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Jaramillo Uribe o la historia social

Esta semana falleció quien era considerado uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX en Colombia. Uno de sus más cercanos discípulos explica por qué se ganó un lugar en la memoria nacional.

Hermes Tovar Pinzón * /Especial para El Espectador
01 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.

Jaime Jaramillo Uribe fue un hombre que contribuyó a los cambios que vivió la universidad colombiana en los años de 1960. Fue profesor, investigador y administrador en el mundo de la academia y se dejó tentar por un cargo diplomático.

Formado en una época de grandes cambios en el mundo (1930 a 1950), heredó de importantes historiadores como Alfons Dopsch, H. Pirenne, Johan Huizinga, Marc Bloch, B. Croce y Collingwood el interés por el mundo clásico, la moral en la historia y el tránsito de la Edad Media al mundo moderno, y, de hecho, por la historia política y social. Aunque en los años agitados de 1930, frente al predominio de un interés por la historia social, política y cultural, existía una corriente cuantitativista y otra orientada por el marxismo que, con Ernest Labrousse y E. Hamilton, abría nuevos espacios al estudio de los precios y salarios. No fue por estos caminos por donde discurrió el interés de Jaime Jaramillo. Me parece que el universo de la historia política y social fue su mundo, no el de Fernand Braudel, ni el de Georges Duby, mucho menos el de E.P. Thompson o el de Vilar, que suponían técnicas, métodos y teorías que rompían con aquellas que habían prevalecido hasta entonces. El mundo intelectual de Jaime Jaramillo estuvo más cerca de Max Weber que de Karl Marx. Tampoco estuvo cerca de la escuela de Berkeley ni mucho menos de los esfuerzos de Engerman y Fogel. Tuvo un gran interés por la sociología y la filosofía, apenas se interesó por los problemas de América Latina y de otras latitudes; esos textos fueron recogidos en su libro La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos.

Pero lo fundamental de la vida intelectual de Jaime Jaramillo Uribe fue su decisión de optar por la historia cultural, por la historia social y, sobre todo, por seguir la tradición de articular la narración de los hechos históricos con una forma discursiva que preservara la estética de la buena escritura. No en vano, cuando fundó una revista histórica dentro de la Universidad Nacional la denominó Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, y su libro más importante se titula Ensayos sobre historia social colombiana.

Su interés por consolidar una nueva forma de estudiar la historia, lejos de las academias, de los héroes y de los individuos, se estructuraba en la necesidad de rescatar a otros actores invisibles y mudos, como los indios, los mestizos y los negros en la Colonia. Pero los rescoldos de esa vieja historia de héroes estaban aún en su espíritu, pues no escapó a los Caro, los Núñez, los Arboleda o los Samper como actores de la vida política y cultural en el siglo XIX, en donde desaparecieron todos los desarrapados y los críticos de la religión, la corrupción y la desagregación territorial de Colombia. Sin embargo, digámoslo con justicia, no era una historia individual lo que escribía sino más bien una historia intelectual, recogida en su libro temprano El pensamiento colombiano en el siglo XIX.

Jaime Jaramillo Uribe era un hombre escéptico y no estaba seguro de profesionalizar la historia, pues él mismo hacía investigación histórica más por vocación que por formación. Fueron los estudiantes en 1962 quienes lo forzaron a aceptar la creación de la carrera de historia. Y fueron estos mismos estudiantes los que tuvieron que salir del país para encontrar las más avanzadas formas de desarrollo e investigación históricas. Sin la búsqueda de institutos de formación en Chile, México, España, Francia e Inglaterra, es posible que la profesionalización de la historia no se hubiera dado en Colombia. De hecho, estos profesionales contribuyeron al desarrollo definitivo de los estudios de maestría y doctorado en la universidad colombiana. Esto de ninguna manera invalida los esfuerzos que realizó Jaime Jaramillo por consolidar cambios en la profesionalización de la historia y por contribuir a expandir la formación de nuevos centros de enseñanza de la profesión en el país.

Se puede afirmar, sin embargo, que la investigación básica que nos ha dejado Jaime Jaramillo Uribe la realizó en la Universidad Nacional de Colombia, entre 1950 y 1970. En la Universidad de los Andes escribió varios ensayos sobre temas de la Colonia, la República y otros derivados de su condición de profesor invitado a diversos encuentros académicos. Y fue este centro universitario, que, por lo general, reconoce y respeta el trabajo intelectual de sus profesores y maestros, donde se difundió casi toda su obra.

Como corolario a lo aquí expuesto, puedo decir que un día le pregunté acerca del proyecto que había estado realizando en el verano de 1975 en Sevilla, sobre la fiscalidad en el siglo XVIII en la Nueva Granada. Su respuesta fue sorpresiva y sincera: “Me abrumó tanto la masa documental del Archivo General de Indias que decidí no escribir el libro que tenía pensado”. Me pareció exagerado su punto de vista y fue imposible reanimarlo. Años después, cuando los computadores fueron incorporados a los procesos de investigación histórica, comprendí mejor su escepticismo más que su derrota frente a miles de datos provenientes de los fondos de Contaduría y de la Audiencia de Santa Fe que reposan en Indias. Igualmente, era posible comprender que Jaime Jaramillo había querido dar un salto de la historia cultural y la historia social que había venido desarrollando exitosamente a una historia cuantitativa o, si se quiere, a una historia económica que se había puesto de moda en Estados Unidos, Europa y América Latina. Al final fue un ortodoxo de la historia social y de la cultura que no pudo o no quiso ser un heterodoxo en los métodos, en los temas y en las teorías de la investigación histórica.

Esta conversación me permitió comprender, no sé si equivocadamente, que Jaime Jaramillo Uribe había jugado un rol renovador en los años de 1960, pero que después de los años de 1970 fueron los discípulos y otros historiadores quienes construyeron nuevos paradigmas y espacios para el desarrollo de la investigación histórica y de la formación de profesionales en dicho campo.

 

* Profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes.

Por Hermes Tovar Pinzón * /Especial para El Espectador

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