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El eterno retorno (II)

La restitución de tierras en Chocó, pese a los avances legales, permanece estancada. Este es un diálogo entre dos personas desplazadas en 1997, que hoy viven en Brisas, corregimiento del bajo Atrato.

Juan David Torres Duarte
18 de agosto de 2014 - 02:43 a. m.
A causa de la violencia, Marta Aidé Mena perdió a cuatro familiares: su esposo, Rudesindo, y tres hijos. Aquí, en su hogar en Brisas. /Cristian Garavito
A causa de la violencia, Marta Aidé Mena perdió a cuatro familiares: su esposo, Rudesindo, y tres hijos. Aquí, en su hogar en Brisas. /Cristian Garavito
Foto: CRISTIAN GARAVITO/EL ESPECTADOR - CRISTIAN GARAVITO

Al borde del Atrato, desde un planchón de madera roncadora, un grupo de niños se lanza contra el río al modo de los clavadistas. No tienen más de trece años ni menos de siete, y todos tienen el cuerpo entintado por el sol y lucen músculos que en el futuro tal vez serán anchos y robustos y proclives a la fuerza. Cada tanto, el planchón, que tiene un motor de bote en la cola, carga hasta el otro lado del río motos y personas, y también de vez en vez un carro. El planchón suele moverse más por el ritmo atemperado del río que por el impulso lábil del motor. Desde la orilla, camino adentro del corregimiento Brisas, en el bajo Atrato chocoano, se encuentran casas de arquitectura común: paredes de madera —tablas adheridas con puntillas oxidadas—, con escaleras de lo mismo y techos en zinc. En la salida de las casas hay tanques azules repletos de agua vieja y sucia, que sirve para lavar la ropa.

El camino es de tierra y es una zanja eterna de basura.

A treinta o cuarenta pasos de la orilla, en una casa de arquitectura común, con el techo común y las paredes comunes —y los pesares y los dolores comunes—, viven Luz María Mena Moreno y Marta Aidé Mena Chavera. Son familia por vínculo sanguíneo y por vínculo de sangre: sus cercanos fueron asesinados por los paramilitares en 1997, durante el desplazamiento de cerca de 4.000 personas en esta zona. Su casa se compone de una habitación con dos camas de edredones revueltos, una cocina cuyas paredes de madera están podridas y una habitación abandonada donde hay cables, cucharas, una nevera enana, botellas de cerveza vacías, un balón sin parches y una división de madera casi vacía (un trozo de algodón, un candado).

Las dos mujeres están sentadas a la mesa del solar. Es casi mediodía, y sólo corre viento a la orilla del río.

Marta (manos gruesas, caimán en el cabello): Soy víctima porque me mataron al compañero, el día que mataron al compañero mataron al hijo, y me mataron también en esa época de la guerra tres hijos, que ahí los tengo anotados. Eso fue en el 97. ¿Cómo sucedió en esos días? Ay, Dios mío.

Luz (esmalte deshecho en las uñas, delantal, los pies embarrados, chancletas de caucho): Es duro uno recordar esos momentos.

Marta: Ay, sí, yo no puedo recordar esos momentos porque me da mucha tristeza.

Luz: Es duro. Por ejemplo, el marido mío. Nosotros veníamos de la finca. La finca de nosotros quedaba aquí arriba, pero al otro lado (del río Atrato). Y ya en la tarde cruzamos a este lado, y cuando nosotros cruzamos seguimos el camino para salir a la carretera y ahí lo cogió el grupo armado. Lo amarraron, lo tiraron al suelo, porque a mí sí no me da miedo hablar porque eso sucedió y debe de ser así. Lo tiraron al suelo y le pusieron las manos atrás, lo amarraron. De ahí lo levantaron y siguieron. Cuando salimos hacia la carretera, me encuentro yo al marido de ella, que era el papá de mi marido, lo encuentro amarrado en una mata de plátano así envuelto hasta abajo, así amarrado. Entonces les dije a ellos: ustedes me estaban engañando, me estaban diciendo que los llevan es a hablar con ellos por allá y por qué tienen a mi suegro amarrado. Los van a matar, dígame la verdad. Que no, que vamos a llevarlos ahí porque a ellos una persona los está hundiendo y para que ellos digan si sí es así o no es así. Váyase para la casa que ellos llegan ahora. Y verdad, nosotros nos vinimos y nunca más aparecieron.

Marta Mena comienza a llorar. Se limpia las lágrimas con el delantal.

Luz: Ya al otro día nosotros salimos a buscarlos y nos encontramos con el jefe de ellos, y con los hijos de ella, y le dijo a él: dígame la verdad, si fue que lo mataron, díganos dónde lo tienen para nosotros enterrarlo. Él le contestó y le dijo: pues me duele de tener que decirle, pero a ellos los mataron y no los busquen porque no los consiguen más porque a ellos los tiraron al agua, destripados, ¿me entendió? Entonces ya nosotros nos vinimos. Ella se privó cuando el señor dijo eso, ella se privó, ella no se dio cuenta de más nada. Ahí mismo nos tocó traerlos de allá a Bajirá y la trajimos a ella al médico. Entonces ellos nos dijeron la verdad, que los habían matado, y nosotros andábamos ese día con ellos. Desde ahí venimos con ese tormento.

Y pues en esos días también mi mamá me llamó. Mi hijo pagó servicio, y después que pagó servicio él regresó aquí ya cuando la violencia tan dura y me dijo no, sabe qué, mami, yo me voy para Medellín, para donde mi abuela, porque eso está muy duro aquí. Entonces mi hijo se fue. Y a poquitos, como a los cuatro o cinco días, me dice mi mamá: mija, ¿su hijo está en Bajirá? Le digo: no, mamá, yo lo mandé para allá. Me dice: mija, está desaparecido porque tiene cuatro días que no viene a la casa, está desaparecido. Llamé a la mujer que él tenía en Medellín y me dijo: no, suegra, pues yo hacía que él se había ido para donde usted. Tampoco ha llegado aquí a la casa. Y esta es la fecha que nadie sabe. Como la violencia estaba tan dura también en Medellín, entonces seguramente me mataron a mi hijo y no sé nada de él.

Marta: En esa época, yo quedé en embarazo de un peladito que ya estaba para tenerlo. Tenía siete pequeñitos y ese ya eran ocho. Y yo sí pasé trabajos. No me gusta acordarme de los tiempos atrás.

Marta Mena mostrará después la cédula de su esposo, Rudesindo Murillo Murillo. En el espacio donde debía ir la firma, reza “manifiesta no saber firmar”. Poco antes, en una carta entregada al fotógrafo de este artículo, Mena se describió así: “danificada con sus doliente vitima”. Después enumeraba sus muertos: tres hijos, su esposo. Cuando mataron a Murillo, Mena desesperó, gritó, se desmayó, sus hijos se lanzaron sobre ella, dolidos. “La gente lloraban de ver la tristeza mía”.

Luz: Fue una pesadilla, que uno no sale de eso. Perdimos las tierras, el día que nos tocó salir salimos…

Marta: Salimos sin nada.

Luz: …así con lo que teníamos encima, todo quedó perdido, porque eso fue se salen o van pal agua. Tuvimos que salir con lo que teníamos encima.

Marta: Estábamos viviendo al otro lado del río, en La Iguana. Después nos pasamos para Bajirá. De Bajirá, ya cuando medio se compuso la cosa, fue que ahora pasamos a Brisas.

Luz: Ahora es que hay gentecita porque esto quedó solo.

Marta: Y ahí encontramos una ayudita, y como estaba metida en Brisas ya me cuadraron este rancho de aquí.

Luz: Yo sí todavía ando en la calle, no tengo nada. Ando así, rogando.

Marta: Pero prácticamente este rancho es de ella.

Luz: Ando volando yo.

Marta: Prácticamente este rancho es de ella.

Luz: Eso es muy duro, es muy duro…

Marta: Ese es un dolor que cuando me muera se me quita.

Luz: A mí me dicen que por interné busque a mi hijo, ¿cierto? Y pues uno que no sabe ni qué va a hacer. Mi hijo se llama Rubén…

Marta: Dizque vienen a uno a reconocerle las víctimas, a darle que una casita a uno para que hiciera su casita, pero yo metí una tutela, la gané, y metí una petición a favor mío. Metí un desacato, también lo gané. Pero no han dado ninguna respuesta.

Luz: Mi hijo se llama Rubén Darío Valencia Mena.

Silencio.

Luz: Es muy duro que su ser querido, uno no sepa dónde quedó. A uno le parece que esa persona está viva, que lleva uno tiempo esperándola. Pues el esposo no, sabemos que están muertos. Yo todos los días como madre dolida vivo esperando a mi hijo sin regreso. Las autoridades nada me han dicho porque quizá que se hubiera desaparecido aquí, ¿cierto?, pero como se desapareció fue en Medellín. Salió de la casa y no regresó más.

Marta: En ese tiempo sabía toda la ley y toda la gente sabían que una persona se la llevaban de la casa, lo sacaban, ya no venía más. ¿Qué le buscaban más? Muerto.

Luz: Sí, claro, así era.

Marta: Todo el mundo sabía eso. La ley, por llenar un requisito, es que le pregunta cosas a uno, que lo uno, que lo otro. Pero ellos saben muy bien que en ese tiempo sacaban la persona de la casa y ya no venía más. Y qué le buscaban. Eso lo tiraban al agua, o lo tiraban por allá para un basurero, lo tiraban por la carretera, y nadie tenía derecho de cogerlo. Porque el que lo levantaba a enterrarlo, también llevaba del arrume —levanta la mano apuntando, como si fuera una pistola—. Entonces es una guerra muy dura pal campesino.

Luz: Y no podía uno ni llorá.

Marta: No podía llorá ni ná.

Luz: Que si uno botaba una lágrima pa fuera ya sabía pues uno tenía que aguantarse. Ay, no, no, no…

Marta: Ahorita nosotras fritamos empanaditas, asamos choricitos, cualquier cosita, inventamos a vender cualquier cosa como la que come ese muchacho de ahí, todo eso para poder sobrevivir porque no tenemos de qué más echá mano. Somos aquí nosotras con los hijos. No tenemos de qué más echá mano aquí. Yo he recibido dos veces ayuda humanitaria y ya no he recibido má.

Luz: Yo estoy en ayuda humanitaria, pero de ese tiempo a esta fecha he recibido $1’150.000 que me pagó Acción Social por ayuda humanitaria, desde ahí no he recibido un peso más. Una solita vez. Pues ahora me dicen de que los que tienen diez años de desplazados los van a sacar de eso, ¿cierto? No sé cómo sea. Pero yo recibí una solita.

Marta: Yo sí le pido al Gobierno Nacional que por favor se acuerde de las madres que somos cabeza de familia, que quedamos, mejor dicho, sin amparo ninguno con sus hijos, y que tengan un, por decir algo, qué decirle, que tengan… Ayúdeme, Lucha.

Luz: Que se conduelan de las madres que…

Marta: Claro, que se conduelan de las madres de las cabezas de familia…

Largo silencio.

Luz: Porque sí hemos pasado trabajo, ¡trabajo…! Imagínese que los hijos de uno, casi a la hora de la verdad, no estudiaron porque qué fuerza tenía uno. Imagínese, el último de mis hijos, ahí mi pelao, pues yo no pude, porque los profesores también le exigen mucho a uno. Que tiene que llevar uniforme, que tiene que llevar los zapatos negros, que tiene que llevar no sé qué y si uno no tiene…

Marta: Y por eso es que le pido al Gobierno Nacional que se conduelan de las madres que padecimos tanto por la guerra y quedaron con sus pelaos y quedamos viudas.

 

 

 

* Este artículo fue realizado con la invitación del Mincultura a Carmen del Darién y la zona del bajo Atrato en Chocó. Encuentre la primera entrega en http://bit.ly/V4F7oB.

Por Juan David Torres Duarte

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