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“Hace falta educar en la desobediencia civil”

Mery Rodríguez, doctora en análisis y resolución de conflictos, asegura que hay déficit en el apoyo social a la denuncia, una de las principales causas de la continuación de la violencia contra las mujeres.

María Luna Mendoza, Especial para El Espectador
28 de mayo de 2015 - 03:18 a. m.
“Las organizaciones femeninas juegan un rol fundamental en los procesos de recuperación de las mujeres víctimas de violencia sexual”. / Carmela María
“Las organizaciones femeninas juegan un rol fundamental en los procesos de recuperación de las mujeres víctimas de violencia sexual”. / Carmela María

El lunes se celebró en Colombia el Día Nacional de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual. En entrevista con El Espectador, la académica Mery Rodríguez, doctora en análisis y resolución de conflictos de la Universidad de George Mason y profesora de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana, explica cómo en medio del conflicto los abusos se han convertido en un arma de guerra.
 
El 25 de mayo de 2014, Paula Gaviria, directora de la Unidad de Víctimas, reconoció que casi siete mil mujeres han sido víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado. ¿Cuál cree que es la lógica que opera detrás de esos crímenes?
Existen muchas maneras de leer y comprender la violencia sexual en el marco del conflicto armado. Esta, por un lado, es un arma de guerra eficaz. Uno de los fines de la guerra es el control territorial y violentar los cuerpos de las personas resulta muy eficiente a la hora de ejercer dicho control. Los cuerpos se asesinan, se torturan, se destierran y se violentan sexualmente para profundizar el terror entre las poblaciones. Detrás de la violencia sexual, por otro lado, se esconde la profundización de culturas profundamente patriarcales, donde el cuerpo de la mujer es visto como un objeto de placer al servicio del hombre, del más poderoso, del más fuerte. 
 
¿Cómo hacerle comprender a la sociedad que la violencia sexual no es un asunto exclusivo de la guerra, sino que forma parte de nuestra cotidianidad?
Esa es una de las grandes preguntas que nos hacemos todos los días quienes trabajamos estos temas. Encontrar el “cómo”, responder a los “cómos” es una tarea muy difícil y dolorosa, sin embargo, hay un camino profundamente esperanzador y es el de la educación. José Salamanca, uno de mis colegas, dice que uno tiene que educar a la gente para la desobediencia civil. Hay que educar para decir que no: decir que no ante la injusticia, ante la indignidad, ante la obligación a hacer algo que tú no quieres hacer. Cuando aprendemos a decir que no ante quienes quieren violentarnos es posible crear y profundizar un sistema social consciente y solidario con esa desobediencia. La continuación de la violencia contra las mujeres se debe, en gran parte, a la falta de apoyo social a la denuncia y a la desobediencia civil, así como a una falta de comprensión profunda de lo que significa violentar el cuerpo del otro.
 
La visibilización de las violencias contra las mujeres ha dado lugar a la visibilización de las luchas y las organizaciones femeninas. ¿Qué rol cree que cumplen dichas organizaciones en el proceso de transformación de esa cultura patriarcal a la que se refiere?
Son importantes, porque son un espacio de aprendizaje, donde las mujeres hablan de sus derechos y empiezan a comprender el derecho a la dignidad de sus cuerpos, y porque son un lugar seguro para la recuperación. Las mujeres nos sanamos hablando, compartiendo. Las organizaciones femeninas se han convertido en espacios seguros de sanación, donde las mujeres pueden decir “fui violentada” mirando a los ojos a otras personas y elaborar sus duelos.
 
¿Cree que en los diálogos de La Habana podría abordarse en profundidad el tema de la violencia sexual?
No, y en eso tengo una postura particular. No creo que sea competencia de la mesa de La Habana hablar de los hechos victimizantes particulares. Los homicidios, las torturas, las masacres, los secuestros, las minas antipersonales, la violencia sexual y el resto de crímenes son espantosos, ninguno es más horrendo que otro, y es muy difícil que un proceso de paz nacional se detenga a definir cada uno de esos hechos. Sin embargo, creo que es muy importante que, en medio de lo que se está forjando, haya un espacio para el reconocimiento de delitos como la violencia sexual cometidos por los todos los actores armados. En La Habana no se puede hablar exclusivamente de los crímenes cometidos por un solo actor. Las Farc, el Eln, las Auc, los miembros de la Fuerza Pública colombiana e incluso miembros de la Fuerza Pública de otros países han violentado a niñas y mujeres sistemáticamente. 
 
¿Qué opina sobre las iniciativas de conmemoración que, como el Día de la Dignidad de las Víctimas de Violencia Sexual en el marco del conflicto, pretenden actuar como una medida de reparación para las víctimas?
Para mí es fundamental la conmemoración en la medida en que no se convierta en un espectáculo, sino en una posibilidad de reflexión. Si logramos que la memoria de las mujeres y de los hombres víctimas de violencia sexual se convierta en una reflexión profunda de nuestra sociedad; si logramos  entender que una mujer violada somos todas las mujeres violadas, entonces la conmemoración tendrá sentido. Ese tipo de reflexiones son absolutamente necesarias en una sociedad que necesita desesperadamente entender los efectos perversos y nocivos que tiene esta guerra y que no son solamente las balas. Conmemorar en la reflexión y no en el espectáculo es una tarea urgente que todos los colombianos y las colombianas debemos asumir.
 

Por María Luna Mendoza, Especial para El Espectador

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