El día en que la muerte se apoderó de Mocoa

Aunque las cifras oficiales hablan de 333 muertos en la avalancha, la comunidad dice que son más de 3.000. Aún hay quienes apenas, un año después, están enterrando a sus seres queridos.

Pilar Cuartas Rodríguez
01 de abril de 2018 - 02:08 a. m.
El día en que la muerte se apoderó de Mocoa

Las escenas en el cementerio Normandía, en Mocoa, eran escalofriantes en los primeros días de abril de 2017. Decenas de cuerpos estaban envueltos en bolsas blancas en el piso y los camiones llegaban a cada hora para descargar más y más. La identificación de varios cadáveres tomó días y, mientras tanto, el olor delataba que se estaban descomponiendo, a tal punto que a sus propios familiares les costaba reconocerlos. En medio de las discusiones entre los dolientes y la policía, de los rezos de monseñor Luis Albeiro Maldonado y de las labores forenses, la familia Hoyos empezaba a enterrar a sus seres queridos, uno por uno, a medida que los iban encontrando. Sepultaron a tres, pero quedó pendiente uno, al que apenas hallaron esta semana, un año después de la avalancha. (Video: ¿Qué ha pasado en Mocoa desde el 31 de marzo de 2017?)

Las autoridades confirmaron el pasado lunes que uno de los 33 cuerpos que aún no han sido entregados a sus familias era el de Israel Hoyos, el abuelo de Angy Hoyos. La joven de 26 años perdió a su papá, su tía, su abuela y su abuelo la noche del 31 de marzo de 2017. La avalancha los sorprendió cuando dormían en una casa del barrio Los Pinos, uno de los 48 afectados. (Lea aquí: Una noche en San Miguel, el barrio desdibujado por la avalancha en Mocoa)

Esta Semana Santa, la familia de Angy se reuniría para recordar a las víctimas de la avenida torrencial, pero una llamada les cambió los planes, pues les avisó que los restos de Israel reposaban en una fosa del cementerio municipal, a donde fueron llevados los cadáveres no identificados o no reclamados. “Acaban por fin la incertidumbre y el dolor que no se calmaba. Llega la alegría de saber que los cuatro van a estar juntos. Esto nos da paz”, dijo Angy a El Espectador. (Lea aquí: Así se vivieron los días en el cementerio y el hospital de Mocoa después de la avalancha)

El cuerpo de Israel reposaba en una bolsa blanca sucia de barro, fue exhumado y trasladado al cementerio Normandía, para ser enterrado al lado de las tumbas de su hijo, su hija y su esposa. Tenía 87 años, era pensionado de la Alcaldía de Mocoa y su nobleza es la cualidad que más recuerdan quienes lo amaron. Un consentidor que repartía los dulces de su tienda entre sus nietas; eso sí, a escondidas para que no lo pillara su esposa, porque lo regañaba. Tenía tres hijos, cinco nietos y una bisnieta.

“Por un año estuvo lejos de nosotros, pero ya regresó nuevamente”, agrega Angy, quien sobrevivió a la avalancha junto a su hija de cuatro años y su hermana de ocho. La creciente la sacó de la casa y la arrastró hasta donde pudo, pero una palizada la dejó atascada en una orilla, aunque eso le sirvió de trinchera para no morir en la avalancha. No sabe cómo ni quién rescató a su hija, pero se reencontró con ella apenas fue trasladada junto su hermana al hospital José María Hernández.

📷

La familia Hoyos mientras recibía el cuerpo de Israel Hoyos.

“Simplemente creo que no me tocaba morir, porque no había forma de salvarse. Yo me dejé llevar por la avalancha, pedí morir y que fuera rápido, de un solo golpe. Me salvé por los palos que me apretaron y porque la cabeza fue lo único que me quedó por fuera del dolor y eso no dejó que me ahogara”, concluye Angy.

Al lado de la joven ha estado en este proceso su prima Yeimi Tovar, quien perdió a su mamá. Esta última vivía en Pereira, pero viajó a Mocoa a cuidar a su papá, Israel, que enfermó por esos días. “A las 9 p.m. hablé con ella y todo estaba normal. A las 4 a.m. me desperté porque mi tío me llamó y me contó que había una avalancha. Empecé a contactarme con gente por Facebook y no encontraba ninguna información en medios de comunicación”, cuenta Yeimi.

La familia Hoyos es muy católica y lamenta no haber podido hacer una misa y la velación a quienes enterraron el año pasado. Pero a Israel sí lo despidieron esta semana con todos los rituales y eso les dio paz.

Recuerdos de un sepulturero

Las manos de José de Jesús Rivera Castillo fueron las encargadas de llenar con flores la tumba de Israel en el cementerio Normandía. Es el jardinero del lugar, pero hace un año dejó sus tareas con las plantas y se convirtió en sepulturero.

A sus 45 años, Rivera, de piel negra y sonrisa constante, se enfrentó a una de las experiencias más duras en su paso por el cementerio Normandía, donde trabaja hace ocho años. La madrugada del 1° de abril se levantó, como es costumbre, a las 5 a.m.; miró hacia la subestación de energía y se extrañó de que las bombillas no alumbraban como siempre. Minutos después escuchó el ensordecedor sonido de las ambulancias y decidió bajar en su moto hasta el pueblo y averiguar qué pasaba.

Pero la creciente del río lo obligó a devolverse al cementerio, donde además queda su casa. Y desde ahí empezó a ver cómo descargaban los primeros cuerpos de quienes murieron en la avalancha, provocada por el desbordamiento de los ríos Mocoa, Sangocayo y Mulato. La escena empeoró durante la primera semana.

“Normalmente yo cavo un hueco de 2,30 de largo, 90 de ancho por 1,30 de fondo. Pero esa época nos tocó hacer rotos más grandes para meter hasta tres familiares en un mismo hueco. Sus familias querían que quedaran juntos. Soy malo para las lágrimas, pero de ver a esa gente, alguna lagrimita se me escapaba”. cuenta Rivera, oriundo de Tumaco y padre de un niño.

En lo alto del cementerio, incrustada en la montaña, está su casa de tablas. Ahí dormía solo las primeras noches después de la avalancha, ya que su esposa y su hijo se trastearon temporalmente a otra casa con tal de no enfermarse por la cantidad desbordada de cadáveres. Aunque no les teme a los muertos, sino a los vivos, Rivera encendió una vela y su radio de pilas para no sentirse tan solo.

📷

“Recuerdo con impresión que había personas de las que solo quedaban pedazos, estaban cortadas, y las mujeres llegaban con el cabello muy enredado, con palos y barro. Me da dolor tanto niños que enterramos”, añade Rivera, quien no se quita la gorra aunque se oculte el sol.

Desde el miércoles, José de Jesús estaba al tanto de que el pasto estuviera florecido. Sabía que este fin de semana los sobrevivientes de la avalancha volverían al cementerio a visitar a sus seres queridos o quizás a enterrarlos. “Me dedico a cuidar a los compañeros”, dice sonriendo. No habla de los muertos, sino de los difuntos o los compañeros; es una manera de expresarles respeto.

Según cifras oficiales, unas 333 personas perdieron la vida hace un año en Mocoa (aunque la comunidad dice que son más de 3.000), 76 están todavía desaparecidas y 33 cuerpos esperan por ser entregados a sus familias.

Pilar Cuartas Rodríguez

Por Pilar Cuartas Rodríguez

Periodista y abogada. Coordina la primera sección de “género y diversidad” de El Espectador, que produce Las Igualadas y La Disidencia. También ha sido redactora de Investigación. @pilar4aspcuartas@elespectador.com

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar