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El revés de la nación

El pueblo indígena Nasa sigue representando la cohesión cultural y política para hacerles resistencia a la guerra y al desarrollo económico minero sin previsiones ambientales.

César Rodríguez Garavito*
08 de diciembre de 2012 - 09:00 p. m.
/EFE
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La imagen que le dio la vuelta al mundo es la foto del país. En primer plano, lo que todos vieron: el joven sargento llora, impotente, mientras abandona su puesto en lo alto del cerro Berlín. Atrás, un borrón multicolor y un sombrero anónimo son toda la huella de los indígenas nasas que se levantan, una vez más, contra la guerra.

Me pregunto cómo se vería la escena desde el ángulo opuesto; cómo sería la foto de ese otro país donde los desarmados fueran los protagonistas, las víctimas tuvieran rostro y los fusiles pasaran al segundo plano. Cómo sería, en fin, la historia contada por los indígenas, los campesinos, los negros y los demás grupos en la periferia de la sociedad y la geografía colombianas; los que componen “el revés de la Nación, su negativo”, como escribe la antropóloga Margarita Serje.

Le traslado la pregunta a Jesús Chávez, consejero mayor del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). “Como pueblo nasa, lo que hemos dicho es que más nos duele a nosotros, más lágrimas hay en nuestro pueblo, pero eso no se refleja” —replica—. “Porque tantos años de masacres, tantos incumplimientos de acuerdos, tantas lágrimas, producen dolor, tristeza y desesperanza”.

Pero también producen la indignación y el coraje que los nasas han tornado en la movilización popular más tenaz de la historia nacional. Resistieron a los españoles, que los rebautizaron paeces y les reconocieron el dominio de los primeros resguardos indígenas. Se alzaron de nuevo contra los latifundistas caucanos que les arrebataron esas tierras, en los albores del siglo XX. Con Manuel Quintín Lame a la cabeza, exigieron lo mismo que reivindican un siglo después: el respeto de su propiedad colectiva, su cultura y su vida.

Como respuesta tuvieron la ola de violencia y el despojo que continúa hoy. A los hacendados de entonces se suman ahora las compañías mineras que reclaman títulos sobre los resguardos; los ejércitos privados de los terratenientes de antaño se transmutaron en las bacrim, y las Fuerzas Armadas han oscilado entre la complicidad y la impotencia. Las Farc han sido tan crueles como consistentes: así como se pusieron del lado de los terratenientes y ajusticiaron líderes del movimiento nasa de recuperación de tierras en los setenta, hoy hacen lo mismo para cuidar minas ilegales y rutas del narcotráfico.

Sitiados por todos, los nasas se adelantaron veinte años al resto del país en sus marchas contra los violentos. Ya en 1982 el CRIC denunció a las Farc y, en la Declaración de Vitoncó (1985), reclamó la salida de todos los actores armados de sus territorios y el respeto de su autonomía, plasmada en proyectos educativos y sociales propios. Tres décadas, 500 combates ajenos y miles de muertos más tarde, los nasas del fondo de la foto no exigían nada distinto.

En últimas, los nasas son el revés de los personajes del año, su negativo. No son un individuo destacado, sino un pueblo cohesionado. Tienen poder, pero no el que se ejerce de arriba abajo —el de los políticos o los violentos—, sino el que se construye de abajo arriba —el de los inermes que tienen por toda fuerza la unión, la convicción y la palabra—. “A eso hemos venido, a declararle la paz a Colombia”, dijeron en una minga en mayo. Llevamos décadas matándonos frente a las cámaras. Quizá sea tiempo de darle la vuelta a la foto.

* Director del Observatorio de Discriminación Racial y columnista de ‘El Espectador’

Por César Rodríguez Garavito*

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