El miedo sigue latente en Salgar, Antioquia

El próximo 18 de mayo se cumple un aniversario de la avalancha en el municipio de Salgar (Antioquia), donde 115 personas murieron. 307 viviendas son construidas para los damnificados.

Mary Luz Avendaño
29 de abril de 2016 - 05:02 a. m.
Un alud de lodo y tierra arrasó con parte del municipio de Salgar (Antoquia).  / Luis Benavides
Un alud de lodo y tierra arrasó con parte del municipio de Salgar (Antoquia). / Luis Benavides

Un sonido inesperado irrumpe de repente, por poco más de un minuto se escucha una sirena en diferentes partes del municipio. De cada casa, de cada local comercial, comienza a salir la gente, todos caminan apresurados hacia el mismo lado. En el parque principal a un costado de la iglesia, empieza a aglomerarse la multitud, todos se miran, murmuran, se hablan al oído. Sus rostros reflejan incertidumbre y dolor, mucho dolor. De repente ya no se escucha la sirena, se calla por unos segundos y comienza de nuevo, esta vez con más fuerza. “¡Corra, que se lo lleva la quebrada si se duerme!”, le grita una mujer a un hombre de mediana estatura, robusto, que intentaba cerrar la reja de su negocio de celulares. Lo consigue y se une al grupo de habitantes que está a la espera de las indicaciones de las autoridades.

La escena se repite en diferentes puntos de Salgar (Antioquia), la sirena anuncia la creciente de la quebrada La Liboriana, la misma que hace un año, agazapada en la oscuridad, con la complicidad de rocas y palos, se llevó por delante la vida de 115 personas, decenas de casas, cultivos, carros y la tranquilidad de los salgareños.

Desde la madrugada de ese 18 de mayo de 2015, nadie duerme tranquilo. Una mínima lluvia enciende las alarmas, los bomberos voluntarios se ponen el uniforme y monitorean cada centímetro de la quebrada. Dora Torres es una de ellos, junto a su esposo y su hija de 14 años, también voluntarios, vela por la tranquilidad de sus coterráneos, “nos dan las dos o tres de la madrugada tranquilizando a los vecinos, porque uno siente un trueno y lo primero que nos preguntamos es si son rayos o es algo que trae la quebrada”, comenta Dora.

En sus casas, cada salgareño hace lo mismo, pasan noches en vela vigilando el cauce del río para advertir el momento preciso en el que deben huir. En el sector de Las Margaritas, uno de los más afectados por la creciente, Carlos Ómar Toro, un hombre de más de 60 años, no recuerda con exactitud cuántos, permanece en su casa. Milagrosamente es la única que quedó en pie aquella noche, “seis casas de aquí abajo se las llevó, ocho de allá arriba y las del frente, también se llevó el beneficiadero, menos esta.es como si Dios hubiera puesto su dedo y dicho ‘esta no’, y aquí nos dejó”, cuenta mientras escoge los granos de café en una pequeña mesa en la sala de su casa. Me mira a través de la reja de la ventana y comenta que la broca arruinó la cosecha debido al intenso verano. Y tiene razón, son las 10 de la mañana y el sol es insoportable. Dice que en las noches de lluvia se sienta junto a la ventana a mirar la quebrada, ya no hay viviendas que le impidan verla. “Ahí al frente había varias casas, teníamos una vecina que llevaba como 40 años viviendo ahí”. Carlos pasa las horas en vela. “Yo estoy atento, si veo que se crece, ahí mismo nos salimos por el solar hasta la parte de arriba, porque hasta allá no llega el río. Si veo que calma la lluvia, voy y me acuesto”.

Foto: Luis Benavides

Sigue contando los granos de café y sacando los negros afectados por la broca. Mientras me cuenta esto, vuelve a sonar la sirena. Aquí se siente con más fuerza que en el parque principal, tal vez por las pocas casas o por el eco de las montañas. Con el paso de los segundos se escucha más intensa. Su esposa, Consuelo Arredondo, quien está sentada a su lado en una silla mecedora, nos mira y dice “qué pereza, ese sonido le revive a uno todo”. Carlos la sigue, explicando que por ella “no se hubiera hecho eso, porque es recordar lo anterior, que ojalá eso se le fuera olvidando a uno. A mí eso no me gusta recordarlo, es mucho dolor”.

Los ojos de Consuelo se nublan se tornan rojos y una lágrima quiere salir. Se levanta de la silla y se para junto a la ventana, mira hacia afuera como queriendo encontrar a los que ya no están. “Esto es muy duro. A nosotros nos cambió la vida. Es muy duro mirar por la ventana o salir a la calle y no ver a nadie, pura soledad y por la noche sí que es difícil. Yo estoy aquí por acompañar al viejo, pero es una tortura”. Se queda en silencio, da media vuelta y camina al patio de la casa.

La mayoría de los salgareños piensan como ellos, no quieren escuchar el sonido de las sirenas, se les eriza la piel y les revive la tragedia. Por fortuna esta vez se trató solo de un simulacro, con el que se pretende familiarizarlos para que, en caso de que la naturaleza vuelva a enfurecerse, tengan tiempo de resguardarse y salvar sus vidas. “Sabemos lo doloroso que es para ellos, no quieren revivir esto, pero a veces hay que enfrentar el dolor para superarlo, por eso los hemos estado acompañando con tratamiento sicológico”, comenta Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd).

El alto funcionario, a cargo de la emergencia en Salgar desde el 18 de mayo del año pasado, explica que “en el sector Gualanday se ubicó un detector de lodos y flujos que además mide el nivel de la quebrada La Liboriana para detectar niveles altos y bajos. Esto genera unos impulsos a una central que está colocada en la Policía y con eso se hace una conexión a cinco puntos de sirenas para que la gente evacue a sitios seguros”, dice Márquez.

Además de La Liboriana, La Clara y el río Barroso, también son monitoreados. Aunque a regañadientes, más de mil 400 personas participaron del simulacro. Tras las indicaciones de las autoridades comienzan a desplazarse de nuevo a sus casas y lugares de trabajo.

-“Esto sí es una bobada, eso cuando el río se va a meter no da tiempo de nada”.

-“Dejá de ser ignorante hombre, seguro que ellos ya estudiaron eso y ayuda por lo menos a que haiga menos muertos# (sic)-, comentan dos mujeres mientras caminan por una de las calles del parque que va hacia el cementerio.

Más rápido que los salgareños, salió la caravana de camionetas de funcionarios de la Gobernación, el Gobierno Nacional, la Alcaldía y Fuerza Pública que participaron en el simulacro; seguidos por un bus lleno de periodistas traídos para presenciar el ejercicio. Solo unos pocos nos quedamos en el parque, mirando los rostros de sinsabor de los salgareños. La tragedia está viva, se niega a dejarlos, “no nos queremos imaginar lo que va a pasar el 18 de mayo con los actos que van a hacer, quisiéramos que no pasara. Es muy duro para nosotros revivir ese dolor”, comenta Dora, la mujer bombero que tiene que aparentar fortaleza frente a sus paisanos.

El sistema de monitoreo de emergencias costó 500 millones de pesos y se logró con recursos de la Ungrd, la Gobernación de Antioquia y la Alcaldía de Salgar. “Dios quiera que eso no haya que prenderlo nunca, para no tener que vivir otra tragedia”, concluye Dora mientras se aleja con su grupo de bomberos voluntarios.

Por Mary Luz Avendaño

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