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El rap y el conflicto armado en Colombia, una historia de resistencia

En las zonas vulnerables surgen grupos musicales que contribuyen a la construcción de los barrios populares, y más que una revolución, buscan el progreso de sus comunidades.

Lina Rodríguez y Maryann Estrada*
07 de junio de 2016 - 09:02 p. m.
El rap y el conflicto armado en Colombia, una historia de resistencia

Durante seis semanas, Lina Rodríguez y Maryann Estrada, estudiantes de Periodismo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, investigaron acerca de las influencias del rap en el conflicto armado en Colombia. Este, a pesar de no ser un lugar evidente en relación al conflicto, cuenta con zonas vulnerables donde la justicia social no existe. En estas mismas zonas surgen grupos de rap que contribuyen a la construcción de los barrios populares, y más que una revolución, buscan el progreso y el desarrollo de sus comunidades.

Para ello, hablaron con tres personajes que desde el Hip-Hop tienen un concepto que permite entender el inicio, la formación y la construcción de vidas, letras y experiencias que le dan color a lo que se llama el rap.

La historia de Mulato

Entre los 14 y 15 años, José Reinaldo Puin, vivía al pendiente de su programa Reino Clandestino. Se trataba de una oportunidad de transmitir las mejores colecciones musicales que hacían reconocimiento al rap como movimiento social. Era todos los viernes durante una hora, y nació como una alternativa de solución y expresión para contar y narrar el conflicto que cada día se sentía en los barrios de Bogotá. Allí empezó la conexión de Mulato con la que es ahora la pasión de su vida.

En 1981 nace José Reinaldo, más conocido en las calles de Bogotá y en el mundo del RAP como el gran “Mulato” del barrio Egipto. Un hombre que se ha convertido en el historiador y profesor de la Revolución Artística Popular. Él cree que todo inició como una intención comunicativa de enseñanza, no para aumentar la rigidez del conflicto y provocar más violencia, sino para mostrar que en un espacio donde cada día se vive el terror de la muerte, la inseguridad y la incertidumbre permanente de las calles, también se puede crear un lugar de libre expresión, una alternativa para contar historias, vivencias y experiencias.

Lo que demostró Mulato en sus ojos al hablar del barrio que lo vio nacer es esperanza. Un sentimiento de fe, de que aún existe una lucha para salvar a muchos de los adolescentes que están internados en ese mundo del perjuicio. El sueño de que es posible convencer a muchas personas que el lado de la violencia solo deja dolor y pérdidas. La batalla de la paz por incentivar la memoria, por recordar que no solo en el barrio hubo violencia, también hubo historias de resistencia y perdón. Pero las preguntas que se formaba eran muchas ¿Cómo se puede crear una huella de cambio?, ¿Cómo hacer para convencerlos? Por medio del rap, pensó, esa es la solución.

“Por Egipto se puede decir que parte de la historia de nuestro país se trazó y se caminó por ese barrio”, afirma Mulato. Luego con una singular tristeza dice: “Aunque hoy eso no es reconocido”. El barrio Egipto está ubicado en la localidad de La Candelaria. Es el tercer barrio construido en Bogotá. En sus calles guarda cultura, memoria y mucho sentido urbano. Así como resguarda personas que temen por la violencia, que sufren por las consecuencias y que mantienen vivo el temor del conflicto social, también existen grupos de personas de diferentes grupos armados que encuentran en la inestabilidad del barrio, motivos para engendrar miedo. En sus paredes se refleja la justicia social como tema clave para exigir a los mandatarios un cambio radical de su entorno. En el barrio Egipto se siente el dilema entre la voz del pueblo que pide paz y el ruido de los “parches” que quieren la guerra.

Mulato se define como un obrero de la cultura urbana. Un trabajador que desde que empieza un proyecto para buscar el cambio y la transformación, por su manera de ser constante y dedicado, resalta en cualquier situación u ocasión. Rechaza por completo que lo llamen por apodos ofensivos como “raperito” o el “ñero del barrio Egipto”, y peor que ofendan su oficio diciendo que no existe y que no trae un sustento económico lo suficientemente grande para vivir o salir adelante, cosa que para él no ha sido ningún problema. Su labor no es ser la del representante e impulsador de más guerras, sino el transformador de vidas, de conflictos. Es un trabajo que nadie hace, pero que es la pasión de este maestro del rap, una pasión que le ha traído logros y respetos por los que valoran su esfuerzo. El orgullo de las familias, el reconocimiento en el campo cultural de Bogotá, los agradecimientos por sus estudiantes y por esas personas que notan lo que hace, que de verdad aceptan los aportes de este hombre para acabar con el conflicto urbano. “Son más las cosas buenas que las malas en realidad. Yo no he encontrado o no ha llegado algo que me haga perder la fe por seguir y seguir y seguir. Esto es mi ser”, dice “Mulato” con orgullo.

Pero ¿cómo empezó la afinidad? Bogotá formó el Hip-Hop en Colombia. Fue el medio de la sociedad, que mostró y generó impacto con algo diferente llamado Breakdance. Con la música que se creaba desde este nuevo espacio para bailar, empezaron a copiar las rimas de los “gringuitos” y a poner de fondo, como una guía de ritmo, estas piezas musicales que conectaban con cada una de las historias. Con esto y varios personajes interesados por pertenecer, se crea un grupo, los New Rappers Breakers. Así nace la influencia directa de Mulato con el nuevo movimiento musical, el Rap.

“Lo que yo escuchaba en estos grupos lo vivía en mi barrio, por eso me conecté. Es que yo ahí escuchaba, cerraba los ojos y me trasladaba a esa maravillosa vista que tiene el barrio Egipto desde sus alturas”, cuenta Mulato. Luego, con una sonrisa ingenua en su rostro aclara: “Aunque eso no se puede hacer, porque uno sube por allá y lo roban. Sea quien sea, lo roban”. Lo que tiene el rap de diferente a los demás movimientos musicales, es que allí no hay tapujos, no hay cerraduras que encierran a la verdad, no hay secretos. Si hay que decir algo, contar una historia, expresar una injusticia, se hace sin miedo a nada. En el rap las palabras no se convierten en fronteras, al contrario, crea caminos de realidad, caminos que enseñan, que acogen y que incitan a que se siga dando esa solución social, de cantar por la paz o cantar por lo que callan las personas.

La conexión entre Mulato y la música ya existía. Para esa época, en el colegio Ramón Menéndez Pidal, el profesor de rap se dedicaba con un grupo de amigos, con los que había creado una banda de rock, a producir acústicos del grupo Led Zeppelin. ¿Quién imaginaría esta mezcla? Pero luego de empezar a escuchar canciones de rap, de sentir las letras y de notar que allí encontraba historias, su gusto cambió. Del rock al rap. Sencillamente, Mulato se dio cuenta que tenía algo que lo representaba, que lo iba a transformar. Y así fue. Por el camino de la Revolución Artística Popular, Mulato recogió historias, múltiples experiencias que le representaban su niñez, aumentó sus intereses por conocer más sobre esto y reiteró que él quería cantar, no por fama sino por convertirse en un mensajero de este género, para hacer que las personas conozcan el ritmo, canten por la paz y no por la guerra.

Luego de reconocer que esto era lo que quería, junto a su primo tomó la decisión de formar el primer grupo de rap en su barrio Egipto: Ritmo Callejero. En donde empezaron creando ritmos de beat box, que son aquellos producidos por la boca y cantando las experiencias a las pandillas que rodeaban en el barrio. Era imposible no ser parte del conflicto que se producía. Fuera quien fuera, hiciera lo que hiciera, los jóvenes en el barrio estaban mezclados con las pandillas, para ayudarles, para convertirse en uno de sus miembros para generar o expresar “grandeza” o simplemente para cantar, que era lo que hacía Mulato. “Yo no me salvé de estar incluido en problemas del barrio. Las peleas entre pandillas que se apropiaban de las calles y generaban conflicto por defender el territorio de una frontera invisible, era la imagen constante que yo afrontaba. A eso yo le cantaba”.

Sin embargo, mientras los demás se aprisionaban en el círculo de los delincuentes, Mulato decidió hacer arte. Eligió un escenario en vez de las calles. Prefirió pensar en cómo hacer del barro, oscuro y sucio, (el barrio Egipto) un diamante reluciente y transparente. “Los otros prefirieron cargar y ocultar un arma las 24 horas. Yo sencillamente elegí reemplazarla (el arma) por un micrófono, por la música que me daba expresión”, dice Mulato al referirse de su cambio, de su negación hacia el conflicto.

Con este nuevo movimiento musical, Mulato creó un vínculo entre las personas del barrio y la manera de influenciar en el rap. Al querer introducirse como guiador de este ritmo, se dio cuenta que necesitaba estudiar, leer, conocer y aprender mucho más. Sumar a esos aportes que ya acumulaba al hacer parte de los inicios de muchas cosas.

Por ello, formó un proyecto de vida conocido como Urban Art, para seguir aportando e influyendo en las expresiones que quería generar en las personas. Una escuela de formación en donde se podía conocer del rap desde todas sus facetas. Prácticas del cuidado de la voz, de cómo emplear el aire, de saber que no debe ir el mismo al diafragma sino a los pulmones. De que rasgar la voz no es bueno. De que no se debe tapar la cápsula del micrófono. No pisar el cable, llevar un ritmo. Moverse en el escenario, entender la música, entre muchas más técnicas de enseñanza sobre el rap. Dentro de este proyecto de vida, Mulato referencia que todas las personas pueden aprender. Ningún tema y menos el rap está estigmatizado, por ello al programa académico lo dirige como un apartado completo para enseñar en tres partes fundamentales. El primero: el concepto; de qué es, la historia, quiénes son los que influyen. El segundo: la teoría y la técnica; el respeto y conocimiento del cuerpo para llevarlo a la acción. Y finalmente: la acción; donde se reconocen sus letras, sus favoritismos en los ritmos y sus nuevas temáticas para aporta a la paz.

Y en eso se ha convertido la vida de José Reinaldo Puin, Mulato, un hombre que decidió cambiar el destino que posiblemente ya tenía escrito en su vida. Un personaje que se dedicó a influir, a reconocer y a destacar en el rap. La persona que se tomó el papel de líder, de representante y decidió ser profesor. Un maestro del arte social, de la justicia por medio del movimiento musical que se transformó en un medio de expresión.

*Estudiantes de la U. Jorge Tadeo Lozano

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Por Lina Rodríguez y Maryann Estrada*

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