"Enfrento una marrullería jurídica"

Tras una vida dedicada a modernizar y hacer crecer la empresa familiar Invercauca, Alexandra Garcés Borrero se defiende de una maraña de demandas penales y civiles, de parte de sus propios familiares. Perfil.

René Pérez / Especial para El Espectador
23 de diciembre de 2014 - 01:47 a. m.
La empresaria Alexandra Garcés Borrero.  / Cortesía
La empresaria Alexandra Garcés Borrero. / Cortesía
Foto: William Orlando Niampira Gamba

Su vida es ni más ni menos que una tan desconcertante como asombrosa obra de teatro que va desde lo trágico hasta la comedia, desde el dolor hasta las risas, en un escenario en donde se combina en armonía milimétrica un hermoso verde bucólico y un también hermoso bastidor de cemento. Por eso la entrada a este escenario (su casa) son dos pesados telones cuyas ocho cortinas tienen estampadas flores y rayas que presagian el duelo a brazo partido que libra Alexandra Garcés Borrero contra una montaña de corrupciones que inesperadamente se le vino encima cuando vivía el momento más pujante como empresaria.

Allí, en su hogar, diseñado con el mejor estilo flamenco belga, permanece inmersa en sus propias actividades profesionales, empresariales y dando la batalla, aunque atacada desde que murió su padre por unos enemigos validos de toda suerte de artimañas en los estrados judiciales y utilizando la sofisticación electrónica para, atrincherados en un conflicto familiar de sucesión de más de 32 años, adueñarse de la fértiles tierras conocidas como Papayal, según denuncias hechas por ella y su abogado Jaime Lombana en los juzgados y fiscalías y expuestas en medios de comunicación.

Es en este escenario —cuentan sus allegados— donde actúa agigantada y con la solidaridad de amigos y trabajadores y con la armadura de la ley. Y desde muy de mañana, cuando más viva que nunca inicia la rutina del ejercicio físico mientras sus empleados de Papayal rememoran la época en que la veían entre los cañaduzales del Valle: ...una niñita vestida de pantalones rojos, botas texanas rojas, sombrero rojo y pistolas rojas, montando a caballo y dando vueltas a los cultivos de caña; y un poco más tarde hecha un as para manejar un jeep por lo más agreste del departamento, atravesando ríos y burlándose de los desfiladeros. Y también cuando acompañaba a su abuelo Jorge Garcés Giraldo y a su padre, Jorge Garcés Arellano, en las rigurosas reuniones de sus empresas, donde le dieron las primeras lecciones de negocios.

Los empleados de Invercauca recuerdan también que su primera educación proviniera de su padre y de su abuelo Jorge Garcés, porque entresacó lo mejor y lo no mejor de cada uno: del segundo, su ironía inglesa y su elegancia para fijar distancias, aprendidas en una niñez y una adolescencia vividas en Inglaterra y sobre todo durante sus estudios en la Universidad de Cambridge, de donde regresó a Colombia como el primer colombiano PhD en Economía; y de su padre, que estudió la misma carrera pero en EE.UU. (de ahí su marcado comportamiento gringo, porque estuvo desde su niñez), el don de entenderse con los demás, desde gente de campo hasta los más encopetados, para que todos se sintieran importantes. Y también un mordaz sentido del humor. Y de ambos, una terquedad de mula y una sobradez intelectual imposibles de doblegar.

- De armas tomar

 Y en contraste con esas enseñanzas en alguna forma encantadoras, también le enseñaron, aseguran, a manejar todo tipo de armas, con la advertencia de que lo hacían porque en el Valle ya asomaban los primeros brotes del crimen organizado.

No fue en vano. Varios años después, más de 30 hombres, vestidos y armados como ‘rambos’, se tomaron sus tierras en el momento en que se aprestaba a subir al avión que la regresaría a Bogotá. De repente, sin saber por qué, suspendió el viaje. En el camino supo de la toma y tras dejar una cuadra atrás a los escoltas, se les fue a los ‘rambos’ con una estrategia que de militar tenía lo mínimo: un policía novato que feliz se sumó a la aventura y una pistola alemana de su padre. Pero sí llevaba como potente arma la osadía y la burla.

Tan pronto cruzó el portalón, los ‘rambos’ se desconcertaron por la presencia de un único uniformado con cara de niño y más todavía cuando les dijo a sus escoltas que llamaran al gobernador para que enviara al Ejército. Esta ocurrencia sin embargo surtió efectos: los maleantes corrieron a esconderse con la misma rapidez que ella tuvo para contarlos: eran 39, para encaramarse en una moto y salir volando y liberar a 32 hombres de seguridad que estaban amordazados, maniatados con lazos y semidesnudos.

En el gremio aseguran que es una de las personas que mejor manejan la agroindustria azucarera en el Valle y además que es un as para negociar caña de azúcar, y eso lo demostró cuando asumió la dirección de Invercauca, la empresa administradora de los cultivos de caña en Papayal. Esto sucedió un par de décadas después de que su padre y su abuelo pensaran que debía dejar ese malvestir suyo de botas, bluyines y cola de caballo. Viajó al exterior y luego de 14 años en Estados Unidos y en Europa regresó, no la vaquera que recorría a lomo de bestia o sobre un tractor el emporio azucarero que crearon su padre, su abuelo y su bisabuelo, sino toda una ejecutiva que impacta por su sencillez y elegancia, lo que demostró a su paso por los mundos diplomático y financiero.

Regresó con títulos en Ciencias Políticas en la Universidad de Boston, una maestría en la Universidad Libre de Bruselas y un MBA en el prestigioso Solvay Business School. Además de otros tres idiomas. Y con un novio inglés de ascendencia franco-libanesa para todos los sueños de cualquier madre: multimillonario, cultísimo, con cinco idiomas y atento. Lo dejó por Antonio José Urdinola, quien sería su esposo por 13 años. Su regreso tuvo otro ingrediente especial: dejó el ambiente de alta alcurnia en que se movía para adentrarse no solo en el ambiente político colombiano, sino también para “colombianizarse”, por lo que decidió estudiar Derecho.

- La estrella negra

 Pero llegó su octubre negro de 2009: murió su padre y, sin sospecharlo ni mucho menos suponerlo como la estrella negra en sus pretensiones futuras, se le apareció el personaje malvado, envuelto en una espesa, gruesa y voluminosa capa de difamaciones y rebuscadas demandas penales y civiles dirigidas a cuestionar un contrato que firmó su padre en 1996, mediante el cual Invercauca, empresa fundada por éste y heredada por ella, se encargaba de administrar el ingenio Papayal.

Pero desde el primer segundo de lo que ha denunciado como un carrusel de la corrupción, armado de una maraña jurídica de tal poder que incluso le impide viajar a Cali e ir a la empresa, se comprometió a que jamás negociará o entregará sus propiedades, tal como lo señalan sus allegados. Por eso es que, dicen, con hilaridad vive afirmando que la han paseado por todo el Código Penal y que el único delito que no le han imputado ha sido el de acoso sexual.

Así, mientras trabaja a “media caña”, se agiganta emocionalmente bailando a diario foxtrot, chachachá y reguetón, tomando cursos hasta de astrología y recreándose todas las semanas con sus ya famosas y tradicionales fiestas para niños y adultos, alarga su tiempo para adentrarse en la teología y para entender que en últimas lo que buscan es acorralarla para que desaparezca Invercauca y por ende se acabe el contrato de administración y, como resultado final, remate a precio de ruina las fértiles y bien localizadas tierras de Papayal. Lo que no saben, aseguran quienes junto a ella viven sus batallas, es que esta mujer rebelde pero sensata a la hora de las definiciones, se crece con el castigo.

-  La pelea

 En 2009, según cuenta la gente de Invercauca, su padre decide entregarle el manejo de la empresa con un argumento estremecedor: padece de cáncer pulmonar.

Entonces asume la presidencia de Invercauca con el compromiso de continuar trabajando con sus empleados, lo más preciado para su padre, aseguran amigos de él, y la firme determinación de llevarla hasta la cúspide de la agroindustria del Valle. Y lo logró en esos pocos años, según los registros estadísticos del sector.

Con la muerte de su padre se desencadenó una serie de hechos insospechados para Alexandra Garcés Borrero: pelea penal con los hermanos Rafael y Jorge Enrique González, accionistas de los ingenios Riopaila-Castilla, amenazas de muerte, toma armada de Papayal, robo y seguimiento de sus autos, chuzadas ilegales, avisos difamadores en el diario El País de Cali, colocación de chips a uno de sus perros para escuchar conversaciones y finalmente envenenarlo, rompimiento matrimonial.

Pero esto no fue suficiente. También le llovieron demandas penales con las que, como lo demuestran los expedientes, le embargaron ilegalmente sus bienes y le deshicieron ilegalmente la personería jurídica de todas las sociedades de su padre. Y para remate, le quitan Invercauca. Este alud de ataques lo ha logrado superar con la ayuda de su abogado Jaime Lombana, quien se ha ganado toda su confianza.

¿Y quién fragua este tremendo historial? Lo exótico: nada menos que una señora de 98 años, con pérdida parcial del habla por traqueotomía, una operación cerebral, dificultad para escribir, con confusiones de identificación de personas y de tiempo.

¿Podrá ser esto cierto? La respuesta la viene repitiendo Alexandra Garcés Borrero desde hace varios años en diferentes escenarios: “Detrás se esconde un carrusel de corrupción manejado por Rafael González y sus abogados Héctor Fabio Restrepo —quien tiene asuntos pendientes con la DEA— y José Gerardo Atehortúa, utilizando prácticas corruptas que han logrado en cinco años evadir, con la complicidad de funcionarios judiciales, el examen de medicina legal de la señora de 98 años, impedir la comparecencia de testigos durante más de cinco años y dilatar el cumplimiento de las etapas procesales con aplazamientos injustificados de audiencias en más de 12 ocasiones. Están robando con la complicidad de la administración de justicia”, dice ella.

 

 

Por René Pérez / Especial para El Espectador

 

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