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El fotógrafo de la vida

Jesús Abad Colorado aprendió la geografía colombiana retratando los hechos de violencia.

Mariana Escobar Roldán
13 de agosto de 2013 - 04:33 p. m.
El fotógrafo de la vida

Desde La Guajira hasta el Putumayo, Jesús Abad Colorado ha indagado con ojo crítico la situación del país. No pertenece a ningún bando, ni al de los bandidos, ni al de los despojados, pero reconoce que ha trabajado de cara a la gente, no de cara al poder.

Los horrores que dejó la Masacre de Bojayá, las atrocidades de los grupos armados contra los campesinos del Oriente antioqueño, la violencia en las comunas de Medellín y el desplazamiento en el Chocó han quedado plasmados en sus fotografías.

Con su trabajo, da nombre y apellidos al conflicto. Sus piezas son más humanas y menos sanguinarias que las de otros fotógrafos dedicados a la misma faena de capturar contiendas y dolores. Víctimas y victimarios reciben el mismo respeto y dignidad a través del lente de Abad Colorado.
Muchos dicen que es el periodista que mejor ha retratado el conflicto en Colombia, pero él prefiere que lo llamen “el fotógrafo de la vida, no el de la guerra”.


Una guerra inmortal

Desde que estaba en segundo semestre de periodismo en la Universidad de Antioquia determinó que su forma de contar la historia de esta sociedad iba a ser a partir de la imagen.

“Todo el mundo me decía que eso de la fotografía era muy sencillito, que mejor me dedicara a escribir. Pero no, lo otro me llegaba al alma”, dijo, recordando la época en que tomaba fotos en bautizos y matrimonios con una cámara prestada para poder sobrevivir, porque muy pocos podían comer por disparar cámaras.

En los años 80 Medellín vivía un momento histórico de violencia, de señalamiento al pensamiento. “Durante mi primer año de estudio hubo cerca de veinte estudiantes y profesores asesinados, como Héctor Abad Gómez. Sin pertenecer a ningún movimiento de izquierda, yo entendí que la palabra en este país era un riesgo y que te empiezan a señalar si hablas de justicia social”.

Sin embargo, Jesús ya había sentido el peso de la guerra encima. Nació en el 67 y creció con la historia de que siete años atrás habían asesinado a sus abuelos y tíos en San Carlos, un municipio al Oriente Antioqueño. Entonces, su familia huyó y llegó a Medellín sin nada. “Fueron esas historias de dolor y desarraigo las que me llevaron a reflexionar frente al trabajo que quería hacer”, recordó.


¿Por eso en la mayoría de sus fotografías los protagonistas son los campesinos?

Siento un profundo respeto por esos hombres y mujeres que huyeron del campo en condiciones miserables, como lo hicieron mis padres. Por eso trato de retratarlos en su dignidad y de pedir justicia para que no se repita esa historia. Lo paradójico en este país es que esas historias de siguen repitiendo.


Y usted que ha visto de cerca la situación de los campesinos desde hace varios años, ¿la situación ha cambiado para ellos?

Los campesinos son como la carne de cañón de los conflictos. Después de muchos años siguen siendo despojados y asesinados. Sus tierras siguen siendo arrebatadas.


En 1992 entró como reportero gráfico a El Colombiano, y desde entonces sus fotografías han narrado la evolución de un conflicto que persiste y se acentúa, pero que no necesariamente es sinónimo de sangre y actas de defunción: “El conflicto no son solo los muertos. El conflicto es la vida de los campesinos, tener que abandonar los cerdos y las gallinas, que las mujeres tengan que dejar de sembrar sus aromáticas”, recalcó, cada vez más sobre exaltado por la rabia que le despierta saber que en Colombia la guerra se mide en cifras y no en rostros.


“A las historias hay que darles rostro y nombre”

Jesús dejó de trabajar para El Colombiano en 2001, y desde entonces es fotoperiodista independiente, aunque ya se había acostumbrado a llevar dos cámaras, una para los registros del periódico y otra para construir su propia versión, que después contaba en exposiciones.
Y es que según Jesús, “en este país, los periodistas hicieron una trivialización de la guerra. Solo importan las cifras. La mujer que tuvo que salir corriendo con sus hijos se olvida, el muchacho guerrillero que murió en combate se olvida, el soldado que pisó la mina, también”.


¿Entonces cuál debería ser el papel de los periodistas?

Un periodista que es soberbio con los campesinos, con una persona que está en desgracia, es un periodista que, con toda seguridad, se arrodilla ante el poder. Susan Sontag dijo en El dolor de los demás que los periodistas no somos inocentes, somos testigos. Cuando uno como periodista es testigo de lo que ha sucedido en este país, no puede guardar silencio. Somos testigos para que la historia no se repita.

Y tantos periodistas que narran el conflicto desde donde ni siquiera llega el eco de las balas, ¿son testigos?

No (risas), el periodismo no se hace persiguiendo a los gobernantes, andando en carro y en avión. El periodismo se hace a pie, en la calle, sentándose a hablar con la gente. A las historias hay que darles rostro y nombre.


¿Y cómo retratar el conflicto colombiano sin irse a un bando u otro?


Hablar con claridad de la guerra en el periodismo es difícil. Si hablo mal de la guerrilla, me dicen que soy gobiernista; si hablo mal del gobierno, me dicen que soy terrorista, pero el periodismo es para ver con los dos ojos, para escuchar con los dos oídos, para hacer claridad con la información.


Antes de disparar su cámara indiscriminadamente, como disparan en los campos de batalla, Jesús prefiere entender la realidad de los sitios a los que llega. Conversa, camina y vive como las comunidades. Luego, los niños empiezan a sacar sonrisas para ser fotografiados.
La hoja de navegación que trata de seguir es la Carta Universal de los Derechos Humanos. “Yo no me voy de un sitio sin que la gente entienda para qué estoy allá. Muchas veces he tenido que bajar la cámara cuando ha entendido que al que voy a fotografiar se siente maltratado”, asegura Abad.


Retratando la vida

“Yo no me siento el fotógrafo de la guerra colombiana”, dice el periodista, y aclara que lo que ha hecho es contar lo que le pasa a los campesinos de este país y llamar la atención sobre los hechos que irrumpen y trastocan la vida de miles de personas.


¿Entonces por qué se autodenomina el fotógrafo de la vida si lo que sigue habiendo es muerte?

Mira, en los infiernos que produce la guerra, uno también es capaz de ver la vida. La vida expresada en esas mujeres que vuelven a levantar a sus comunidades, en los niños que sonríen ante la llegada de un fotógrafo. Me he topado con gente que escribe poesías y canciones en el lugar donde levantó sus muertos.


¿Y si algún día la guerra lo hastía?

El día en que a mí se me dé lo mismo ir a un lugar de una tragedia, y que levante la cámara sin que mi corazón tiemble, sin que las lágrimas corran dentro de mí, entonces me retiraré inmediatamente, porque me estaría volviendo cínico, y el periodismo, como dijo Kapucinski, no es un oficio para cínicos.

Por Mariana Escobar Roldán

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