El mensaje de Eduardo Zalamea Borda para felicitar al nuevo director de El Espectador

El miércoles 17 de septiembre de 1952, Ulises felicitó en su columna la designación de Guillermo Cano en la dirección.

Redacción El Espectador
30 de septiembre de 2016 - 06:48 p. m.
El mensaje de Eduardo Zalamea Borda para felicitar al nuevo director de El Espectador

El Nuevo Director de “El Espectador”
 
Estoy seguro de interpretar cabalmente los sentimientos de todos los trabajadores y colaboradores de este diario, al decir que respetamos la decisión de don Gabriel Cano de retirarse de la dirección del periódico, pero que la deploramos. Sin embargo, estamos convencidos de que en ningún caso ha de faltarnos la asistencia de su consejo y de que siempre tendremos presentes sus numerosos ejemplos y sus provechosas enseñanzas. En don Gabriel hemos visto todos lo que hace más o menos tiempo trabajamos en esta casa, un maestro y un amigo. Maestro de periodismo, desde luego, pero también de algo más importante: de carácter. Don Gabriel es uno de los periodistas más completos que ha producido el país. El complejo mecanismo de un diario, por todos sus aspectos, es para él conocido y abierto camino sin secretos ni recodos. Desde escribir un editorial —como el de ayer, entre otros memorable— hasta disponer la colocación de un anuncio en el lugar adecuado y elegir los caracteres que han de hacerlo más llamativo, todo lo que es posible hacer en un periódico sabe hacerlo y lo ha hecho. Su extraordinario sentido de la noticia, su manera de calificarla y avaluarla como de darle forma en su diario, talvez no pueden ser superados por sus colegas de este y de otros países. (Lea: Guillermo Cano comenzó a dirigir El Espectador cuando tenía 27 años)
 
Su rectitud, su sencillez, su generosos concepto de la amistad y ante todo del deber con el pasado, con el presente y con el porvenir; su dignidad en los momentos difíciles; su serenidad, que es producto de un envidiable y maravillosos equilibrio; su buen gusto innato pero sabiamente cultivado; su fino humor, penetrante y sutil mas sostenido siempre en el plano más alto; todas esas cualidades, todas esas faces de su personalidad, han sido para sus colaboradores motivo de admiración y ocasión de afecto cordial y sincero. El periódico y nosotros le debíamos ya mucho por lo que él significa como ejemplo y como estímulo, mas últimamente esas razones de aprecio han aumentado en grado altísimo aunque su conducta ante los hados adversos no fuese nunca inesperada para quien lo conociera. Nuestra gratitud es ahora mayor, lo que hace más sensible su decisión, que vemos compensada en su natural desarrollo: la designación de Guillermo Cano para continuar la insigne tradición que se inicia con don Fidel, el abuelo ilustre del nuevo director, que continúa con don Luis, de perdurable memoria luminosa, y con don Gabriel, que en la juvenil inteligencia de Guillermo sabrá prolongar en forma que corresponda a las virtudes y talentos de su linaje. (Lea: El día que incendiaron la sede de El Tiempo y El Espectador)
 
Me resulta difícil escribir sobre don Gabriel Cano y sobre Guillermo. Siempre sucede lo mismo cuando se trata de expresar sentimientos ocultos que no quieren exponerse por natural recato a la opinión del público. Mas los lectores de El Espectador no son en esas ocurrencias parte desinteresada y tienen derecho a saber quién dirige e inspira la publicación que a diario leen. , aunque de su personalidad les ofreció varias veces el periódico daros suficientes para completar una imagen más o menos fiel. (Vea las imágenes del incendio)
 
Guillermo Cano es un escritor de raza, un periodista vocacional, un hombre, en mi opinión, excepcional. Sí, excepcional. No me siga el cariño ni la amistad me engaña o me oscurece el juicio al formular esta afirmación. Su anticipada madurez le permite atemperar los ímpetus propios de sus años y apreciar los hechos en su exacto valor. Su corazón, generoso y varonil, es sensible a toda causa grande, a todo propósito útil. Su inteligencia está siempre abierta a todas las vibraciones del mundo en que vivimos y sus reacciones son siempre de idéntica nobleza.  Mucho hay en ello de la herencia, sin duda, pero también de la acción de fuerzas extrañas que solo singularmente y por un feliz capricho de los dioses se conjuran en una persona para hacerla distinta de las demás y mejor. 
 
Grande es el peso que recae ahora sobre Guillermo Cano, pero no superior a sus capacidades ni a su capacidad de servir a sus ideas y a su país. Por eso, si lamentamos la decisión de don Gabriel, nos inclinamos ante ella y contraemos voluntaria y espontáneamente el compromiso de contribuir, cada uno en la medida de nuestras capacidades —y yo, personalmente, con particular devoción, hasta donde me sea posible— a que bajo su dirección, El Espectador siga siendo lo que ha sido, programa éste que me parece no sólo el mejor sino el único. 
 
 

Por Redacción El Espectador

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