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El espejo de los wayuus

Rescatando la tradición ancestral de los tejidos, mujeres de once comunidades de La Guajira diseñaron un sistema de control de la salud de la población infantil que ya comienza a dar resultados en la prevención de las muertes por desnutrición.

Gloria Castrillón
05 de diciembre de 2014 - 02:38 a. m.
Ermelinda Ipuaná lideró la creación de los ayaawataas en once comunidades indígenas de Manaure, para controlar las enfermedades y el bajo peso en la población infantil. / Inaldo Pérez - ‘Cromos’
Ermelinda Ipuaná lideró la creación de los ayaawataas en once comunidades indígenas de Manaure, para controlar las enfermedades y el bajo peso en la población infantil. / Inaldo Pérez - ‘Cromos’

Llegaron con sus tejidos y sus historias al hombro, con la idea de contarles a ministros, funcionarios, empresarios y posibles cooperantes que en los últimos tres años han aprendido, entre muchas otras cosas, que tienen derechos y que hay varias herramientas a su disposición para reclamar que se les respete. En total son 12 hombres y mujeres, autoridades y promotores indígenas de 11 rancherías de La Guajira que querían que en Bogotá se enteraran de que en sus comunidades los niños ya no se mueren de desnutrición ni de enfermedades que se pueden prevenir.

Eligieron la maloka ubicada en el Jardín Botánico para sentar a sus invitados y contarles, ellos mismos, en wayuunaiki, que desde que la Fundación Caminos de Identidad, Fucai y Unicef habían llegado a sus territorios con la idea de capacitarlos para que empezaran a superar los problemas históricos de hambre, falta de agua y saneamiento básico, sus vidas habían cambiado.

La de Bogotá fue la última de varias reuniones que tuvieron esta semana tratando de contar sus historias positivas de autogestión a funcionarios de todo nivel. Pero allá, en su departamento, a muy pocos les importó. A la primera reunión en una de sus rancherías citaron, además de Fucai y Unicef, a la Agencia Nacional para la superación de la Pobreza (Anspe), entidad que se sumó después a la iniciativa, a los funcionarios de las alcaldías de Uribia y Riohacha y al ICBF. Fueron sólo algunos.

El martes se fueron para Riohacha para que los secretarios de Salud, Educación y Planeación del departamento y la capital no tuvieran la misma excusa que dan siempre para argumentar por qué es tan difícil llegar a sitios tan apartados con las ayudas y programas gubernamentales. Pero a pesar de haber organizado la reunión en el centro cultural, apenas a cinco minutos de las oficinas de los funcionarios, tampoco llegaron.

“Nosotros no sólo necesitamos palabras sino también hechos. Pedimos que nos respeten, que no se dirijan a nosotros por lástima; no estamos pidiendo una limosna, exigimos nuestros derechos”, dijo Fernando Pushaina, autoridad de Walaschein, ante un auditorio conformado en su mayoría por sus propios compañeros. Luis José Redondo, promotor de Tawaya, estaba sorprendido. No entendía por qué si ellos mismos habían reconfirmado la asistencia de algo más de 20 personas, sólo habían llegado tres. Aun así, él y los demás indígenas presentaron el balance de tres años de trabajo.

Fueron las mismas cifras que mostraron ayer en Bogotá ante un grupo de casi 70 personas, entre funcionarios del ICBF, el Ministerio de Salud, el Sena y otras fundaciones y organizaciones indígenas que los apoyan.

Contaron, por ejemplo, que en las 11 comunidades indígenas de Manaure que ellos representan, este año no murió ningún niño por desnutrición —el primer año murieron 13 y el segundo dos— y que ya cuentan con servicio de agua potable que llega en carrotanques, gracias a las tutelas y derechos de petición que presentaron después de que la última sequía les dejó los jagüeyes sin líquido.

Ermelinda Ipuaná y Esperanza Pushiana, dos de las mujeres líderes de Manaure, han sido las encargadas de capacitar a otras mujeres en la importancia de cuidar a los niños. Y lo han hecho utilizando su saber ancestral: los tejidos. Con la capacitación de Fucai y Unicef crearon los ayaawataas, unos telares elaborados por ellas mismas en los que con borlas de colores —café para los niños y rojo para las niñas— llevan un control del número y estado de los niños entre los 0 y los 10 años.

“El ayaawataa es nuestro espejo, ahí nos podemos mirar”, dicen ellas. Las mujeres de cada ranchería eligen el color. En Itchien eligieron el azul porque representa la cercanía al mar, que les ha ofrecido una alternativa de alimento.

“Escogimos el verde por las hojas de la abija, un árbol que cuando llueve se pone muy verde”, dice Esperanza, evocando las lluvias que abandonaron sus tierras durante casi dos años. Lo mejor del ayaawataa, dice Ermelinda, es que se trata de una construcción colectiva. “Ahí nos encontramos... y nos cuidamos”.

Su balance de la jornada de ayer en Bogotá fue positivo. Después de cumplir un ritual en el que les rindieron un homenaje a los más de 4.000 niños que han muerto por desnutrición y enfermedades asociadas a la falta de agua potable, hombres y mujeres wayuus se sintieron por primera vez escuchados.

Nunca habían podido hablar en su lengua ante un auditorio tan grande. Siempre habían sido otros los que hablaban por ellos. Y aprovecharon para decirles a las instituciones del Gobierno, los privados y la sociedad civil, que ellos han aprendido a defenderse y gestionar sus derechos, pero que necesitan ayuda. Piden que no los dejen solos.

Después del ritual con conchitas de mar que representaban la vida de cada uno de los niños que murió en las épocas en que no había control sobre los males que aquejan a la población infantil, se comprometieron a cuidar más a sus hijos, pero pidieron que el Gobierno solucione definitivamente el problema del agua potable. “Si tenemos agua, sembramos nuestros productos. No pedimos más”.

 

gcastrillon@cromos.com.co

Por Gloria Castrillón

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