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Exceso de fertilizantes en el país afecta economía, ambiente y salud

En Colombia se aplican 392,5 kg más de fertilizantes de síntesis química por cada hectárea cultivada.

Agencia de Noticias de la U. Nacional
23 de enero de 2014 - 11:14 a. m.
Foto: Archivo Particular
Foto: Archivo Particular

 En promedio, con respecto a Latinoamérica, en Colombia se aplican 392,5 kg más de fertilizantes de síntesis química por cada hectárea cultivada. La Universidad Nacional presenta alternativas para que la economía campesina no dependa de los agroquímicos.

Pese a la promulgación del Decreto 1988 de 2013 (medida de emergencia que dio salida al paro agrario) no deja de ser alarmante el costo de los agroinsumos, el hecho de que todavía sean controlados por monopolios sin una efectiva regulación por parte del Gobierno y el que no se tomen medidas frente a este uso excesivo.

Esto incide negativamente en los costos de producción de los campesinos, quienes gastan entre un 30% y un 40% de su presupuesto en plaguicidas y fertilizantes de síntesis química industrial (úrea, fosfato diamónico y cloruro de potasio, entre otros) para suplir los requerimientos de nitrógeno, fósforo y potasio de sus cultivos.

Esta dependencia de los agricultores nacionales hacia los agroquímicos afecta el bolsillo, el ambiente y la salud, y deja serias dudas sobre qué tanto se conocen las características y requerimientos nutricionales de los suelos colombianos.


Investigación, dependencia y ambiente

Según Carlos Fonseca Zárate, exdirector de Colciencias, este panorama debe llevar a retomar la investigación en el campo basada en la ciencia y la transferencia tecnológica, incluidas algunas eco y biotecnologías beneficiosas para los productores agrarios. Dice que las posibilidades se abren ahora que “el 25% de los recursos solicitados por los departamentos en los proyectos de regalías son para el sector agropecuario”.

Existen opciones como la agricultura biológica y la agroecología para que la economía campesina no dependa de insumos nocivos ni de las fluctuaciones del mercado o la cotización del petróleo (para producir úrea, por ejemplo, se requiere una enorme cantidad de la energía que se obtiene a partir de este combustible fósil).
Además de la ventaja en los costos, no utilizar dichos fertilizantes contribuiría a mejorar las propiedades del suelo y a garantizar productos competitivos en el creciente mercado mundial de los orgánicos. Por ejemplo, favorecer una alimentación sana e incluso contribuir a la mitigación del cambio climático y a la regulación de algunas plagas que pueden ser estimuladas por la excesiva presencia de nutrientes como el nitrógeno.

Otro aspecto importante es el cuidado del ambiente. La profesora Marina Sánchez de Prager, del Grupo de Investigación en Agroecología (GIA) de la Universidad Nacional de Colombia en Palmira, advierte que hay un abuso en el uso del nitrógeno y el fósforo. De hecho, las mismas empresas de agroquímicos reconocen que de cada kilogramo de fertilizante aplicado, la planta solo toma alrededor del 40%; el restante 60% se pierde por diferentes vías que contaminan el agua y el aire.
Según la experta, a esto se suma la sedimentación del mar y las afectaciones a la salud. De otro lado, el exceso de nitrógeno en forma amoniacal (uno de los gases de efecto invernadero), hace que se produzca CO2 e incluso llega a quemar las plantas.

Tomás León Sicard, docente del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la U.N., asegura que el uso excesivo de agroquímicos se debe a su relativo éxito en la producción agrícola. No obstante, la incorporación de sustancias ricas en nitrógeno, fósforo y potasio genera desbalances en la disponibilidad de otros nutrientes y ello, a su vez, puede causar desequilibrios (como exagerada producción de azúcares en las plantas). Lo anterior se traduce en problemas fitosanitarios que para ser controlados requieren otro elemento del mismo modelo: los plaguicidas.


Otras prácticas en el agro


Pensando en todo esto, desde hace cerca de 20 años la U.N. busca nuevas alternativas y experimenta con insumos como la materia orgánica que producen las fincas (compostaje) o la biomasa que se recicla (hojas, malezas, restos de la floración y la fructificación que se convierten en masa muerta y, luego, en nutrientes).

Mediante estas vías se contribuye a suplir las necesidades o desequilibrios resultantes del uso de agroquímicos. Además de estas estrategias, se realizan prácticas y se comparten con los agricultores técnicas para preparar y usar el compost adecuadamente.

Otra posibilidad efectiva es la tecnología agroecológica de los abonos verdes (AV). La profesora Sánchez explica que esta práctica consiste en utilizar especies vegetales, especialmente leguminosas, que capturan N2 del aire, lo llevan a formas orgánicas y lo depositan en las plantas y en el suelo, con lo cual este se suple de amonio (NH4) y nitrato (NO3).

Así se proporcionan contenidos similares a los de fertilizantes de síntesis. Precisamente, en la actualidad hay tres trabajos del Doctorado en Agroecología (desarrollado en la UN en Palmira y en la Universidad de Antioquia) que investigan al respecto.

Algo importante es no olvidar que el suelo está vivo y que existen enormes cantidades de microorganismos que lo habitan (hongos, bacterias, actinomicetos), que aportan soluciones a las necesidades de las plantas. Según Sánchez y otros investigadores, al utilizar leguminosas en los AV se pueden llevar a cabo procesos de simbiosis, es decir, relaciones beneficiosas entre las raíces y los microorganismos.

Algo en lo que coinciden Fonseca y los profesores Sánchez y León es en la importancia de sembrar biodiversidad en vez de monocultivos, para darle un uso eficiente al suelo. Una alternativa es sembrar maíz y fríjol (o soya y maíz), pues el sistema radical del fríjol ayuda a fijar el nitrógeno e incorporarlo al agroecosistema. Así, poco a poco, se deben suspender los fertilizantes que se consiguen en el mercado y mientras dura este proceso, se preparan los abonos orgánicos para disminuir el uso de químicos, de tal modo que no se afecte la producción.

Para certificar el suelo como apto para cultivos orgánicos, se debe esperar una transición de tres años. El ahorro en los costos de los abonos químicos, así como el creciente mercado mundial, que pide alimentos limpios y sanos, puede estimular a los agricultores a involucrarse en esta beneficiosa empresa.

Lograr esto, según el profesor León, es una cuestión de “autonomía” de los productores, pues son ellos quienes disminuyen o eliminan la compra de insumos. De todas maneras, son decisiones que van en contravía de los intereses establecidos y de la acumulación de poder de las grandes empresas transnacionales, productoras y dueñas del monopolio de insumos.

Por Agencia de Noticias de la U. Nacional

 

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