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El alto costo de apostar por un acto terrorista

La historia de la ingeniera industrial Luz Amparo Peralta, quien huyó por 10 años después de participar en el ataque de morteros a la Casa de Nariño.

María del Rosario Arrázola
03 de noviembre de 2012 - 09:00 p. m.
Imagen de los momentos posteriores a la captura de Luz Amparo Peralta cuando asistía al sepelio de su propia madre.  / Cortesía Policía Nacional
Imagen de los momentos posteriores a la captura de Luz Amparo Peralta cuando asistía al sepelio de su propia madre. / Cortesía Policía Nacional

“Lamento mucho la muerte de su madre, Luz Amparo”. Con esta frase, pronunciada en momentos en que Luz Amparo Peralta Pérez dejaba una de las salas de velación de la funeraria La Fe, terminaron el pasado 29 de octubre diez años de investigación para capturarla. Cuando la mujer agradeció el pésame y le preguntó a su interlocutora quién era, ella le contestó: “Soy agente de la Policía y queda usted detenida”. En ese momento, más de 15 agentes encubiertos la rodearon y no tuvo otra opción que rendirse ante la evidencia.

En medio de su estupor les pidió a los agentes que le permitieran acompañar a su padre y hermanos en su duelo, y después de un corto tiempo la condujeron a la sede de la Policía Cundinamarca y de allí a la cárcel El Buen Pastor, donde ahora comienza a purgar una pena de 40 años de prisión. La razón: en agosto de 2002, durante los actos de posesión del presidente Álvaro Uribe, fue una de las responsables, junto a dos milicianos más de las Farc, del ataque con morteros a la Casa de Nariño que dejó 21 personas muertas y 59 heridas.

Para la Policía terminó una década de infatigable búsqueda de una guerrillera cuyo rastro parecía extraviado. Para Luz Amparo Peralta, el mismo tiempo huyendo de sí misma, pero con la certeza de que algún día se le iba a atravesar la justicia. El final conjunto llegó cuando la madre de Luz Amparo sufrió un aneurisma y fue llevada a una clínica. De inmediato, la Policía suplantó a médicos, enfermeras, camilleros y hasta vigilantes. Cuando la paciente falleció se volvieron llorosos dolientes o empleados de floristerías, hasta que la capturaron.

Ya en la sede de la Policía, junto a los agentes que la persiguieron día y noche, Luz Amparo Peralta les contó su historia. Perteneciente a una sencilla familia bogotana, con grandes esfuerzos logró ingresar a la Universidad Católica a estudiar ingeniería industrial. Al mismo tiempo, trabajaba en una editorial. Un día de 1997 resolvía un asunto de papelería y hablaba por teléfono sobre la necesidad de conseguir un diseñador gráfico; cuando colgó se le acercó un joven que le dijo que él podía ser la persona que estaba buscando.

Era Hugo Alejandro Pintor Robayo, también universitario e hijo de un sindicalista que en una época fue muy cercano al M-19. Se conocieron, congeniaron y se inició una relación de trabajo y estudio que los unió en el interés por los temas sociales. Dos años después, mientras Luz Amparo desarrollaba sus prácticas profesionales en el barrio Ciudadela Sucre, de Soacha, él estrechaba sus nexos con células urbanas de la guerrilla. Hacia mediados de 2000, ambos terminaron en la misma ruta: sumándose a la Red Urbana Antonio Nariño de las Farc.

Una noche de septiembre, un contacto los llevó a una oficina situada en el parque principal de Fontibón, donde un hombre mayor de 60 años les explicó cuál era el proyecto de las Farc y de qué manera se podían vincular. En pocos días viajaron a la zona de Los Pozos, en Caquetá, donde los recibió el jefe guerrillero Carlos Antonio Lozada. Eran los tiempos de la zona de distensión y la guerrilla se movía a sus anchas en la región. Ese día durmieron sobre unas tablas, pero después fueron enviados a La Tunia para iniciar su entrenamiento.

Ingresaron a la escuela de formación guerrillera Hernando González Acosta, donde la primera sorpresa fue constatar que había muchos profesionales. Primero fue aprender de armas, después de tácticas militares y luego de milicias urbanas. Cada integrante empezó a aportar su conocimiento. Luz Amparo Peralta ayudó a montar un taller de metalurgia para estructurar formas de perfeccionar sus armas no convencionales. Fue un largo aprendizaje que los llevó a conocer varias regiones del país, hasta asentarse en Ibagué.

Un día de la Semana Santa de 2002, su rutina cambió para siempre. Alias Dionisio y alias César —el mismo que cayó en la Operación Jaque—, los llamaron para decirles que debían participar en una operación especial: fraguar un atentado contra el electo presidente Álvaro Uribe. Además del deber guerrillero, a los tres elegidos les ofrecieron recompensa aparte. A Hugo Alejandro Pintor, un viaje a Cuba; a Claudia Cardona Novoa, un periplo a Francia, y a Luz Amparo Peralta, $30 millones para que deshipotecara la casa de sus padres en Bogotá.

Los tres aceptaron. Un ingeniero electrónico que venía de Venezuela montó los dispositivos esenciales y los detonantes. Luz Amparo Peralta aportó su criterio profesional para medir los kilómetros, la velocidad, la fuerza de los morteros y los mecanismos para impulsarlos desde radios de comunicación. Una sofisticada tecnología que cogió por sorpresa a las autoridades. Los últimos ensayos se hicieron en las selvas del Guaviare. Cuando todo quedó listo, el Mono Jojoy y Carlos Antonio Lozada dieron la orden de utilizar los artefactos.

Los tres milicianos se trasladaron a Bogotá y arrendaron dos casas en el barrio Pontevedra y en la zona de Santa Isabel. En el patio de ambas viviendas montaron sus armas. El 7 de agosto de 2002, antes y durante la posesión del presidente Álvaro Uribe, se inició el ataque de morteros contra la Escuela Militar José María Córdova y la Casa de Nariño. Aunque las autoridades lograron actuar a tiempo para evitar una tragedia mayor, 18 de las 198 granadas que pensaban activar causaron la muerte de 21 personas, entre ellas tres menores de edad.

La investigación fue rápida. Las casas desde donde se fraguaron los ataques fueron ubicadas, Claudia Cardona fue aprehendida, y mientras en la familia Peralta Pérez todos creían que Luz Amparo seguía trabajando en una empresa petrolera en el Meta, para ella empezó una carrera contra el tiempo sin saber qué hacer. Cuando regresó al frente 43 de las Farc, le ordenaron que trabajara con alias John 40, pero antes le ordenaron que viajara a Cartagena para repetir la acción terrorista, esta vez contra la casa de Huéspedes Ilustres.

Afortunadamente para Cartagena, ella y otra miliciana, conocida como La Pastusa, fueron capturadas. Las acusaron de guerrilleras y fueron a dar a la cárcel. Era febrero de 2003 y apenas tenían cargos como rebeldes. Pero Luz Amparo aparecía como Ana Cecilia Bustos y pasó desapercibida. En seis meses quedó libre por vencimiento de términos. Entonces regresó al monte a trabajar para John 40. Todos los días sentía que la iban a fusilar por sus desacuerdos, pero también sabía que si dejaba la guerrilla la capturaban por terrorista.

Hasta que un día, el propio John 40 le dijo que se fuera. Lo hizo el 16 de junio de 2006. Desde ese día regresó a Bogotá y duró escondida seis años; sin poder trabajar legalmente, alejada de su familia, sin dinero y lamentando todos los días el daño que había causado. “¿Y de qué se untaron ellos?”, era su reflexión personal cuando pensaba en el confort de los jefes guerrilleros, mientras ella huía de su propia sombra. Hasta que murió su madre y asumió que se tenía que arriesgar para darle su último adiós. Lo logró, pero ahora la esperan 40 años sin libertad.

Los atentados del 7 de agosto de 2002

 

El 7 de agosto de 2002, día de la posesión del presidente Álvaro Uribe Vélez, la guerrilla de las Farc desplegó un ataque de morteros contra la Escuela Militar de Cadetes, al noroccidente de Bogotá, y la propia Casa de Nariño, justo en el momento en que se daba la transmisión de mando.

Inicialmente, hacia las 11 de la mañana, desde una casa en el barrio Pontevedra, se lanzaron varias granadas de mortero contra la unidad militar, lo que obligó a los investigadores a movilizarse hasta detectar el sitio desde donde se perpetró el ataque. Más de cien morteros quedaron sin lanzar.

Pero lo más grave ocurrió después de las tres de la tarde, cuando se produjo el ataque contra la Casa de Nariño. Desde una vivienda ubicada en el barrio Santa Isabel, las Farc lanzaron trece granadas de mortero. Cuando las autoridades reaccionaron ya había tenido lugar la tragedia.

Por diversas fallas de la técnica artesanal de las Farc, la mayoría de las granadas cayeron en el sector de El Cartucho, donde habitualmente vivían indigentes o personas de la calle. Veintiún colombianos perdieron la vida. Otros 100 morteros no pudieron ser activados; la tragedia iba a ser peor.

Los procesados

 

Desde el momento en que ocurrieron los atentados terroristas de agosto de 2002, las autoridades identificaron a los tres principales autores: Hugo Alejandro Pintor Robayo, Claudia Alejandra Cardona Novoa y Luz Amparo Peralta Pérez. Llegaron a sus identidades a través de la inmobiliaria que había rentado las casas desde donde se hicieron los ataques.

Claudia Cardona fue capturada por el CTI tiempo después. Hugo Alejandro Pintor sigue siendo guerrillero y las autoridades creen que sus actividades como diseñador gráfico hoy están al servicio de la insurgencia. Luz Amparo Peralta acaba de ser capturada y remitida a El Buen Pastor con cargos de homicidio agravado, terrorismo y tráfico y porte de armas de fuego.

 

 

Por María del Rosario Arrázola

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