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Jhon Francisco Ávila, el observador de aves

A sus 18 años, el joven ha hecho un estudio juicioso de las 35 especies identificadas que habitan en el campus de la Universidad de La Salle, al norte de Bogotá.

El Espectador
31 de enero de 2016 - 02:00 a. m.
Jhon Francisco Ávila, el observador de aves

Jhon Francisco es más bien inquieto. Llegó con la cámara al hombro y unas botas perfectas para entrar en cualquier terreno difícil. Mientras caminábamos para encontrar un buen lugar para hacer las fotos nos sugería que escucháramos el cantar de algún pájaro. De repente se detuvo, empuñó la cámara y disparó al cielo: un petirrojo descansaba sobre un cable de energía.

Tiene 18 años y esa misma inquietud lo llevó a estudiar las aves y a hacer excursiones de observación unos cuatro o cinco años antes de entrar a la Universidad de La Salle, donde cursa tercer semestre de veterinaria. Jhon Francisco ha hecho del campus un laboratorio para la investigación y la ornitología, que para los que no entendemos mucho del tema, es la rama de la zoología que estudia a esos seres emplumados.

En tan poco tiempo de recorrer los pasillos, lagos y espacios verdes de la universidad, Jhon Francisco ya completa una lista de 35 aves identificadas que viven en el campus, al norte de Bogotá, y a las que ha estudiado muy de cerca, capturado en imágenes y analizado por medio de los elementos que dejan a su paso. “Apenas llegué noté que había una gran presencia de aves, pero no existía una investigación a fondo. Comencé a visualizarlas y hasta junio del año pasado logramos recolectar mucha información, pero debimos esperar a finales de año, que es la época en que llegan las aves migratorias, para documentarlas”.

Un trabajo que alternaba con sus horas de estudio, llegando muy temprano a la universidad para aprovechar el tiempo antes de iniciar la jornada académica o dedicando los espacios libres entre clases para irse a algún rincón del campus y tomar las fotografías. “He visto aves rapaces. Eso es un buen indicador de que hay cadenas alimenticias completas. Hay gavilanes, búhos…”, explica Ávila.

Las aves están clasificadas con su nombre común y científico, si son residentes o migratorias, si abundan o realmente son poco comunes en el entorno. Es así como la golondrina, el colibrí, la mirla, la torcaza, el copetón, el azulejo, el verdecejo, el chirlobirlo o el sirirí, entre muchas otras, integran la lista elaborada por este futuro veterinario, y que posiblemente seguirá creciendo.

Jhon Francisco no da tregua a su observación para continuar con este juicioso trabajo que, sin duda, se podría convertir en un valioso documento sobre la biodiversidad de la ciudad y en una herramienta para que todos seamos conscientes de la importancia de cuidar el hábitat de las 200 especies que aproximadamente tienen su hogar en Bogotá. 

Por El Espectador

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