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La historia de Abel, uno de los últimos representantes de los indígenas Nonuya

Entrevista con el hombre que ha intentado plasmar en acuarelas sus recuerdos de la selva. A finales del 2014 recibió el premio Prince Claus en Holanda.

Andrés Ruiz*
28 de enero de 2015 - 02:26 a. m.
Abel Rodríguez, uno de los últimos representantes de los indígenas Nonuya. /Archivo
Abel Rodríguez, uno de los últimos representantes de los indígenas Nonuya. /Archivo

Es Abel Rodríguez, un indígena de la etnia Nonuya que nació a orillas del río Igará Paraná gracias a que su padre sobrevivió a la violencia y la degeneración de las caucherías; se crío en Sabanas, un asentamiento indígena "relativamente libre" y también salió vivo de la cauchería que lo esclavizó. Trabajó y se trasladó ya con mujer e hijos a Araracuara para fundar con otras etnias el resguardo cuando el gobierno comenzó a hablar de eso; "más atrás todo era libre".

Don Abel, como le dicen en Bogotá, fue un dirigente de su comunidad por muchos años. Le tocaba viajar a la capital para encargarse de gestiones burocráticas y estar presente en las reuniones en las que se hablaba de cómo el Estado le devolvería la autonomía a los indígenas.

Un día investigadores de la Fundación Tropenbos llegaron a su comunidad buscando un conocedor, entonces llamaron a Abel y le ofrecieron una beca a ver si quería trabajar con ellos. Cuando se acabó la investigación la Fundación le ofreció la posibilidad de continuar, si lo deseaba, pintando las especies de plantas que conoce y la biodiversidad del Amazonas sobre grandes pliegos de cartulina o en cuadernillos como de botánico o naturalista.

Conocí a Abel en la apertura de la exposición Selva Cosmopolítica, que ocupaba las salas del Museo de Arte de la Universidad Nacional en diciembre. Hasta el momento había leído en la prensa algunos artículos que hablaban de él y elogiaban sus logros culturales y se congraciaban con él y con su obra, ganadores del premio Prince Claus 2014, que entrega la Fundación Prince Claus para la Cultura y el Desarrollo, una organización holandesa.

La conversación que sostuve con Abel y que transcribo a continuación, más o menos fiel como fluyó, me reveló una persona derrotada, a la que se le ha ido desmoronando, ya al final de la vida, el futuro para el que fue criado. Es un hombre que necesita la inmensidad de la selva sin límites y sin fronteras de resguardo para mantener la amplitud del pensamiento, pero que acabó viviendo en una casita oscura donde Bosa colinda con Soacha.

Abel se aburrió de que los indígenas ya no quieran ser indígenas tradicionales y quedó solo, "el último de los Nonuya", como algunos periodistas lo han llamado, con sus preguntas existenciales abiertas como llagas sin una solución que las cure, porque no hay más conocedores que puedan resolverlas. Aunque durante la conversación estuvo casi siempre recostado en un sillón, con los ojos cerrados y todos los dedos de la mano izquierda apoyados en su frente, expresando cansancio y futilidad, también sonríe fácilmente y en ocasiones se pregunta si puede haber un futuro mejor.


¿A su papá le tocó trabajar en cauchería?

Claro.

¿Y a usted?

También, pero en la parte de Colombia.

¿Cómo fue eso?

En tiempo de cauchería ocurrió el desplazamiento. Los colonos, o sea, los blancos mataban a los flojos que sacaban poquito caucho. O mandaban a los mismos paisanos a que mataran, a los que habían formado como policías.

¿Allá no celebran los cumpleaños?

Eso no existe en nosotros. Para nosotros no hay eso donde dice matrimonio, donde dice no sé qué, qué mes, qué fecha. Lo único tal vez que decimos es cuántos meses lleva. La luna, más que todo, se cuenta. Cuántas lunas yo llevo.

¿Usted es un gran conocedor de la medicina?

Pues, puede que sí pero eso no tengo por qué divulgarlo. Mi conocimiento es a parte y el trabajo es aparte. Cuando tengo que hablar de eso, pues tiene que ser, digamos, con otra meta. Solamente por comentar, no puedo.

Dicen que usted se vino a Bogotá porque lo sacó el conflicto armado.

Para mí eso se presento, cómo dicen, ahora no más, hace no mucho tiempo. Antes, en mi juventud, en cierta medida pues era muy libre, muy tranquilo. Sí, se escuchaba de que guerrilla y que por la política se está matando. Después, como en los sesenta ya empezó a verse la guerrilla.

¿A usted lo obligaron a salir de Araracuara?

A mí no. Yo me salí. Por paseo. Y me quedé por acá. Porque yo era como dirigente en la comunidad y a cada rato salía a hacer las vueltas y gestiones. Y usted por las necesidades... Después salí porque me aburrí. Sí. De la selva. Aquí cambió la cosa entonces me quedé trabajando en lo que no trabajaba allá.

Esos dibujos son otra forma en la que usted enseña, ¿o no?

Pues, particularmente aquí no. No le estoy enseñando a nadie, para que voy a hablar mentiras. Yo pinto solamente por pintar y ya después el que ve ve y cuando hay alguna pregunta pues sí, le respondo y digo tal cosa y no más.

¿Entonces no significan nada importante para usted?

Es un trabajo para cubrir las necesidades. No más. No hay otra cosa. Me cubren mensual entonces yo lo tomo como mi trabajo diario. Ahorita no estoy haciendo nada. Trabajo tengo, todo el mundo me ha encargado trabajo; el que quiera de esos dibujos... No ha habido tiempo... De pronto el otro año sí. Tengo tres encargos de un gringo.

¿Lo que usted aprendió de su cultura, no es para usted lo más importante que ha aprendido en la vida?

Nosotros aprendemos para no tener que valernos de otras personas siempre. La ley indígena dice así, todos tenemos que tener el conocimiento, así lo vayamos aprendiendo de a poquito.

¿Esa ley es cada vez más difícil de cumplir?

En este momento sí.

Pero también porque la gente que sabe se sale de la comunidad.

La gente se sale pero también el hombre blanco domina por muchas razones. La música, el vicio y la pernicie y otros detalles más, entonces pues a todo el mundo ahora le fascina eso, entonces la gente deja los buenos conocimientos y coge los malos. Ahí está el problema. ¿Quién tiene la culpa?

Se vuelve muy aburridor quedarse allá cuando la gente no quiere aprender.

Esa es la vaina. Eso sí da tristeza. Porque digamos, como hablamos nosotros, en una conversa, en un taller, cuando dicen este conocimiento quién lo sigue, quién reemplaza. Pues creo que nadie más porque nadie está al tanto de eso. Entonces, así como se murieron los grandes sabedores nosotros quedamos a medias, y después de nosotros no queda nada. Algunos por ahí que de pronto dirán algunas palabras, de resto...nanay. Esa es la parte de tristeza, la mayor tristeza que se ve. Quién hay que pueda hacer eso. Por eso yo digo, ni indio ni blanco porque quién sabe qué es lo que haría.

¿Usted acá en la ciudad siente....vive internamente como vivía en la selva?

No. Porque digamos, como dije, aquí no se puede tener ese pensamiento que una vez se tenía. Porque aquí todo es con música, ruido, una cosa, otra cosa. Entonces, para pensar.... no hay forma. Porque todo lo interrumpe, entonces no marcha, no fluye. Entonces no aprende. Para esos conocimientos, para hacer algo, para conocer tiene que hacer horas de silencio. Totalmente silencio para poder ver una cosa que no se ha visto con esta vista con la que estamos mirando.

¿Y ahora qué le quiere enseñar a sus nietos?

Nada...que aprendan lo del blanco. La música, el bailoteo, el desorden, el vicio.

¿Quiere que sean felices así?

Pues les tocará porque para dónde más. Si el mismo gobierno no es capaz de controlar lo que está pasando, mucho menos uno. Viendo eso, así como va la gente, yo creo que ya se acabo. Eso obvio que está a punto de caerse.


¿Qué quiere en este momento de su vida?

Pues, así, digamos al paso que voy, pues no espero sino la muerte. Que pase todo lo que quiera pasar.

Así es como pienso yo: oiga a dónde, con quién yo hablaría para recuperar la parte que me falta, los que se me quedaron. Lo que quiero saber, lo que me falta a mí, directamente como persona. Pero ya no creo a nadie. Con quién. No estoy hablando de personas, sino ya es parte secreta. El hombre blanco no me va a dar el conocimiento de lo que es la verdad. Es parte de la verdad la que me puede dar recuperación de este proceso, y quien me puede dar eso, ya no lo hay.

¿Ha regresado a su territorio?

Yo no he vuelto a la selva, ni iré. Me iré en otra parte que no sea ahí.

¿Siente rabia con ese recuerdo?

Pues, una parte sí. En otra parte no.

¿Ustedes no juegan en el río o en la selva? ¿Cómo se divierten allá?

Legalmente es prohibido con la selva natural. Eso es lo que hace el hombre blanco por comercio. Eso es lo que destruye a todas partes. Para nosotros no es permitido eso. Jugar con la naturaleza es formar desorden. Eso es cazar diariamente, matando todo sin pensar.

¿Son una cultura muy seria?

Naturalmente sí. Porque las cosas que son indebidas se prohíben y ciertas cositas nomás se permiten. Entonces se obliga a aprender cosas buenas y no malas. Como todo lo que consiste en trabajo, rebusque, tejer, o, digamos dibujar, hay que aprender eso. Precisamente dije que yo dibujo no es para enseñar a otros, yo dibujo porque necesito, a esa manera yo dibujo.

Entonces al dibujar sí siente cosas buenas.

Yo miro que eso es mi trabajo.


*Antropólogo. WWF.
 

Por Andrés Ruiz*

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