas funciona mediante contrato con la Alcaldía de Cali y se llama Hogar de Paso. También hay guardería infantil y para los adultos mayores que trabajan en reciclaje. Los habitantes de la calle cuenta con al menos una comida diaria. En las casas se reparten entre 350 y 400 almuerzos diarios. Hay voluntarios que contribuyen con diversos alimentos, al igual que algunas empresas.

En estas zonas hay muchos niños drogadictos, algunos en estado físico y mental lamentable. Muchos de ellos presentan convulsiones mientras inhalan el pegante.

Sí, es verdad, pero con la escuela móvil de madera que dirigen las Madres de la Providencia llegamos a las calles donde están los niños adictos y los que aún no han caído en el consumo. Esta escuelita rodante tiene libros infantiles, títeres y material didáctico mediante los cuales aprenden matemáticas y a leer. Los niños participan a pesar de su drogadicción. Con esta escuela rodante hemos recuperado a muchos muchachos y hemos logrado matricularlos en el colegio Santa Librada.

En 15 años de trabajo social, ¿cuál es el balance? ¿Ha mejorado o empeorado la situación de la gente de calle en Cali?

Diría que ha mejorado. Hemos querido brindarles ayuda para la resocialización y queremos que formen parte de los proyectos de vida, del área laboral, y que se vinculen nuevamente a sus hogares. Hay que rehabilitarlos. Es difícil porque las familias viven encantadas de que sus hijos estén en los programas de los Samaritanos, pero quieren que estén lejos de ellos. Un drogadicto afecta mínimo a ocho personas de una familia, les daña la reputación y es una vergüenza. Es necesario resocializarlos, lo cual es muy costoso. Para sanar, cada persona necesita en promedio tres años.

Pero en Cali no sólo existe la “olla” de El Calvario-Sucre.

Existen muchos sitios semejantes, como el planchón de la galería de Santa Elena, un sector del barrio San Judas, en el suroriente de la ciudad. Este barrio tiene más población de la calle que El Calvario y alberga a un tipo de gente diferente, porque algunos viven en los árboles. Cali tiene siete plazas de mercado y nunca se las relaciona con la drogadicción ambulante. En los alrededores de las galerías Alameda, Siloé, Alfonso López y Porvenir hay habitantes de calle. Hemos investigado y tenemos georreferenciados al barrio San Antonio y La Loma de la Cruz, en cuanto a consumo y venta de estupefacientes. La Avenida 6ª es otro sector, pero en una proporción pequeña.

¿Cree que con el plazo de dos meses que el presidente de la República, Juan Manuel Santos, dio a la Policía se acaben estas “ollas” de venta y consumo de estupefacientes?

Recientemente tuve una reunión en el comando de la Policía Metropolitana de Cali, con la Alcaldía Cali y otras instituciones, y les dije a los coroneles que este es un proceso largo y que dudo mucho que puedan acabar con las llamadas “ollas”, porque las acciones de las autoridades convierten un Cartucho en 12 o 13 cartuchitos; sólo los atomizan.

Ante la dimensión de este problema en Cali y el país, ¿cuál es la solución para usted, que vive a diario el drama de los habitantes de la calle?

La solución radical es la presencia permanente de la Policía y la atención social integral a la que se vinculen las secretarías de Salud, Vivienda, Bienestar Social y las instituciones sociales. Necesitamos la ayuda urgente de psicólogos, psiquiatras y médicos y de la empresa privada, porque con dos meses de operativos no hacemos nada, movemos a la gente de la calle y luego vuelve.

¿Hay muchos delincuentes en estas zonas?

Allí hay delincuentes, lo que pasa es que la gente se va acostumbrado a su presencia. Hay gente que llega para que le liquiden a una persona, porque prestan ese servicio. La situación de los niños es preocupante: se les escucha a menudo decir que les tocó ir a trabajar con el papá porque su papel es ser campanero. Otros, inocentes, los acompañan a atracar. Cuando el papá le pone el cuchillo a la víctima, son los niños los que les meten las manos a los bolsillos y sacan la plata. Pero es más grave la situación de las niñas que se prostituyen en esos sectores.

¿Padecen mucha hambre? ¿De qué enfermedades sufren?

Algunos sí aguantan mucha hambre, pero los que viven en el centro de Cali, en forma parcial —porque están las casas de Samaritanos de la Calle y porque en las calles hay muchos restos de comida—, esos sí tienen un estómago perfecto, gracias a mi Dios. Padecen de muchas enfermedades respiratorias, bastantes de transmisión sexual, tuberculosis y problemas mentales. Según la Organización Mundial para la Salud, la adicción es una enfermedad mortal. Nos costó bastante trabajo admitir que un alcohólico o un adicto a las drogas es un enfermo. Eso es lo que son los habitantes de la calle y no hay que tenerles pesar sino hacerles tratamientos médicos. De 100 hombres, hay 12 o 14 mujeres adictas.

¿Cuál debe ser la atención de los municipios a estos habitantes de la calle, para acabar con la adicción y, con ella, la delincuencia en las “ollas”?

Hemos tenido varias administraciones en Cali y el problema no termina. Hay que crear políticas municipales permanentes para los habitantes de la calle. El problema es para los políticos, porque para ellos sanar la gente no da votos. No sirven ayudas municipales de contratos por seis meses, y mientras los vuelven a renovar ya la crisis de la gente de la calle ha estallado. Se parrandean las ayudas que se les brindaron.

Falta presencia de la Iglesia en estos sectores, para brindar ayuda más favorable y evitar la soledad en que se encuentran los jóvenes que acuden a la drogadicción.

Monseñor Darío Monsalve nos insiste en que nos acerquemos a los colegios, que trabajemos con los jóvenes, pero qué podemos hacer si no hay acompañamiento de la familia. Necesitamos de muchos aliados.

Padre González, ¿por qué no debe llamarse “ollas” a las zonas donde se consumen estupefacientes?

Decirle “olla” es porque es un expendio de droga y en esto sitios hay gente que consume, pero que es buena, es muy espiritual. No me gusta la palabra indigente. Allí hay gente de todas las profesiones y de diversas religiones. Usted puede encontrar médicos, abogados, algunos exfuncionarios de Emcali y del municipio y hasta periodistas.

¿Llegan muchos desplazados a los sitios denominados “ollas”?

El desplazamiento incide bastante. Llegan las familias y pasan 8 y 10 meses sin que les resuelvan sus problemas sociales y de vivienda. Se quedan en el centro pagando cuartos por $4.700 diarios. De allí que se requiera con urgencia una atención especial e integral y no ayudas parciales.

¿Hay respeto de los habitantes de la calle por la tarea social de los samaritanos?

Sí. Una vez íbamos por una de las calles de El Calvario y una gallada de muchachos le robaron los panes a un colaborador de Samaritanos, y cuando se dieron cuenta que pertenecía a la fundación de inmediato los devolvieron. Otro día un muchacho me abrazó y los compañeros le reventaron la nariz porque creían que me iba a pegar. Después de tantos años en estos sitios ya podemos andar solos, ya no nos roban los relojes, hay que mostrar resistencia y carácter ante ellos. El miedo allá no funciona.

Por Gloria Chaparro Soto

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar